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Juan Pablo II, en el recuerdo de su amigo Joseph Ratzinger-Benedicto XVI

Juan Pablo II y Benedicto XVI

Quien fuera la mano derecha de Juan Pablo II desde 1981 hasta el mismo día de su muerte, será el encaragado de elevarlo a los altares el próximo día 1 de mayo. Benedicto XVI conoce bien al futuro beato. Cuando era sólo cardenal decía: “fui inicialmente atraído por la directa y abierta sencillez humana y la calidez que emanaba”. Ante Juan Pablo II, “uno se sentía ante un hombre de Dios” (Seewald, Peter, Una vida para la Iglesia, Madrid 2007, Palabra, página 96).

En sus intervenciones, Benedicto XVI lo ha definido con palabras como fidelidad, entregafirmeza ocaridad. Ha explicado cómo fue valiente, con una fe sencilla, y cómo se enfrentó al mal en el mundo y cómo abrazó la cruz. Destaca su prodigalidadsu amor a la Virgen y su faceta mística. Ha analizado los momentos más importantes de su biografía, como su sacerdociosu ordenación episcopalsu llegada a la cátedra de Pedro. He aquí una selección de textos de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI sobre Juan Pablo II, que pueden acercar una personalidad cuya actividad tuvo un alcance arrollador.

– La caridad

– La fe sencilla

– El amor a Cristo

– El amor a la Virgen María

– La sensibilidad espiritual y mística

– La fidelidad y la entrega

– La cruz

– La firmeza

– La fortaleza

– La valentía

– La prodigalidad

– Su respuesta al mal

– El sacerdocio

– La llamada a ser obispo

– La llamada a ser Papa

– Su Paternidad Espiritual

– Un papa alemán tras un papa polaco: ¿providencial?

Marc Argemí

Publicadas las normas de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre delitos más graves

Fuente: http://visnews-es.blogspot.com/2010/07/publicadas-normas-congregacion-doctrina.html

CIUDAD DEL VATICANO, 15 JUL 2010 (VIS).-La Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado hoy las nuevas “Normas sobre los delitos más graves”. Ofrecemos a continuación una nota del director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, S.I., sobre el significado de estas normas.

“En 2001, el Santo Padre Juan Pablo II promulgó un decreto de importancia capital, el Motu Proprio Sacramentorum sanctitatis tutela”, que atribuía a la Congregación para la Doctrina de la Fe la competencia para tratar y juzgar en el ámbito del ordenamiento canónico una serie de delitos particularmente graves, cuya competencia en precedencia correspondía también a otros dicasterios o no era del todo clara.

El Motu Proprio (la “ley”, en sentido estricto), estaba acompañado por una serie de normas aplicativas y de procedimiento denominadas “Normae de gravioribus delictis”. La experiencia acumulada en el transcurso de los nueve años sucesivos sugirió la integración y actualización de dichas normas con el fin de  agilizar o simplificar los procedimientos, haciéndolos más eficaces, o para  tener en cuenta problemáticas nuevas.  Este hecho se debió principalmente a la atribución por parte del Papa de nuevas “facultades” a la Congregación para la Doctrina de la Fe que, sin embargo, no se habían incorporado orgánicamente en las “Normas” iniciales. Esta incorporación es la que tiene lugar ahora en el ámbito de una revisión sistemática de dichas “Normas”.

Los delitos gravísimos a los que se refería esa normativa atañen a realidades claves para la vida de la Iglesia, es decir a los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia, pero también a los abusos sexuales cometidos por un clérigo con un menor de 18 años.

La vasta resonancia pública en los últimos años  de este tipo de delitos ha sido causa de gran atención y de intenso debate sobre las normas y procedimientos aplicados por la Iglesia para el juicio y el castigo de los mismos.

Por lo tanto, es justo que haya claridad plena sobre la normativa actualmente en vigor en este ámbito y que dicha normativa se presente de forma orgánica para facilitar así la orientación de todos los que se ocupen de estas materias.

Una de las primeras aportaciones para la clarificación -muy útil sobre todo para los que trabajan en el sector de la información- fue la publicación, hace pocos meses, en el sitio Internet de la Santa Sede de una breve Guía a la comprensión de los procedimientos básicos de la Congregación para la Doctrina de la Fe respecto a las acusaciones de abusos sexuales.

Sin embargo, la publicación de las nuevas Normas es diversa ya que presenta un texto jurídico oficial actualizado, válido para toda la Iglesia.

Para facilitar la lectura por parte del público no especializado que se interesa principalmente en la problemática relativa a los abusos sexuales, destacamos algunos aspectos.

Entre las novedades introducidas respecto a las normas precedentes, hay que subrayar ante  todo las que tienen como fin que los procedimientos sean más rápidos, así como la posibilidad de no seguir el camino procesal judicial, sino proceder por decreto extrajudicial, o la de presentar al Santo Padre, en circunstancias particulares, los casos más graves en vista de la dimisión del estado clerical.

Otra norma  encaminada a simplificar problemas precedentes y a tener en cuenta la evolución de la situación en la Iglesia, es la de que sean miembros del tribunal, o abogados o procuradores,  no solamente  los sacerdotes, sino también los laicos. Análogamente, para desarrollar estas funciones ya no es estrictamente necesario el doctorado en Derecho Canónico. La competencia requerida se puede demostrar de otra forma, por ejemplo con un título de licenciatura.

También hay que resaltar que la prescripción pasa de diez a veinte años, quedando siempre la posibilidad de deroga superado ese periodo.

Es significativa la equiparación a los menores de las personas con uso de razón limitado, y la introducción de una nueva cuestión: la pedo-pornografía, que se define así: Ala adquisición, posesión o divulgación por parte de un miembro del clero en cualquier modo y con cualquier medio, de imágenes pornográficas que tengan como objeto menores de 14 años.

Se vuelve a proponer la normativa sobre la confidencialidad de los procesos para tutelar la dignidad de todas las personas implicadas.

Un punto al que no se hace referencia, aunque a menudo es objeto de discusión en estos tiempos, tiene que ver con la colaboración con las autoridades civiles. Hay que tener en cuenta que las normas que se publican ahora forman parte del reglamento penal canónico, en sí completo y plenamente distinto del de los Estados.

En este contexto se puede recordar, sin embargo, la Guía para la comprensión de los procedimientos publicada en el sito de la Santa Sede. En esta Guía, la indicación:   Deben seguirse siempre las disposiciones de la ley civil en materia de información de delitos a las autoridades competentes, se ha incluido en la sección dedicada a los Procedimientos preliminares. Esto significa que en la praxis propuesta por la Congregación para la Doctrina de la Fe es necesario adecuarse desde el primer momento a las disposiciones de ley vigentes en los diversos países y no a lo largo del procedimiento canónico o sucesivamente.

La publicación de estas normas supone una gran contribución a la claridad y a la certeza del derecho en un campo en el que la Iglesia en estos momentos está muy decidida a actuar con rigor y con transparencia, para responder plenamente a las justas expectativas de tutela de la coherencia moral y de la santidad evangélica que los fieles y la opinión pública nutren hacia ella, y que el Santo Padre ha reafirmado constantemente.
Naturalmente, también son necesarias otras muchas medidas e iniciativas, por parte de diversas instancias eclesiásticas. La Congregación para la Doctrina de la Fe, por su parte, está estudiando cómo ayudar a los episcopados de todo el mundo a formular y poner en práctica con coherencia y eficacia las indicaciones y directrices necesarias para afrontar el problema de los abusos sexuales de menores por parte de miembros del clero o en el ámbito de actividades o instituciones relacionadas con la Iglesia, teniendo en cuenta  la situación y  los problemas de la sociedad en que trabajan.

Los frutos de las enseñanzas y de las reflexiones maduradas  a lo largo del  doloroso caso de la crisis debida a los abusos sexuales por parte de miembros del clero serán un paso crucial en el camino de  la Iglesia que deberá traducirlas en praxis permanente y ser siempre consciente de ellas.

Para completar este breve repaso de las principales novedades contenidas en las “Normas”, también hay que citar las relativas a delitos de otra naturaleza. De hecho, también en estos casos, no se trata tanto de determinaciones nuevas en la sustancia, sino de incluir normas ya en vigor, a fin de obtener una normativa completa más ordenada y orgánica sobre los delitos más graves reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Más concretamente, se han incluido: los delitos contra la fe (herejía, apostasía y cisma), para los cuales son normalmente competentes los ordinarios, pero la Congregación es competente en caso de apelación; la divulgación y grabación -realizadas maliciosamente- de las confesiones sacramentales, sobre las que ya se había emitido un decreto de condena en 1988; la ordenación de las mujeres, sobre la cual también existía un decreto de 2007”.

Carta abierta de George Weigel a Hans Küng

Traducción de: http://ensayosdeclaroscuro.blogspot.com/2010/05/carta-abierta-de-george-weigel-hans.html

Versión en inglés: https://bxvi.wordpress.com/2010/04/21/an-open-letter-to-hans-kung/

Estimado Sr. Kung,

Hace un decenio y medio, uno de sus colegas -uno de los más jóvenes teólogos progresistas del Vaticano II- me contaba cómo os había amablemente dedicado una advertencia al comienzo de la segunda sesión del concilio. Éste distinguido estudioso de la biblia y promotor de la reconciliación entre judíos y cristianos recordaba que, en aquellos difíciles días, acostumbraba usted conducir por los alrededores de Roma un Mercedes rojo candente descapotable, al que su amigo suponía ser un fruto del éxito que había tenido su libro “El concilio: reforma y reunión”
Tales alardes con el coche alarmaron a su colega, pareciéndole un imprudente e innecesario auto-bombo, teniendo en cuenta que algunas de sus más arrojadas opiniones, así como su talento para lo que después sería conocido como frasecitas oportunas, estaban ya haciendo levantar las cejas y las furias en la Curia romana. Por ello, así es como a mí me contaron la historia, su amigo un día le llamó aparte y le dijo a usted, utilizando un término francés que ambos entendisteis: “hans, te estás convirtiendo en demasiado evident”
Siendo el hombre que él sólo inventó un nuevo tipo de personalidad mediática mundial -el de teólogo disidente como estrella internacional- doy por supuesto que el aviso de su amigo no le alteró demasiado. En 1963 ya estaba usted decidido a crear un singular y personal camino, y ya conocía lo suficiente de los medios para saber que una prensa obsesionada con historias del tipo man-bites-dog (un hombre muerde a un perro) de un sacerdote-teólogo disidente le daría a usted un megáfono con el que expresar sus puntos de vista. Imagino que se encontraría decepcionado con el difunto Juan Pablo II quien, para desmantelar este escenario, anuló su mandato eclesiástico para enseñar como profesor de teología católica; como consecuencia, ásperamente denigró usted la supuesta inferioridad intelectual de Karol Wojtyla, en un volumen de sus memorias que, hasta hace poco, representaba el nivel más bajo de una polémica carrera en la que usted ha llegado a ser demasiado evident como persona poco capaz de conceder inteligencia, decencia o buena voluntad a sus adversarios.
Y digo hasta hace poco porque su carta abierta del 16 de abril a los obispos del mundo, que primero he leído en el Irish Times, crea un nuevo modelo para esta forma de odio particular conocida como el odium theologicum y por una condena malvada a un antiguo amigo que, tras su ascensión al papado, fue generoso con usted, al mismo tiempo que le animaba en algunos aspectos de su trabajo actual.
Antes de pasar al ataque contra la integridad del Papa Benedicto XVI permítame, sin embargo, observar que su artículo pone en penosa evidencia la falta de atención con la que ha seguido usted las cuestiones sobre las que se pronuncia con aire de infalible seguridad y que habría hecho enrojecer las mejillas de Pío IX.
Parece usted alegremente indiferente al caos doctrinal que afecta a una gran parte del protestantismo europeo y norteamericano, lo cual ha generado unas circunstancias en las que un serio diálogo ecuménico y teológico está gravemente amenazado.
Toma usted como cosa segura los ataques más rabiosos contra Pío XII, claramente ignorante de que recientes investigaciones han desplazado el acento hacia el coraje que Pío XII tuvo en la defensa de los judíos europeos (sin que eso afecte a lo que uno pueda pensar sobre su ejercicio de la prudencia)
Tergiversa usted los efectos del discurso del 2006 de Benedicto XVI en Ratisbona, que desestima como caricatura del Islam. De hecho, el Discurso de Ratisbona reenfocó el diálogo Católico-islámico en dos de los temás en los que esta conversación necesita urgentemente engranarse: libertad religiosa como fundamental derecho humano que puede ser conocido por la razón, y la separación de las autoridades política y religiosa en los estados del siglo XXI.
No parece usted comprender lo que realmente puede frenar el VIH/SIDA en África, y alude usted al manido mito de la superpoblación en un momento en que las tasas de fertilidad están cayendo por todo el globo y Europa está entrando en un invierno demográfico creado a propia conciencia.
Parece que usted olvida la prueba científica subyacente en la defensa de la Iglesia al estatus moral del embrión humano, al mismo tiempo que la acusa, falsamente, de oponerse a la investigación con las células madre.
¿Cómo puede usted desconocer estas cosas? Obviamente, usted es un hombre inteligente; en una ocasión hizo un innovador trabajo en teología ecuménica. ¿Qué le ha pasado?
Tal vez lo que ha pasado es que usted se ha perdido la discusión sobre el correcto sentido y hermenéutica del Concilio Vaticano II. Así se explica por qué continúa usted, sin descanso desde hace 50 años, su cruzada hacia un catolicismo liberal protestante, justamente en el momento en el que el proyecto liberal protestante está en pleno colapso por su incoherencia teológica inherente. Y es por eso por lo que se ha metido usted en una campaña viciosa de difamación contra un antiguo colega del Vaticano II, Joseph Ratzinger. Antes de entrar en este tema, permítame continuar, brevemente, con lo de la hermenéutica del concilio.
Bien que usted no sea el exponente teológicamente más logrado de lo que Benedicto XVI denominó la hermenéutica de ruptura en sus navidades del 2005 dirigiéndose a la Curia romana, es usted, sin lugar a dudas, el miembro internacionalmente más visible de un envejecido grupo que continua insistiendo en que el período 1962-1965 marca una etapa decisiva en la historia de la Iglesia Católica: el momento de un nuevo comienzo, en el que la Tradición sería destronada del lugar que había tomado como primera fuente de la reflexión teológica, para ser reemplazada por un Cristianismo que incesantemente deja al “mundo” preparar la agenda de la Iglesia (utilizando el moto que el concilio mundial de las Iglesias utilizó)
La lucha entre esta interpretación del concilio y la defendida por los padres conciliares como Ratzinger y Henri de Lubac dividieron el mundo teológico católico post-conciliar en dos facciones en discordia con dos revistas enfrentadas: Concilium¸ para usted y sus colegas progresistas, Communio para aquellos que usted continuaba a denominar como reaccionarios. Que el proyecto defendido por Concilium haya llegado a ser cada vez más improbable a lo largo del tiempo y que la joven generación de teólogos, especialmente en Norteamérica, gravitara hacia la órbita del Communio no ha debido de ser una experiencia agradable para usted.Y que el proyecto Communio haya orientado de forma decisiva los debates del Sínodo extraordinario de obispos de 1985, convocado por Juan Pablo II para celebrar los logros del Vaticano II y evaluar su completa puesta en obra en el vigésimo aniversario, debe de haber sido otro golpe.
Sin embargo, me aventuro a suponer que el hierro entró realmente en su alma cuando, el 22 de Diciembre del 2005, el recién elegido Papa Benedicto XVI –el hombre al que en una ocasión apoyó para conseguir la plaza de la facultad teológica de Tübingen- se dirigió a la Curia Romana y sugirió que la discusión se había terminado y que “la hermenéutica conciliar de la reforma”, que suponía la continuidad con la Gran Tradición de la Iglesia, había prevalecido sobre la “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”.
Tal vez, mientras bebía usted una cerveza junto a Benedicto XVI en Castel Gandolfo en el verano del 2005, imaginó que, de alguna forma, Ratzinger había cambiado de opinión en una cuestión tan importante. Obviamente, no lo había hecho. Me deja perplejo que pudiera usted siquiera imaginar que él podía aceptar su punto de vista sobre lo que supondría “un renovamiento continuo de la Iglesia”. Pero su análisis de la situación católica contemporánea llega a ser poco más plausible cuando se lee, más adelante en su reciente artículo de opinión, que los últimos papas han sido autócratas en relación a los obispos; de nuevo, uno se pregunta si ha prestado usted suficiente atención. Pues parece de por sí evidente que Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI han sido dolorosamente reticentes –algunos dirían que desafortunadamente reticentes- para disciplinar a obispos que se han mostrado incompetentes y dañinos y que, debido a ello, han perdido su capacidad para enseñar y liderar: una situación que muchos de nosotros esperamos que cambie, y que cambie pronto, a la luz de las últimas polémicas.
De alguna manera, por supuesto, ninguna de sus quejas sobre la vida católica post-conciliar es nueva. Sin embargo, para alguien que en verdad se preocupa por el futuro de la Iglesia Católica como testigo de la verdad de Dios para la salvación del mundo, insistir en el discurso con el que nos urge parece ser cada vez más contradictorio: que un Catolicismo creíble habrá de surcar el mismo camino ya pisado en recientes décadas por distintas sectas protestas y que, conscientes o no de ello, han seguido una u otra versión de sus consejos para adoptar una hermenéutica de ruptura con la Gran Tradición Cristiana. De todas formas, esa es la idea fija que ha adoptado usted desde la época en la que uno de sus colegas se preocupaba de que se estuviera usted convirtiendo en demasiado evident; y como ese ser evident le ha mantenido, al menos en las páginas de opinión de los periódicos que comparten su lectura de la tradición Católica, supongo que es mucho suponer que vaya usted a cambiar, o siquiera modificar, sus puntos de vista, incluso si hasta las más nimias evidencias empíricas de las que se dispone sugieren que el camino que usted propone es el del olvido para las iglesias.
Lo que sí podría esperarse, sin embargo, es que usted se comportara con un mínimo de integridad y decencia elemental en las controversias en las que se mete. Entiendo tan bien como cualquiera el odium theologicum, pero, con total franqueza, debo decirle que en su último artículo ha cruzado usted una línea que no debía de haber cruzado al escribir lo siguiente:
No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005)
Esto, señor, no es verdad. Me niego a creer que usted sabía que esto era falso y que, aún así, lo escribió, porque eso supondría que se ha usted condenado conscientemente como un mentiroso. Pero al asumir que usted no sabía que esta frase estaba tejida de mentiras, aparece usted como un ignorante tan manifiesto sobre cómo son asignadas las competencias en los casos de abuso sexual en la Curia Romana, antes de que Ratzinger tomara el control del proceso y lo pusiera bajo la competencia del CDF en el 2001, que pierde usted toda posibilidad de ser tomado en serio sobre este o sobre cualquier otro asunto que concierna a la Curia romana y al gobierno central de la Iglesia Católica.
Tal vez usted no lo sepa, pero he sido un vigoroso crítico, y espero que responsable, de la forma en que los casos de abuso sexual eran (mal)llevados por los obispos individuales y por las autoridades de la Curia antes de finales de los noventa, cuando el entonces Cardenal Ratzinger comenzó a luchar por un cambio mayor en el tratamiento de los casos (si está usted interesado, consulte mi libro del 2002, El coraje de ser católico. Crisis, reforma y futuro de la Iglesia)
Por ello, hablo con cierto conocimiento de causa, desde el que me apoyo cuando digo que la descripción que hace usted sobre el papel de Ratzinger, tal y como está más arriba citado, no solo es ridícula para cualquiera familiarizado con esta historia, sino que está desmentido por la experiencia de los obispos americanos que, sistemáticamente, han encontrado en Ratzinger a alguien cuidadoso, dispuesto a ayudar y profundamente preocupado por la corrupción del sacerdocio debida a una pequeña minoría de abusadores, al mismo tiempo que afligido por la incompetencia o mala conducta de obispos que tomaron las promesas de la psicoterapia mucho más en serio de lo que ésta merecía, o carecieron del coraje moral necesario para enfrentarse a lo que tenía que ser enfrentado.
Reconozco que los autores no escriben los epígrafes, en ocasiones horrorosos, que son colocados en la sección de opinión. Aún así, firmó usted una pieza tan ácida –de por sí indigna de un antiguo sacerdote, de un intelectual o de un caballero- que permitió a los editores del Irish Times resumir así su artículo: el Papa Benedicto ha empeorado la situación en todo lo que no marcha en la Iglesia Católica, y él es directamente responsable de haber organizado a nivel mundial el ocultamiento de las violaciones a menores cometidas por los sacerdotes, según esta carta abierta a todos los obispos Católicos”. Esta grotesca falsificación de la verdad tal vez pueda demostrar hasta dónde puede el odium theologicum conducir a una persona. Pero eso no la hace menos vergonzosa.
Permítame sugerirle que le debe usted una disculpa al Papa Benedicto XVI por lo que –hablando objetivamente- es una calumnia que ruego haya sido cometida en parte por ignorancia (si no por la ignorancia culpable). Le aseguro que estoy a favor de una profunda reforma de la Curia Romana y del episcopado, y de tales proyectos doy cuenta con más detalle en God’s Choice: Pope Benedict XVI and the Future of the Catholic Church, libro del que me placería enviarle una copia en alemán. Pero no puede haber una auténtica reforma en la Iglesia si no se pasa antes por el escarpado y estrecho valle de la verdad. La verdad ha sido masacrada en su artículo del Irish Times. Eso significa que ha hecho usted retroceder la causa de la reforma.
Con la garantía de mis oraciones,
George Weigel

Declaración del Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede (14.4.10)

[fuente: http://visnews-es.blogspot.com/2010/04/declaracion-del-director-de-la-oficina.html]

“CIUDAD DEL VATICANO, 15 ABR 2010 (VIS).-El director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, S.I., realizó ayer por la tarde la siguiente declaración:

“Las autoridades eclesiásticas no consideran de su competencia hacer afirmaciones generales de carácter específicamente psicológico o médico, para las cuales se remiten naturalmente a los estudios de especialistas y a las investigaciones que realizan.

“Por lo que concierne a la competencia de las autoridades eclesiásticas, en el campo de las causas de abusos de menores por parte de sacerdotes, afrontadas en los años recientes por la Congregación para la Doctrina de la Fe, se confirma el dato estadístico referido por monseñor Charles J. Scicluna en el que hablaba de un 10% de casos de pederastia, en el sentido propio de la palabra, y un 90% de casos que más bien hay que definir como efebofilia (es decir, con adolescentes), de los cuales el 60% hacen referencia a personas del mismo sexo y el 30 % de carácter heterosexual. Aquí se hace referencia evidentemente a los problemas de abusos por parte de sacerdotes y no de la población en general”.

El Papa y los abusos en EE.UU.: lo que el “Times” no cuenta

“El New York Times ha publicado que en 1998 la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida entonces por el Card. Ratzinger, impidió que se procesara a un sacerdote acusado de abusar de niños sordos. Pero no cuenta la historia completa, que lleva a conclusiones diferentes.”

Rafael Serrano // Aceprensa

El artículo de Laurie Goodstein en el New York Times sostiene que en 1996 el Card. Joseph Ratzinger, a la sazón prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), desoyó las peticiones del arzobispo de Milwaukee, Mons. Rembert Weakland, para que se abriera un proceso contra un sacerdote culpable de abusos de menores.

Goodstein se basa en documentos eclesiásticos “recientemente sacados a la luz” en el curso de un pleito civil iniciado contra la archidiócesis por cinco de las víctimas. Los abogados de los querellantes facilitaron los documentos.

Según Goodstein, los hechos se sucedieron así:

— El sacerdote acusado, Lawrence Murphy, trabajó de 1950 a 1974 en un colegio para niños sordos, St. John’s School, de la que en 1963 fue nombrado director. Allí abusó de muchos alumnos, hasta 200 quizá.

— Pese a las denuncias que empezaron a llegar, los superiores nunca juzgaron ni castigaron a Murphy, sino que en 1974 lo apartaron de St. John’s y lo trasladaron a la diócesis de Superior, donde transcurrió sus 24 años de vida restantes “trabajando libremente con niños” en parroquias, escuelas y un centro de reclusión para delincuentes juveniles.

— La archidiócesis no informó nunca a las autoridades civiles. Pero la policía y los fiscales, a su vez, no hicieron caso de las denuncias presentadas por las víctimas.

— Como en 1993 llegaron más denuncias a la archidiócesis sobre abusos anteriores a 1974, Mons. Weakland hizo que una trabajadora social, especialista en paidófilos, examinara a Murphy. La conclusión de tres días de entrevistas fue que Murphy había reconocido los hechos, que probablemente había tenido contactos con unos 200 chicos y que no mostraba arrepentimiento.

— Mons. Weakland, sin embargo, no intentó que Murphy fuera excluido del ministerio sacerdotal hasta 1996. Ese año, escribió dos cartas sobre el caso al Card. Ratzinger, que no contestó. Al cabo de ocho meses, el secretario de la Congregación, Tarcisio Bertone –actualmente cardenal secretario de Estado– indicó al que abriera un proceso canónico contra Murphy.

— Murphy escribió al Card. Ratzinger en enero de 1998 para solicitar que se abandonara el proceso abierto contra él. Alegaba que su edad era avanzada y su salud frágil, y que las normas canónicas fijaban el plazo de un mes desde la comisión del delito para iniciar un proceso.

— Tras esta apelación de Murphy al Card. Ratzinger, Mons. Bertone “detuvo” el proceso.

— En mayo de 1998 hubo una reunión en el Vaticano, en la que Mons. Weakland –según él mismo dijo luego a la periodista– no logró convencer a Mons. Bertone y otros miembros de la Congregación de que permitieran el proceso para apartar al Murphy del sacerdocio. Murphy murió de causas naturales en agosto siguiente.

Relato selectivo

Goodstein sostiene que el prefecto y la Congregación primero dieron largas, luego pusieron trabas y finalmente impidieron el proceso contra Murphy.

Sin embargo, el examen de los mismos documentos publicados permite descubrir que esa tesis se apoya en una exposición selectiva de los hechos.

Goodstein no explica por qué llegó el caso Murphy a la Santa Sede. Weakland se dirigió a Ratzinger cuando supo que algunos de los delitos denunciados eran de solicitación, o sea, cometidos en el confesonario. De ahí concluyó que caían bajo la jurisdicción de la CDF y hacía falta autorización para proseguir.

Cualquiera que fuera la razón de que Ratzinger o la CDF no contestaran pronto, esto no impidió la apertura del proceso penal contra Murphy, cosa que tampoco menciona Goodstein. Su relato salta de la carta a Ratzinger en julio de 1996 a la respuesta de Bertone en marzo de 1997 con las instrucciones para abrir el proceso. La documentación muestra que Weakland ya lo había iniciado el 22-11-1996.

Al confirmar la autorización para procesar a Murphy por solicitación, Bertone señaló además a Weakland que las normas procesales vigentes que debía seguir eran las de una instrucción de 1962 sobre el modo de investigar y juzgar tales delitos. Por eso se abandona el proceso original y se comienza otro conforme al procedimiento específico.

Después el tribunal se percata de que, según la instrucción de 1962, el obispo competente para juzgar el caso es el de la diócesis donde vive el acusado, en este caso la de Superior. Esto obliga a cerrar el proceso en Milwaukee y pedir a Mons. Fliss que abra otro, cosa que hace el 14-12-1997.

La apertura sucesiva de dos procesos inválidos antes de iniciar el tercero y definitivo ocasionó demoras, pero no fueron culpa de la CDF.

Datos silenciados

Tampoco se concluyó el proceso en Superior, según Goodstein porque la CDF admitió los argumentos de Murphy en su carta a Ratzinger del 12-01-1998.

“El cardenal Bertone –se lee al principio del artículo– detuvo el proceso después de que Fr. Murphy escribiera personalmente al cardenal Ratzinger alegando que no debería ser llevado a juicio porque ya se había arrepentido y su salud era mala, y porque el caso había prescrito”. Hacia el final, Goodstein insiste: “El intento de expulsar a Fr. Murphy tuvo un súbito fin después de que el sacerdote apelara al cardenal Ratzinger”.

Aquí es donde las omisiones de Goodstein operan la mayor tergiversación. Primero, el final no fue precisamente “súbito”, pues los cargos no fueron retirados hasta siete meses después de la carta de Murphy y a los cuatro desde que Bertone informara a Fliss de las alegaciones del acusado para que las tuviera en cuenta.

Tampoco dice Goodstein que el 19-08-1998, cuando Weakland comunicó a la CDF que abandonaba el caso, añadió que comenzaría inmediatamente un proceso administrativo para declarar a Murphy incapaz de ejercer el ministerio.

Es cierto que en su carta a Fliss (6-04-1998) Bertone puso en duda que conviniera proseguir la causa penal contra Murphy, y recomendó emplear primero medidas pastorales; y en la posterior reunión en el Vaticano con él, con Weakland y otros (30-05-1998), insistió en lo mismo. Pero Goodstein silencia datos cruciales.

Otro caso igual

No dice que en la carta a Ratzinger del 17-07-1996, Weakland consultó a la vez sobre otro caso antiguo de sacerdote acusado de abuso de menores y solicitación. La respuesta de Bertone (24-03-1997) se refiere a los dos casos y autoriza la apertura de los dos procesos. El del otro sacerdote se concluyó con la condena y la exclusión del estado clerical (está pendiente la apelación).

La tesis expresada en el titular del artículo, “el Vaticano rehusó expulsar a un sacerdote de EE.UU. que abusó de niños” (para evitar un escándalo que dañara el buen nombre de la Iglesia, según la interpretación de Goodstein), suscita dudas si resulta que en un caso simultáneo y paralelo la misma CDF no puso reparo alguno. ¿A qué se debe la diferencia?

Como se puede leer en los documentos, el segundo acusado había confesado sus delitos ante tres testigos, no víctimas, que así lo declararon bajo juramento. Respecto a Murphy, solo había un informe manuscrito de la trabajadora social que lo entrevistó; pero él mismo negó siempre los hechos, tanto en la fase de investigación como en sus declaraciones una vez citado a juicio.

Por eso, en la reunión del 30-05-1998, Bertone y otros de la CDF sostuvieron que no había base suficiente para un proceso penal. El largo tiempo transcurrido, 24 años, sin nuevas denuncias dificultaba mucho probar la solicitación en un juicio, a falta de confesión de parte. Y si no había indicios de abusos desde 1974, Bertone no veía utilidad en las acciones penales contra un acusado que parecía próximo a morir.

La recomendación de Bertone fue prohibir a Murphy todo ministerio con sordos y conminarle a manifestar arrepentimiento, advirtiéndole que si no lo hacía, se le impondrían sanciones más graves, incluso la exclusión del estado clerical en último caso.

Bertone no andaba descaminado. Como se comprobó antes de que pasaran tres meses, el proceso no se habría podido concluir: Murphy murió el 21-08-1998.

Sin Ratzinger no habría historia

Lo más censurable del modo como se manejó el caso Murphy es que ante las primeras denuncias no hubiera reacción eficaz por parte de las autoridades eclesiásticas. Tampoco intervinieron las civiles, que desestimaron las acusaciones dos veces, en 1973 y 1974, porque los hechos habían prescrito.

Algo hizo la diócesis, al apartar a Murphy de St. John’s. Pero ni la diócesis ni la policía investigaron más para averiguar si Murphy había cometido abusos más recientes o si seguía siendo un peligro para los menores. Tuvieron que pasar casi veinte años hasta que nuevas denuncias sobre la época de Murphy en St. John’s urgieran a intentar esclarecer los hechos.

Esto no se acaba de descubrir. Buena parte de los documentos obtenidos por Goodstein, aunque ella no lo consigna, habían sido hecho públicos el año pasado por la organización de víctimas que ha puesto una demanda civil a la diócesis. Lo que parece revelar Goodstein por primera vez es la correspondencia entre los obispos y el Vaticano.

Ahí se ve que la notificación a la CDF llegó al final, casi veinticinco años después de las primeras denuncias y cuando empezaba a verse próxima la muerte de Murphy. La intervención del dicasterio, en el curso del último año y medio, no habría podido recuperar lo que no se hizo en las dos décadas anteriores.

Pero al frente de la CDF estaba el actual Papa, y eso es lo que proporciona la historia a la periodista. Goodstein habría podido titular: “El Vaticano autorizó la expulsión de un sacerdote de EE.UU. que abusó de niños”, en referencia al otro acusado de Milwaukee. El interés de Goodstein, sin embargo, parece ser relacionar a Benedicto XVI con algún pasado caso de abusos mal llevado, como en el de Múnich. Lo hace con una presentación selectiva de datos que equivale a desinformación.

La Iglesia es rigurosa ante los casos de pedofilia

Entrevista a monseñor Charles Scicluna, promotor de justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe

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Entrevista a monsenyor Charles Scicluna, promotor de justícia de la Congregació per a la Doctrina de la Fe

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Giani Cardinali // Avvenire