“La fe cristiana se mantiene o cae con la verdad del testimonio de que Cristo ha resucitado de entre los muertos. Si se prescinde de esto, aún se pueden tomar sin duda de la tradición cristiana ciertas ideas interesantes sobre Dios y el hombre, sobre su ser hombre y su deber ser -una especie de concepción religiosa del mundo-, pero la fe cristiana queda muerta (…) Sólo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del hombre. Entonces Él, Jesús, se convierte en el criterio del que podemos fiarnos. Pues, ahora, Dios se ha manifestado verdaderamente”
Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Segunda parte. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Madrid 2011, Ediciones Encuentro. Páginas 281-282
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el todo poderoso creador se hace pequeño para regalarnos al hombre la eternidad y el infinito regalo que ya despreciamos y que seguinos despreciando
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La afirmación del Papa sigue la línea paulina de la resurrección: si no creemos en ella, vana es nuestra fe, y todo sentido queda anulado. La resurrección de Jesús es consecuencia indispensable de la noble conducta que observó durante su aprehensión y su proceso, pues se comportó de esa manera, noble, “como oveja”, porque sabía que iba a resucitar. La resurrección es una vida nueva, tanto en este como en el otro mundo, que es lo que algunos filósofos no aceptarían (como Nietzche). Una vida nueva que al perdonar los pecados de la vida anterior, no borra el registro de esta última, pero concede la oportunidad de ser un hombre nuevo, casi como Jesús, desprendidos de la materialidad y de lo perecedero. La importancia de la resurrección de Jesús es que nos mantiene abierta la oportunidad de ser “hombres nuevos”, en esta o en la otra vida.
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