“La oración de Jesús por la unidad apunta precisamente a eso: que a través de la unidad de los discípulos se haga visible a los hombres la verdad de su misión. La unidad ha de aparecer, ser reconocible, y reconocible precisamente como algo que no existe en ninguna otra parte en el mundo; como algo inexplicable desde las fuerzas propias de la humanidad y que, por tanto, deja ver la acción de una fuerza diferente”
Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Segunda parte. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Madrid 2011, Ediciones Encuentro. Página 117
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Unidad de los discípulos que se ha extendido a los discípulos de los discípulos de todos los tiempos después de Cristo, o sea, a todos nosotros miembros de esa Iglesia apostólica, unidos en torno al Papa jefe de la Iglesia como legítimo sucesor de Pedro, el escogido y preparado por Jesús para Jefe de la Iglesia. Algo que sería muy difícil de explicar si la Iglesia fuera una sociedad puramente humana en cuyo caso ya se hubiera dividido en una mutitud y variedad de sectas religiosas. Solo posible por la acción de esa “fuerza diferente”.
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