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Dos plagas, tres retos y una alternativa: la crisis mundial vista por Benedicto XVI

Benedicto XVI, este anciano que reunirá en Madrid a más jóvenes que todas las estrellas del pop del momento hayan podido nunca aglutinar, dijo hace unos años que dos verdaderas plagas de nuestro tiempo son el materialismo económico y el relativismo ético.

Tachar de plaga la tendencia a tener-tener-tener que ha impulsado el consumo en las economías avanzadas durante los últimos decenios podría sonar, sobretodo en oídos de gentes con bolsillos llenos, a exageración y tremendismo. Pero las inquietantes imágenes de bandas de jóvenes asaltando comercios, atracando a heridos y robando televisores de plasma en el Reino Unido, mientras otros ciudadanos combaten el desorden escoba en ristre, parecen hacer buena la comparación.

Aun así, reducir las causas de tales disturbios a estas dos plagas resulta insuficiente. Quizás sea más completo el diagnóstico que el mismo Papa Ratzinger hizo el pasado mes de mayo, cuando enumeraba los tres retos a los que se enfrenta la fe cristiana, y con ella el mundo: “la búsqueda a menudo exasperada del bienestar económico, en una fase de grave crisis económica y financiera, el materialismo práctico y el subjetivismo dominante”. Es decir: el bienestar buscado obsesivamente para colmar los anhelos de felicidad; una vida cotidiana que prescinde de toda dimensión trascendente, y el desinterés por la verdad. Estas tres tendencias son tanto más fuertes como ampliamente aceptadas de modo muchas veces irreflexivo.

De acuerdo con tal diagnóstico, la crisis económica y financiera no sería tan grave sin las consecuencias perniciosas y salvajes de la previa exasperación consumista y del despiadado afán de lucro de muchas personas en muchos puntos de la economía planetaria. ¿Cómo salir de este estado de gran irritación, que eso significa precisamente estar exasperado? Hasta ahora, bastaba con consumir de nuevo. Pero cuando no hay dinero que gastar ni se presta tan fácilmente, la solución se complica.

El Papa sostiene que al hombre “no es posible curarlo sólo desde fuera, creando condiciones económicas favorables”; más bien, precisa buscar un fundamento alternativo al de los bienes materiales. Y él propone la fe: “la fe otorga a la vida una base nueva, un nuevo fundamento sobre el que el hombre puede apoyarse, de tal manera que precisamente el fundamento habitual, la confianza en la renta material, queda relativizado”.

Esta propuesta de unas bases nuevas para la propia vida está en el núcleo mismo de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid. En su mensaje a todos los participantes, Benedicto XVI sugiere: “construid vuestra casa sobre roca, como el hombre que “cavó y ahondó”. Intentad también vosotros acoger cada día la Palabra de Cristo. Escuchadle como al verdadero Amigo con quien compartir el camino de vuestra vida. Con Él a vuestro lado seréis capaces de afrontar con valentía y esperanza las dificultades, los problemas, también las desilusiones y los fracasos. Continuamente se os presentarán propuestas más fáciles, pero vosotros mismos os daréis cuenta de que se revelan como engañosas, no dan serenidad ni alegría”. Parecerá fuera de lugar, incomprensible, oscuro o hasta retrógrado, pero este mensaje de Benedicto XVI ha sido leído centenares de miles de veces durante los últimos meses por centenares de miles de jóvenes, que se acercan a la capital castellana desde todos los rincones del planeta.

En el fondo, es una muestra más de la convicción que comparten el Papa y estos jóvenes de que “las soluciones a los problemas actuales de la humanidad no pueden ser sólo técnicas, sino que deben tener en cuenta todas las exigencias de la persona, que está dotada de alma y cuerpo, y así deben tener en cuenta al Creador, a Dios”.

¿Plantean los alborotadores británicos, los indignados castellanos, los apurados mandatarios occidentales, una alternativa tan radicalmente clara y tan desacomplejada al modelo en crisis actual?

La JMJ es una oportunidad más para conocer de primera mano esta alternativa que lleva proponiendo Benedicto XVI, ante el desconcierto posmoderno y el totalitarismo de la indiferencia.

Benedicto 16, el totalitarismo de la indiferencia y el desconcierto posmoderno

El papa alemán continuará en Barcelona y Santiago la renovación cultural del viejo continente. Está pagando el precio de los pioneros. No obstante, la historia le recordará como aquel que planteó una alternativa positiva al indiferentismo en el que la cultura europea postmoderna parecía haber sucumbido.

2010 ha sido el quinto año de pontificado de Benedicto 16. Como en los anteriores, también en este aniversario le han acompañado polémicas mediáticas. El 24 de enero, Bernard-Henry Lévy consideraba en las páginas de El País que Ratzinger estaba siendo “víctima de un juicio mediático” y “la continua manipulación de sus textos”, a propósito de su relación con los judíos . Dos meses más tarde las páginas del New York Times y de muchos otros diarios recuperaban varios casos sobre abusos sexuales de sacerdotes católicos, apuntado a una responsabilidad -nunca demostrada- de Benedicto 16 en el encubrimiento (ver resumen del caso aquí).
Una tras otra, ninguna de las polémicas ha demostrado culpabilidad alguna de Benedicto 16. John Allen, principal experto norteamericano en información católica, lo califica de “Papa de las ironías“. Por ejemplo, la de ser el Papa visto desde dentro como el gran reformador contra los abusadores sexuales y desde fuera como el gran encubridor, o la de se ser identificado como un pontífice intelectual y profesor pero ser noticia por todo menos por esta faceta.
A su paso, Benedicto 16 desata un ruido mediático ensordecedor. La reciente visita a Reino Unido ha sido otro ejemplo. Pero lo mismo ocurrió con la visita a Portugal, o el viaje a Malta: gran frialdad mediática pero cálida y masiva respuesta popular. Incluso la Misa en Escocia, el primer acto masivo en Reino Unido, consiguió reunir más de 70.000 fieles, a pesar de la intensa lluvia de malas noticias para el Papa. En Londres, la muchedumbre de Hyde Park multiplicaba por mucho el número de asistentes en las protestas. Efectivamente, es también una ironía que la persona que llega con peor prensa en cada lugar es después recibida como no lo ha sido ninguna otra personalidad.


La pregunta que se hacen muchos observadores es ¿por qué tanta agresividad hacia Benedicto 16? ¿Por qué, por ejemplo, se ignoran hechos fácilmente contrastables, como sus peticiones de perdón? ¿Por qué se ha llegado a lo que algunos han calificado de “deformación monstruosa de la realidad“?
Respuestas se han dado, con mayor o menor fortuna. El mes de agosto, dos prestigiosos vaticanistas, Andrea Tornielli y Paolo Rodari, publicaban Attacco a Ratzinger, donde descartaban la teoría de la conspiración pero sí identificaban tres fuentes de problemas para el pontífice: ataques desde fuera (laicistas, grupos feministas radicales y gays, laboratorios farmacéuticos que venden productos abortivos, abogados que piden indemnizaciones millonarias por casos de abusos), enemigos de dentro (los que plantean el Vaticano II como una ruptura y no como una renovación) y el fuego amigo de algunos de sus colaboradores.
Una de las últimas hipótesis llega de James MacMillan, compositor de la música elegida para la beatificación del Cardenal Newman, que ve a Benedicto XVI como “el peor enemigo de las feroces élites seculares británicas” procedentes de los campus europeos que protagonizaron en mayo del 68.
Otra posible interpretación sea que Benedicto 16 está representando el gran sí de Dios en una sociedad que genera indiferentismo hacia los otros, hacia el mundo y, por supuesto, hacia Dios. Josep Ramoneda -persona nada sospechosa de proximidad con el pontífice- carga precisamente en su último ensayo contra “totalitarismo de la indiferencia“. ¿No será, precisamente, esa capacidad de romper la desgana dominante, lo que convierte Benedicto 16 en un personaje incómodo?
Efectivamente, seguir atentamente sus escritos permite descubrir a un transgresor que plantea una alternativa firme a la cultura dominante, y que no se conforma en reducir la religión a mera cuestión folclórica. El 18/4/05, en la Misa previa a la elección del Papa, el entonces Cardenal Ratzinger avisa: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”. Cinco años más tarde, la labor de clarificación semántica en un mundo con gran ambigüedad de conceptos se confirma como una de las principales tareas de Benedicto XVI. Se ha propuesto dar un sentido a cada palabra y una palabra a cada realidad. Afirma que “la construcción de una sociedad humana requiere fidelidad a la verdad“. Explica que hay un “problema de lenguaje” con el amor, que no se puede reducir al sentimentalismo. No confunde la ética con la estética, ni los derechos con los deseos, ni la verdad con la verosimilitud, ni la familia con una convención. Afirma que hay esperanza, y confía en la razón. Y, además, tiene un hilo de voz amable y un aspecto de anciano bondadoso.
Ironías de la vida: las reacciones desproporcionadas, las acusaciones precipitadas y la burla pública son el escenario que permite valorar mejor, por contraste, la gran novedad del discurso constructivo, amable y positivo de este Papa que algunos daban por acabado antes de empezar, pero que se está convirtiendo en el gran renovador de la Iglesia Católica.
La biografía más completa, que está a punto de salir, lo bautiza como “el Papa de la razón” y “el primer postmoderno”. De ahí el desconcierto. El desconcierto postmoderno.
Próxima estación, Santiago y Barcelona.

Marc Argemí (marcargemi@gmail.com)