“El siervo de Dios Juan Pablo II había conocido y vivido personalmente las enormes tragedias del siglo XX, y durante mucho tiempo se preguntó qué podía detener la marea del mal. La única respuesta posible era el amor de Dios. En efecto, sólo la Misericordia divina puede poner un límite al mal; sólo el amor todopoderoso de Dios puede derrotar la prepotencia de los malvados y el poder destructor del egoísmo y del odio. Por eso, durante la última visita a Polonia, al volver a su tierra natal, dijo: “Fuera de la misericordia de Dios, no existe otra fuente de esperanza para el hombre” (ib.).”
Benedicto XVI, Homilía, Plaza de San Pedro, 2 de abril de 2008
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