Benedicto 16, el totalitarismo de la indiferencia y el desconcierto posmoderno

El papa alemán continuará en Barcelona y Santiago la renovación cultural del viejo continente. Está pagando el precio de los pioneros. No obstante, la historia le recordará como aquel que planteó una alternativa positiva al indiferentismo en el que la cultura europea postmoderna parecía haber sucumbido.

2010 ha sido el quinto año de pontificado de Benedicto 16. Como en los anteriores, también en este aniversario le han acompañado polémicas mediáticas. El 24 de enero, Bernard-Henry Lévy consideraba en las páginas de El País que Ratzinger estaba siendo “víctima de un juicio mediático” y “la continua manipulación de sus textos”, a propósito de su relación con los judíos . Dos meses más tarde las páginas del New York Times y de muchos otros diarios recuperaban varios casos sobre abusos sexuales de sacerdotes católicos, apuntado a una responsabilidad -nunca demostrada- de Benedicto 16 en el encubrimiento (ver resumen del caso aquí).
Una tras otra, ninguna de las polémicas ha demostrado culpabilidad alguna de Benedicto 16. John Allen, principal experto norteamericano en información católica, lo califica de “Papa de las ironías“. Por ejemplo, la de ser el Papa visto desde dentro como el gran reformador contra los abusadores sexuales y desde fuera como el gran encubridor, o la de se ser identificado como un pontífice intelectual y profesor pero ser noticia por todo menos por esta faceta.
A su paso, Benedicto 16 desata un ruido mediático ensordecedor. La reciente visita a Reino Unido ha sido otro ejemplo. Pero lo mismo ocurrió con la visita a Portugal, o el viaje a Malta: gran frialdad mediática pero cálida y masiva respuesta popular. Incluso la Misa en Escocia, el primer acto masivo en Reino Unido, consiguió reunir más de 70.000 fieles, a pesar de la intensa lluvia de malas noticias para el Papa. En Londres, la muchedumbre de Hyde Park multiplicaba por mucho el número de asistentes en las protestas. Efectivamente, es también una ironía que la persona que llega con peor prensa en cada lugar es después recibida como no lo ha sido ninguna otra personalidad.


La pregunta que se hacen muchos observadores es ¿por qué tanta agresividad hacia Benedicto 16? ¿Por qué, por ejemplo, se ignoran hechos fácilmente contrastables, como sus peticiones de perdón? ¿Por qué se ha llegado a lo que algunos han calificado de “deformación monstruosa de la realidad“?
Respuestas se han dado, con mayor o menor fortuna. El mes de agosto, dos prestigiosos vaticanistas, Andrea Tornielli y Paolo Rodari, publicaban Attacco a Ratzinger, donde descartaban la teoría de la conspiración pero sí identificaban tres fuentes de problemas para el pontífice: ataques desde fuera (laicistas, grupos feministas radicales y gays, laboratorios farmacéuticos que venden productos abortivos, abogados que piden indemnizaciones millonarias por casos de abusos), enemigos de dentro (los que plantean el Vaticano II como una ruptura y no como una renovación) y el fuego amigo de algunos de sus colaboradores.
Una de las últimas hipótesis llega de James MacMillan, compositor de la música elegida para la beatificación del Cardenal Newman, que ve a Benedicto XVI como “el peor enemigo de las feroces élites seculares británicas” procedentes de los campus europeos que protagonizaron en mayo del 68.
Otra posible interpretación sea que Benedicto 16 está representando el gran sí de Dios en una sociedad que genera indiferentismo hacia los otros, hacia el mundo y, por supuesto, hacia Dios. Josep Ramoneda -persona nada sospechosa de proximidad con el pontífice- carga precisamente en su último ensayo contra “totalitarismo de la indiferencia“. ¿No será, precisamente, esa capacidad de romper la desgana dominante, lo que convierte Benedicto 16 en un personaje incómodo?
Efectivamente, seguir atentamente sus escritos permite descubrir a un transgresor que plantea una alternativa firme a la cultura dominante, y que no se conforma en reducir la religión a mera cuestión folclórica. El 18/4/05, en la Misa previa a la elección del Papa, el entonces Cardenal Ratzinger avisa: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”. Cinco años más tarde, la labor de clarificación semántica en un mundo con gran ambigüedad de conceptos se confirma como una de las principales tareas de Benedicto XVI. Se ha propuesto dar un sentido a cada palabra y una palabra a cada realidad. Afirma que “la construcción de una sociedad humana requiere fidelidad a la verdad“. Explica que hay un “problema de lenguaje” con el amor, que no se puede reducir al sentimentalismo. No confunde la ética con la estética, ni los derechos con los deseos, ni la verdad con la verosimilitud, ni la familia con una convención. Afirma que hay esperanza, y confía en la razón. Y, además, tiene un hilo de voz amable y un aspecto de anciano bondadoso.
Ironías de la vida: las reacciones desproporcionadas, las acusaciones precipitadas y la burla pública son el escenario que permite valorar mejor, por contraste, la gran novedad del discurso constructivo, amable y positivo de este Papa que algunos daban por acabado antes de empezar, pero que se está convirtiendo en el gran renovador de la Iglesia Católica.
La biografía más completa, que está a punto de salir, lo bautiza como “el Papa de la razón” y “el primer postmoderno”. De ahí el desconcierto. El desconcierto postmoderno.
Próxima estación, Santiago y Barcelona.

Marc Argemí (marcargemi@gmail.com)

9 thoughts on “Benedicto 16, el totalitarismo de la indiferencia y el desconcierto posmoderno

  1. Alberto

    Hola Marc!

    Todo mi respeto por la Iglesia Católica i por el Papa. Pero creo que la lectura que haces no es del todo acertada.

    Comparto que las críticas a la Iglesia tienen una especial virulencia. Y sé que esta es la esencia de tu discurso. Por tanto, todo lo que viene a continuación no lo hago pensando en los síntomas sino en el diagnóstico.

    La Iglesia tiene tres problemas de base y que tienen difícil solución. La primera es que tiene 2000 años de historia y eso da mucho tiempo para equivocarse muchas veces. Además, muchos valores cambian. Y aquello que en su momento quizás se veía como algo bueno, hoy se ve como una atrocidad.

    El segundo problema es aún más grave. La Iglesia se percibe como una institución. Y las instituciones han entrado en crisis y son volubles a las críticas. Si no, que se lo digan a los políticos…

    El tercero es que la Iglesia, con su convencimiento de que su mensaje es positivo y que es la Verdad y que históricamente lo que ha dicho ha ido a misa (y nunca mejor dicho), nos dice a todos (y no sólo a los cristianos) qué hemos de hacer. Y eso genera un fuerte rechazo. Si no encuentras ningún ejemplo, piensa en la virulencia que se mostró (en España) cuando se legalizó el matrimonio homosexual. Que Roma diga que los homosexuales no pueden casarse por su rito, depende de ellos. Que nos digan a los demás que no pueden hacerlo o que tenéis la propiedad del concepto matrimonio es ridículo (el matrimonio es muy anterior a Jesús)

    No tener en cuenta estos tres elementos me parece un error muy importante porque es la base de la argumentación anticatólica.

    A partir de aquí, las críticas a Benedicto XVI se han de entender no como críticas a él sino a lo que él representa. Pero no lo que representa para ti sino para la inmensa mayoría de la sociedad europea. ¿Por qué esto no sucedía con Juan Pablo II? Pues porque era más carismático. El nuevo Papa no cae simpático. ¿Débil como argumento? Quizás sí, pero yo creo que responde a la realidad (de la opinión de la gente).
    ¿Y entonces? ¿Qué pasa con los lobbys de presión? ¿Quién está interesado? Yo no niego que ciertos lobbys puedan tener cierto interés en desprestigiar el discurso de la Iglesia respecto a ciertos temas. Pero tengo dudas que hoy tengan que esforzarse tanto. Es la propia sociedad la que, sin necesidad de que nadie le empuje, reclama ciertos cambios en el discurso hecho desde Roma precisamente por el postmodernismo del que hablas. Es decir, el señor Durex en Europa ya ha ganado. Y hace tiempo.

    Quizás tú estás yendo más allá y piensas en África. Pero yo creo que tampoco allí necesitan hacer anda porque hay muchísimas personas que miran de ayudar a los africanos in situ que están a favor del preservativo. Yo creo que el mensaje de que el preservativo es bueno ha calado socialmente. Ya no es necesario hacerlo de forma artificial.

    Entonces, ¿por qué se le critica por los pederastas, el diálogo religioso y la relación con los judíos? La respuesta es sencilla. Porque es el Papa. Ya está. No hace falta demasiado para que la gente critique la Iglesia. En eso te doy la razón desde el principio.

    Ahora bien, no es del todo “gratuíto”. Y es que la Iglesia actúa como una institución: Cuando surge un problema, primero hacen ver que no ha pasado nada, después cuando la bola se ha hecho grande lo aceptan pero con la boca chica. Y, finalmente, reconocen el error subrallando que ya han pedido perdón. Una actitud muy cínica. Perdona la trivialidad, pero la secuencia es la misma que la del presidente (de España) Zapatero delante de la crisis.

    A tu pregunta de por qué reciben con tantos honores al Papa, yo diría que porque la percepción (y la realidad) es que la Iglesia aún es muy (pero que muy) poderosa. Lo digo con todas las connotaciones positivas y negativas de la palabra. Aún hay mucha gente que se siente partícipe y que le gusta ir a ver al Papa. Y está muy bien.

    Los estados también reciben bien al Santo Padre primero porque hay presidentes creyentes. Y, además, porque es un error ponerse en contra de la Iglesia. Y, si no, que se lo digan a Zapatero que, cada dos por tres, le montan una manifestación. Y conste que, en este caso, la Iglesia está actuando como lobby, lo que criticas de las empresas.

    Por último, y perdona el rollo, lo que no comparto nada es la crítica al postmodernismo y a la supuesta pérdida de valores. Esta es la peor y más errónea que la Iglesia puede hacer del presente.

    La postmodernidad y los valores líquidos tienen sus inconvenientes. Eso es cierto. Eso sí, nunca (repito nunca) hemos tenido tantos años de paz como desde la modernidad. Nunca ha habido tanto respeto por las culturas no propias. Nunca ha habido tanta gente dispuesta a utilizar años de su vida para ayudar al prójimo.

    Sempre hay subidas y bajadas. No digo que no volverá a haber guerras. Sarkozy, por ejemplo, se está ocupando de avivar un fuego con el que podemos acabar quemándonos. Pero estoy seguro que, a la larga, la media de conflictos por año se irá reduciendo.

    En definitiva, el problema de Benedicto XVI no es Benedicto XVI. Cuando llegue su sucesor tendrá problemas parecidos.

    Apa noi! Una abraçada!

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  3. altamiira

    Efectivamente, el matrimonio es anterior a Jesucristo, pero amigo, ¡Jesucristo es Dios! Y no hay nada anterior a Él. De hecho, el matrimonio aparece instituido en el Génesis. La cuestión no es pues esa, sino la de creer o no creer. O, mejor dicho, en qué creer: no conozco a nadie que no crea en nada.
    El matrimonio, guste o no guste, es la unión entre un hombre y una mujer. Otra cosa es, otra cosa y, por lo tanto, recibe otro nombre. ¿Qué interés en llamarlo igual si no es lo mismo? Esto no hace sino demostrar la profunda insatisfacción que acompaña a la vivencia homosexual. Por que le cambien el nombre, el fondo seguirá siendo el mismo, eso no lo dudes. Igualmente sucede en el matrimonio: aunque le cambiaran el nombre, seguiría siendo lo mismo. No es la cuestión los nombres, aunque nombrar a las cosas con palabras que no son las correspondientes, nos llevan al engaño y al error. Mesa significa mesa, sociedad significa sociedad, amigos significa amigos, etc. Y matrimonio significa matrimonio y, eso, por mucho que lo llamen a una unión homosexual, no lo será porque no puede serlo, es así de sencillo.
    Por lo que dices de paz en la modernidad, es cierto que la violencia ha existido siempre, pero, según tengo entendido, en sólo el siglo XX han habido más guerras, más virulentas y más crueles que en cientos de años.

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    1. Alberto

      @altamiira el problema de lo que tu propones es lo que se conoce como separación Iglesia Estado. Algo que en la teoría no conozco a nadie que no esté de acuerdo pero que la práctica no siempre está clara.
      Respecto al uso que la Iglesia (lo pongo con mayúscula con toda la intención) haga del concepto matrimonio nada que decir. Si creeis que es mejor así, pues el máximo respecto.
      Ahora bien, el uso social que se haga de él depende de todos. Ahí radica la esencia de la separación. Porque la pregunta, si no, sería: ¿Qué concepto de matrimonio debemos tomar? El judío, el musulmán, el cristiano, el indú… Son parecidos pero no iguales. Y yo digo, el matrimonio civil es cosa de todos.
      Que digas que eso nace de la insatisfación de los homosexuales demuestra que no tienes demasiada relación con ninguno o que buscas argumentos que constaten tus opiniones apriorísticas.
      Respecto a la paz, debo decirte que, afortunadamente, te equivocas.Es verdad que el s.XX dio 2 guerras (especialmente) espeluznantes. Pero dese entonces (1945) prácticamente se acabó. Países como Alemania o Francia, que siempre habían estado a la greña, han dejado de luchar y ahora colaboran. Algo genial.
      Hoy por hoy, apenas hay conflictos fuera de África (no digo que no haya más). Eso, comparado con 100 años atrás es un gran avance. Ojalá los africanos consigan salir de ese lastre y que nosotros colaboremos al máximo.

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