La paternidad espiritual de Juan Pablo II

Se podría decir que, especialmente en los años de su largo pontificado, él engendró para la fe a muchos hijos e hijas. De ello sois signo visible vosotros, queridos jóvenes presentes esta tarde: vosotros, jóvenes de Roma, y vosotros, jóvenes llegados de Sydney y de Madrid, que representáis idealmente a las multitudes de chicos y chicas que participaron en las veintitrés Jornadas mundiales de la juventud que se han celebrado ya en diversas partes del mundo. ¡Cuántas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, cuántas jóvenes familias decididas a vivir el ideal evangélico y a tender a la santidad están vinculadas al testimonio y a la predicación de mi venerado predecesor! ¡Cuántos chicos y chicas se han convertido o han perseverado en su camino cristiano gracias a su oración, a su ánimo, a su apoyo y a su ejemplo!

Es verdad. Juan Pablo II lograba comunicar una fuerte carga de esperanza, fundada en la fe en Jesucristo, que “es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13, 8), como rezaba el lema del gran jubileo del año 2000. Como padre afectuoso y atento educador, indicaba puntos de referencia seguros y firmes, indispensables para todos, de modo especial para la juventud. Y en la hora de la agonía y de la muerte, esta nueva generación quiso manifestarle que había comprendido sus enseñanzas, recogiéndose silenciosamente en oración en la plaza de San Pedro y en muchos otros lugares del mundo. Los jóvenes sentían que su muerte constituía una pérdida: moría “su” Papa, al que consideraban “su padre” en la fe. Al mismo tiempo, advertían que les dejaba en herencia su valor y la coherencia de su testimonio.

Benedicto XVI, Homilía, Basílica de San Pedro, 2 de abril de 2009

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