Category Archives: Benedicto XVI en Barcelona

Felices Navidades y tristes verdades (o la singular forma de felicitar las fiestas de Benedicto XVI)

Cuentan los expertos que las controversias mediáticas suelen primar, con frecuencia, los elementos conflictivos por encima de la búsqueda de la verdad. El gran escándalo del 2010 para la Iglesia -los abusos sexuales del clero- va camino de convertirse en el conflicto que, en contra de lo previsto, consiguió llevar estos dos elementos a su máxima expresión.

Benedicto XVI no es amigo de felicitar la Navidad a la Curia con frases convencionales y discursos de compromiso. Así como en la primera oportunidad, en 2005, planteó abiertamente su visión de la historia de la Iglesia tras el Vaticano II (hermenéutica de la discontinuidad vs hermenéutica de la ruptura) en esta Navidad de 2010 ha afrontado sin rodeos “las grandes angustias” que han marcado la actualidad informativa en torno a los sacerdotes los últimos meses. Con su franqueza habitual, Benedicto XVI ha explicado: “hemos sido turbados cuando, precisamente en este año y en una dimensión inimaginable para nosotros, hemos tenido conocimiento de abusos contra menores cometidos por sacerdotes, que trabucan el Sacramento en su contrario: bajo el manto de lo sagrado hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le acarrean un daño para toda la vida”. Asegura haber visto el rostro de la Iglesia “cubierto de polvo” y su vestido “desgarrado” por culpa de los sacerdotes.

Mucho se ha comentado el papel de los medios en esta polémica mediática. Desencadenado el mecanismo del chivo expiatorio, no ha sido fácil en ocasiones sustraer la razón de la espiral de acusaciones que se vertían contra el papa alemán, precisamente la persona que -pasados los días de gran conflagración- ha aparecido como el bueno de la película. La sociedad buscaba un culpable, y ese anciano vestido de blanco parecía, nunca mejor dicho, un blanco fácil. Afortunadamente, el relato informativo de los medios no está todo escrito de antemano, y los acontecimientos llevaron las plumas periodísticas por derroteros fuera de guión. Si en marzo y abril se le presentaba como el gran odiado, tras el viaje al Reino Unido y en vísperas de su visita a Barcelona y Santiago un prestigioso observador afirmaba que el Papa “ha sabido hacer llegar sus mensajes al pueblo”.

Sólo la verdad…

Quizás haya sido esto, su capacidad de conectar con el pueblo, lo que más incomodara a sus opositores. Pero esta capacidad de entender el alma del tipo corriente ni se improvisa ni es fruto de un cálculo estratégico o de un plan de comunicación. Parte del éxito de Benedicto XVI en salir airoso de un año sembrado de malas noticias responde, simplemente, a su capacidad de entender en su esencia el funcionamiento de las controversias en la opinión pública. Sabe que más allá de la polémica del gran titular hay que buscar siempre lo cierto, si algo hay de cierto en lo narrado, es decir, aquello que realmente han vivido las personas concretas que aparecen en la noticia.

En otras palabras, busca la verdad. Y esta búsqueda de la verdad, una vez más, se ha revelado no sólo como la única actitud finalmente válida, sino como la mediáticamente más fructífera. Esta actitud queda explicitada en sus recientes declaraciones a Peter Seewald sobre el escándalo de los abusos del clero: “Saltaba a la vista que la información dada por la prensa no estaba guiada por la pura voluntad de transmitir la verdad sino que había también un goce en desairar a la Iglesia y en desacreditarla lo más posible. Pero, más allá de ello, debía quedar siempre claro que, en la medida en que es verdad, tenemos que estar agradecidos por toda información. La verdad, unida al amor bien entendido, es el valor número uno. Por último, los medios no podrían haber informado de esa manera si el mal no estuviese presente en la misma Iglesia. Sólo porque el mal estaba en la Iglesia pudo ser utilizado por otros en su contra”.

En coherencia con este punto de partida, el Papa exhortó en su discurso de Navidad a la cúria a “aceptar esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación. Sólo la verdad salva. Debemos preguntarnos qué podemos hacer para reparar lo más posible la injusticia cometida. Debemos preguntarnos qué era equivocado en nuestro anuncio, en toda nuestra forma de configurar el ser cristiano, de manera que una cosa semejante pudiera suceder. Debemos encontrar una nueva determinación en la fe y en el bien. Debemos ser capaces de penitencia. Debemos esforzarnos en intentar todo lo posible, en la preparación al sacerdocio, para que una cosa semejante no pueda volver a suceder”. De la mano de Benedicto XVI, el gran escándalo ha contribuido a que saliera a la luz una gran verdad, incómoda, sobre los miembros de la Iglesia. Y sólo a partir de la verdad se puede mejorar lo presente.

…Y toda la verdad

La verdad ha sido, en efecto, incómoda y dolorosa para la Iglesia. Pero la verdad no se acaba aquí. Explica Benedicto XVI: “no podemos tampoco callar sobre el contexto de nuestro tiempo en el que hemos tenido que ver estos acontecimientos. Existe un mercado de la pornografía que afecta a los niños, que de alguna forma parece ser considerado por la sociedad cada vez más como algo normal. La destrucción psicológica de niños, cuyas personas son reducidas a artículo de mercado, es un espantoso signo de los tiempos (…). Se plantea también el problema de la droga, que con fuerza creciente extiende sus tentáculos de pulpo en todo el globo terrestre (…) Todo placer resulta insuficiente y el exceso en el engaño de la embriaguez se convierte en una violencia que destruye regiones enteras, y esto en nombre de un malentendido fatal de la libertad en el que precisamente la libertad del hombre es minada y al final anulada del todo”. En el discurso, además, Benedicto XVI apunta a los fundamentos ideológicos de estos males: la apología de la pedofilia en los 70 y la sustitución de la moral por un cálculo relativista de las consecuencias.

Tan peculiar -por valiente- felicitación de Navidad prosigue después comentando el Sínodo de las Iglesias Orientales, el viaje al Reino Unido y la beatificación del cardenal Newman. El texto completo, aquí. De lectura imprescindible.

¡Feliz Navidad!

Discurso del Papa a los miembros de la Curia Romana para felicitar la próxima Navidad

Fuente: http://www.zenit.org/article-37685?l=spanish
* * * * *

Señores cardenales, venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas,

Me encuentro con vosotros con vivo agrado, queridos Miembros del Colegio Cardenalicio, representantes de la Curia Romana y de la Gobernación, para esta cita tradicional. Os dirijo a cada uno un cordial saludo, empezando por el cardenal Angelo Sodano, a quien doy las gracias por las expresiones de devoción y de comunión, y por los fervientes augurios que me ha dirigido en nombre de todos. Prope est jam Dominus, venite, adoremus! Contemplamos como una única familia el misterio del Emmanuel, del Dios-con-nosotros, como dijo el cardenal decano. Os devuelvo de buen grado vuestras felicitaciones y deseo agradeceros vivamente a todos, incluyendo a los representantes pontificios diseminados por el mundo, la aportación competente y generosa que cada uno presta al Vicario de Cristo y a la Iglesia.

Excita, Domine, potentiam tuam, et veni” – con estas palabras y otras similares, la liturgia de la Iglesia reza repetidamente en los días del Adviento. Son invocaciones formuladas probablemente en el periodo de decadencia del Imperio Romano. La descomposición de los ordenamientos que sostenían el derecho y de las actitudes morales de fondo, que daban fuerza a aquellos, causaban la ruptura de los márgenes que hasta aquel momento habían protegido la convivencia pacífica entre los hombres. Un mundo estaba desapareciendo. Frecuentes cataclismos naturales aumentaban aún más esta experiencia de inseguridad. No se veía fuerza alguna que pudiese frenar aquel ocaso. Tanto más insistente era la invocación del poder propio de Dios: que Él viniera y protegiera a los hombres de todas estas amenazas.

Excita, Domine, potentiam tuam, et veni“. También hoy tenemos nosotros muchos motivos para asociarnos a esta oración de Adviento de la Iglesia. El mundo, con todas sus nuevas esperanzas y posibilidades, está al mismo tiempo angustiado por la impresión de que el consenso moral se está disolviendo, un consenso sin el cual las estructuras jurídicas y políticas no funcionan; en consecuencia, las fuerzas movilizadas para la defensa de estas estructuras parecen estar destinadas al fracaso.

Excita – la oración recuerda el grito dirigido al Señor, que estaba durmiendo en la barca de los discípulos zarandeada por la tempestad y a punto de hundirse. Cuando su palabra poderosa hubo aplacado la tempestad, Él reprochó a los discípulos por su poca fe (cfr Mt 8,26 y par.). Quería decir: en vosotros mismos, la fe se ha dormido. Lo mismo quiere decirnos también a nosotros. También en nosotros la fe a menudo se duerme. Pidámosle por tanto que nos despierte del sueño de una fe que se ha vuelto cansada y que vuelva a dar a nuestra fe el poder de mover las montañas -es decir, de dar el orden justo a las cosas del mundo.

Excita, Domine, potentiam tuam, et veni“: en las grandes angustias, a la que hemos sido expuestos este año, esta oración de Adviento me ha vuelto siempre al corazón y a los labios. Con gran alegría habíamos comenzado el Año sacerdotal y, gracias a Dios, pudimos concluirlo también con gran agradecimiento, a pesar de que se llevara a cabo de forma tan distinta a como esperábamos. En nosotros los sacerdotes, y en los laicos, y precisamente también en los jóvenes, se ha renovado la conciencia de qué don representa el sacerdocio de la Iglesia católica, que el Señor nos ha confiado. Nos hemos dado cuenta nuevamente de qué bello es que los seres humanos hayamos sido autorizados a pronunciar, en nombre de Dios y con pleno poder, la palabra del perdón, y seamos así capaces de cambiar el mundo, la vida; qué hermoso es que los seres humanos hayamos sido autorizados a pronunciar las palabras de la consagración, con las que el Señor atrae hacia sí un trozo de mundo, y en cierta forma lo transforme en su sustancia; qué hermoso es poder estar, con la fuerza del Señor, cerca de los hombres en sus alegrías y sufrimientos, tanto en las horas importantes como en las horas oscuras de la existencia; qué hermoso es tener en la vida como tarea no esto o lo otro, sino sencillamente el ser mismo del hombre – para ayudarle a que se abra a Dios y que viva a partir de Dios. Por eso hemos sido turbados cuando, precisamente en este año y en una dimensión inimaginable para nosotros, hemos tenido conocimiento de abusos contra menores cometidos por sacerdotes, que trabucan el Sacramento en su contrario: bajo el manto de lo sagrado hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le acarrean un daño para toda la vida.

En este contexto, me venía a la mente una visión de santa Hildegarda de Bingen que describe de forma conmovedora lo que hemos vivido este año: “En el año 1170 después del nacimiento de Cristo estuve durante largo tiempo enferma en la cama. Entonces, física y mentalmente despierta, vi a una mujer de una belleza tal que la mente humana no era capaz de comprender. Su figura se erguía desde la tierra hasta el cielo. Su rostro brillaba con un resplandor sublime. Su mirada estaba dirigida al cielo. Estaba vestida con una túnica luminosa y radiante de seda blanca y un manto guarnecido de piedras preciosas. En los pies calzaba zapatos de ónice. Pero su rostro estaba embadurnado de polvo; su vestido, por el lado derecho, estaba desgarrado. También el manto había perdido su belleza singular, y sus zapatos estaban ensuciados por encima. Con voz alta y dolorida, la mujer gritó hacia el cielo: ‘¡Escucha, oh cielo, mi rostro está manchado! ¡Aflígete, oh tierra: mi vestido está desgarrado! ¡Tiembla, oh abismo: mis zapatos están ensuciados!’

Y prosiguió: ‘Estaba escondida en el corazón del Padre, hasta que el Hijo del hombre, concebido y dado a luz en la virginidad, derramó su sangre. Con esta sangre, como dote suya, me tomó como su esposa. Los estigmas de mi esposo permanecen frescos y abiertos, mientras estén abiertas las heridas de los pecados de los hombres. Precisamente el que sigan abiertas las heridas de Cristo es por culpa de los sacerdotes. Estos desgarran mi túnica porque son transgresores de la Ley, del Evangelio y de su deber sacerdotal. Quitan el esplendor a mi manto, porque descuidan totalmente los preceptos que se les impusieron. Ensucian mis zapatos, porque no caminan por sendas rectas, es decir, en las duras y severas de la justicia, y tampoco dan buen ejemplo a sus súbditos. Con todo, encuentro en algunos el esplendor de la verdad’.

Y escuché una voz del cielo que decía: ‘Esta imagen representa a la Iglesia. Por esto, oh ser humano que ves todo esto y que escuchas las palabras de lamento, anúncialo a los sacerdotes que están destinados a la guía y a la instrucción del pueblo de Dios y a los cuales, como a los apóstoles, se ha dicho: Id a todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda criatura’ (Mc 16,15)” (Carta a Werner von Kirchheim y a su comunidad sacerdotalPL 197, 269ss).

En la visión de santa Hildegarda, el rostro de la Iglesia está cubierto de polvo, y es así como lo hemos visto nosotros. Su vestido está desgarrado – por culpa de los sacerdotes. Así como ella lo vio y expresó, lo hemos vivido este año. Debemos aceptar esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación. Sólo la verdad salva. Debemos preguntarnos qué podemos hacer para reparar lo más posible la injusticia cometida. Debemos preguntarnos qué era equivocado en nuestro anuncio, en toda nuestra forma de configurar el ser cristiano, de manera que una cosa semejante pudiera suceder. Debemos encontrar una nueva determinación en la fe y en el bien. Debemos ser capaces de penitencia. Debemos esforzarnos en intentar todo lo posible, en la preparación al sacerdocio, para que una cosa semejante no pueda volver a suceder. Éste es también el lugar para agradecer de corazón a todos aquellos que se han empeñado en ayudar a las víctimas y en devolverles la confianza en la Iglesia, la capacidad de creer en su mensaje. En mis encuentros con las víctimas de este pecado, siempre he encontrado a personas que, con gran dedicación, están al lado de quienes sufren y han sufrido daño. Ésta es la ocasión también para dar las gracias también a tantos buenos sacerdotes que transmiten en humildad y fidelidad la bondad del Señor y que, en medio de las devastaciones, son testigos de la belleza no perdida del sacerdocio.

Somos conscientes de la particular gravedad de este pecado cometido por sacerdotes y de nuestra correspondiente responsabilidad. Pero no podemos tampoco callar sobre el contexto de nuestro tiempo en el que hemos tenido que ver estos acontecimientos. Existe un mercado de la pornografía que afecta a los niños, que de alguna forma parece ser considerado por la sociedad cada vez más como algo normal. La destrucción psicológica de niños, cuyas personas son reducidas a artículo de mercado, es un espantoso signo de los tiempos. Escucho de los obispos de países del Tercer Mundo una y otra vez que el turismo sexual amenaza a una generación entera y la daña en su libertad y en su dignidad humana. El Apocalipsis de san Juan enumera entre los grandes pecados de Babilonia – símbolo de las grandes ciudades irreligiosas del mundo – el hecho de practicar el comercio de los cuerpos y de las almas y de hacer de ellos una mercancía (cfr. Ap 18,13). En este contexto, se plantea también el problema de la droga, que con fuerza creciente extiende sus tentáculos de pulpo en todo el globo terrestre – expresión elocuente de la dictadura de Mammón que pervierte al hombre. Todo placer resulta insuficiente y el exceso en el engaño de la embriaguez se convierte en una violencia que destruye regiones enteras, y esto en nombre de un malentendido fatal de la libertad en el que precisamente la libertad del hombre es minada y al final anulada del todo.

Para oponernos a estas fuerzas debemos echar una mirada a sus fundamentos ideológicos. En los años 70, la pedofilia fue teorizada como algo totalmente conforme al hombre y también al niño. Esto, sin embargo, formaba parte de una perversión de fondo del concepto de ethos. Se afirmaba – incluso en el ámbito de la teología católica – que no existían ni el mal en sí ni el bien en sí. Existirían sólo un “mejor que” y un “peor que”. Nada sería de por sí bueno o malo. Todo dependería de las circunstancias y del fin pretendido. Según los fines y las circunstancias, todo podría ser bueno o también malo. La moral se sustituyó por un cálculo de las consecuencias y con ello dejó de existir. Los efectos de tales teorías son hoy evidentes. Contra ellas el papa Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis splendor de 1993, indicó con fuerza profética en la gran tradición del ethos cristiano las bases esenciales de la actuación moral. Este texto debe ser puesto hoy nuevamente en el centro como camino en la formación de la conciencia. Es responsabilidad nuestra hacer nuevamente audibles y comprensibles entre los hombres estos criterios como vías de la verdadera humanidad, en el contexto de la preocupación por el hombre, en la que estamos inmersos.

Como segundo punto quisiera decir algo sobre el Sínodo de las Iglesias de Oriente Medio. Este comenzó con mi viaje a Chipre donde pude entregar el Instrumentum laboris para el Sínodo a los obispos de esos países allí reunidos. Permanece inolvidable la hospitalidad de la Iglesia ortodoxa que pudimos experimentar con gran gratitud. Aunque la comunión plena no nos ha sido dada aún, constatamos con alegría, con todo, que la forma básica de la Iglesia antigua nos une profundamente unos a otros; el ministerio sacramental de los Obispos como portadores de la tradición apostólica, la lectura de la Escritura según la hermenéutica de la Regula fidei, la comprensión de la Escritura en la unidad multiforme centrada en Cristo y desarrollada gracias a la inspiración de Dios y, finalmente, la fe en la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia. Así hemos encontrado de modo vivo la riqueza de los ritos de la Iglesia antigua también dentro de la Iglesia católica. Tuvimos liturgias con maronitas y con melquitas, celebramos en rito latino y tuvimos momentos de oración ecuménica con los ortodoxos y, en manifestaciones imponentes, pudimos ver la rica cultura cristiana del Oriente cristiano. Pero vimos también el problema del país dividido. Se hacían visibles las culpas del pasado y las profundas heridas, pero también el deseo de paz y de comunión como existían antes. Todos son conscientes del hecho de que la violencia no lleva a ningún progreso – ésta, de hecho, ha creado la situación actual. Sólo en el compromiso y en la comprensión mutua puede restablecerse una unidad. Preparar a la gente a esta actitud de paz es una tarea esencial de la pastoral.

En el Sínodo la mirada se extendió también a todo Oriente Medio, donde conviven los fieles pertenecientes a religiones distintas y también a múltiples tradiciones y ritos distintos. En lo que respecta a los cristianos, hay Iglesias precalcedonenses y calcedonenses; Iglesias en comunión con Roma y otras que están fuera de esta comunión, y en ambas existen, uno junto a otro, múltiples ritos. En los desórdenes de los últimos años ha sido turbada la historia de convivencia, las tensiones y las divisiones han crecido, de modo que cada vez más con temor somos testigos de actos de violencia en los que ya no se respeta lo que para el otro es sagrado, sino que al contrario, se derrumban las reglas más elementales de la humanidad. En la situación actual, los cristianos son la minoría más oprimida y atormentada. Durante siglos vivieron pacíficamente junto con sus vecinos judíos y musulmanes. En el Sínodo escuchamos las sabias palabras del Consejo del Mufti de la República del Líbano contra los actos de violencia contra los cristianos. Él decía: hiriendo a los cristianos nos herimos a nosotros mismos. Por desgracia, ésta y otras voces análogas de la razón, por las que estamos profundamente agradecidos, son demasiado débiles. También aquí el obstáculo es la unión entre la avidez de lucro y la ceguera ideológica. Sobre la base del espíritu de la fe y de su racionabilidad, el Sínodo ha desarrollado un gran concepto de diálogo, de perdón y de mutua acogida, un concepto que queremos ahora gritar al mundo. El ser humano es uno solo y la humanidad es una sola. Lo que en cualquier lugar se haga contra un hombre al final daña a todos. Así las palabras y las ideas del Sínodo deben ser un fuerte grito dirigido a todas las personas con responsabilidad política o religiosa para que detengan la cristianofobia; para que se levanten en defensa de los prófugos y de los que sufren y revitalicen el espíritu de la reconciliación. En último análisis, la curación podrá venir sólo de una fe profunda en el amor reconciliador de Dios. Dar fuerza a esta fe, nutrirla y hacerla resplandecer es la tarea principal de la Iglesia en esta hora.

Me gustaría hablar detalladamente del inolvidable viaje al Reino Unido, pero quiero limitarme a dos puntos que están relacionados con el tema de la responsabilidad de los cristianos en este tiempo y con la tarea de la Iglesia de anunciar el Evangelio. El pensamiento sale ante todo al encuentro con el mundo de la cultura en la Westminster Hall, un encuentro en el que la conciencia de la responsabilidad común en este momento histórico creó una gran atención, que, en el fondo, se dirige a la cuestión sobre la verdad y la propia fe. Que en este debate la Iglesia debe dar su propia contribución, era evidente para todos. Alexis de Tocqueville, en su época, había observado que en América la democracia había sido posible y había funcionado porque existía un consenso moral de base que, yendo más allá de las denominaciones individuales, unía a todos. Sólo si existe un consenso semejante sobre lo esencial, las constituciones y el derecho pueden funcionar. Este consenso de fondo procedente del patrimonio cristiano está en peligro allí donde en su lugar, en lugar de la razón moral, se coloca la mera racionalidad finalista de la que he hablado hace un momento. Esto supone en realidad una ceguera de la razón hacia lo que es esencial. Combatir contra esta ceguera de la razón y conservar su capacidad de ver lo esencial, de ver a Dios y al hombre, lo que es bueno y lo que es verdadero, es el interés común que debe unir a todos los hombres de buena voluntad. Está en juego el futuro del mundo.

Finalmente, quisiera recordar una vez más la beatificación del cardenal John Henry Newman. ¿Por qué ha sido beatificado? ¿Qué tiene que decirnos? A estas preguntas se pueden dar muchas respuestas, que ya se han desarrollado en el contexto de la beatificación. Quisiera poner de manifiesto solamente dos aspectos que van unidos y que, a fin de cuentas, expresan lo mismo. El primero es que debemos hablar de las tres conversiones de Newman, porque son los pasos de un camino espiritual que nos interesa a todos. Quisiera subrayar aquí sólo la primera conversión: la conversión a la fe en el Dios vivo. Hasta aquel momento, Newman pensaba como la mayoría de los hombres de su tiempo y como la mayoría de los hombres de hoy, que no excluyen simplemente la existencia de Dios, pero que la consideran como algo inseguro, que no tiene un papel esencial en la propia vida. Lo que a él le parecía verdaderamente real, como a los hombres de su tiempo, era lo empírico, lo que es materialmente perceptible. Ésta es la “realidad” según la cual se orientaba. Lo “real” es lo que es aprehensible, son las cosas que se pueden calcular y tomar en la mano. En su conversión Newman reconoce que las cosas son precisamente al contrario: que Dios y el alma, el ser mismo del hombre a nivel espiritual, constituyen lo que es verdaderamente real, lo que cuenta. Son mucho más reales que los objetos perceptibles. Esta conversión constituye un giro copernicano. Lo que hasta entonces le había parecido como irreal y secundario se revela como lo verdaderamente decisivo. Donde una conversión semejante tiene lugar, no cambia simplemente una teoría, sino que cambia la forma fundamental de la vida. Todos nosotros tenemos siempre necesidad de esta conversión: entonces estamos en el buen camino.

La fuerza motriz que le empujaba en el camino de la conversión, en Newman, era la conciencia. ¿Pero qué se entiende con ello? En el pensamiento moderno, la palabra “conciencia” significa que en materia de moral y de religión, la dimensión subjetiva, el individuo, constituye la última instancia de la decisión. El mundo se divide en los ámbitos de lo objetivo y de lo subjetivo. A lo objetivo pertenecen las cosas que se pueden calcular y comprobar mediante el experimento. La religión y la moral se sustraen a estos métodos y por ello se consideran en el ámbito de lo subjetivo. Aquí no existirían, en último análisis, criterios objetivos. La última instancia que puede decidir aquí sería por tanto sólo el sujeto, y con la palabra “conciencia” se expresa precisamente esto: en este ámbito puede decidir sólo el individuo con sus intuiciones y experiencias. La concepción que Newman tiene de la conciencia es diametralmente opuesta. Para él “conciencia” significa la capacidad de verdad del hombre: la capacidad de reconocer precisamente en los ámbitos decisivos de su existencia – religión y moral – una verdad, la verdad. La conciencia, la capacidad del hombre de reconocer la verdad, le impone con ello, al mismo tiempo, el deber de encaminarse hacia la verdad, de buscarla y de someterse a ella allí donde la encuentra. Conciencia y capacidad de verdad y de obediencia a la verdad, que se muestra al hombre que busca con corazón abierto. El camino de las conversiones de Newman es un camino de la conciencia – un camino no de la subjetividad que se afirma, sino, precisamente al contrario, de la obediencia a la verdad que paso a paso se abría a él. Su tercera conversión, al Catolicismo, exigía de él abandonar casi todo lo que le era precioso: sus bienes y su profesión, su grado académico, los vínculos familiares y muchos amigos. La renuncia que la obediencia a la verdad, su conciencia, le pedía, iba más allá. Newman había sido siempre consciente de tener una misión hacia Inglaterra. Pero en la teología católica de su tiempo, su voz apenas podía oírse. Era demasiado extraña respecto a la forma dominante del pensamiento teológico y también de la piedad. En enero de 1863 escribió en su diario estas frases conmovedoras: “Como protestante, mi religión me parecía mísera, pero no mi vida. Y ahora, como católico, mi vida es mísera, pero no mi religión”. No había llegado aún la hora de su eficacia. En la humildad y en la oscuridad de la obediencia, tuvo que esperar hasta que su mensaje fuera utilizado y comprendido. Para poder afirmar la identidad entre el concepto que Newman tenía de la conciencia y la moderna comprensión subjetiva de la conciencia, se hace referencia a su palabra según la cual él – si hubiera tenido que hacer un brindis – habría brindado por la conciencia y después por el Papa. Pero en esta afirmación, “conciencia” no significa la última obligatoriedad de la intuición subjetiva. Es la expresión de la accesibilidad y de la fuerza vinculante de la verdad: en ello se funda su primado. Al Papa se le puede dedicar el segundo brindis, porque su tarea es exigir la obediencia a la verdad.

Tengo que renunciar a hablar de los viajes tan significativos a Malta, a Portugal y a España. En ellos se ha hecho nuevamente visible que la fe no es algo del pasado, sino un encuentro con Dios que vive y actúa ahora. Él nos desafía y se opone a nuestra pereza, pero precisamente así nos abre el camino hacia la felicidad verdadera.

Excita, Domine, potentiam tuam, et veni!“. Hemos partido de la invocación de la presencia y del poder de Dios en nuestro tiempo y de la experiencia de su aparente ausencia. Si abrimos nuestros ojos, precisamente en la retrospectiva del año que llega a su fin, puede hacerse visible que el poder y la bondad de Dios están presentes de muchas maneras también hoy. Así todos tenemos motivos para darle gracias. Con el agradecimiento al Señor renuevo mi agradecimiento a todos los colaboradores. Quiera Dios concedernos a todos una Santa Navidad y acompañarnos con su bondad en el próximo año.

Confío estos deseos a la intercesión de la Virgen santa, Madre del Redentor, y a todos vosotros y a la gran familia de la Curia Romana imparto de corazón la Bendición Apostólica. ¡Feliz Navidad!

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez ©Libreria Editrice Vaticana]

 

Why Gaudí’s Sagrada Família is a cathedral for our times

Source: Austen Ivereigh // Guardian http://www.guardian.co.uk/commentisfree/belief/2010/nov/16/gaudi-sagrada-familia-cathedral-for-our-times

Antoni Gaudí (1852-1926), architect of the awesome basilica consecrated by Pope Benedict in Barcelona on Sunday 7 November, didn’t think he was building Europe’s last great Catholic cathedral. The Sagrada Família, he said, was the first of the new Christian era. He built it to speak to a post-industrial, secularised world, to heal the divide between faith and reason, truth and freedom, art and God; and to do so not through a restatement of the past but starting from creation itself.

We have long been familiar with the Sagrada’s towers and facades, the way the building erupts from Barcelona’s suburbs, reaching for the skies. But on the day it was consecrated, thanks to a spidercam deftly directed by the local television station, TV3, millions saw for the first time the recently-completed interior – a thrilling petrified forest of light, colour and space. The Basilica’s modernity, as Pope Benedict observed in his homily, lies in the way Gaudí internalises what is usually left outside – plants, animals, nature – while putting on its outside what is normally confined within church walls: altarpieces and sculptures narrating the Christian salvation story.

In an age when “modern” art strains to reject and disconcert for its own sake, Gaudí’s originality stands out as far more radical and authentic. Focussing intensely on the forms of nature, he discovered that true beauty lies in uncovering and being faithful to those forms, rather than striving after beauty, which results merely in artifice. Through dozens of 65ft-high tropical trunks rising up to a forest-like canopy through which the sun’s rays pour and dance across the walls, the Sagrada’s interior creates a heavenly vision of the New Jerusalem – not a ponderous, grandiloquent, statement of a powerful institution, but a glimpse of God, something free and light and generous and intensely beautiful, a space fit for soaring spirits.

Gaudí’s own life is a very modern one. He ignored his Catholic faith until he was 42, by which time he was a famous and well-paid architect, something of a dandy courted by wealthy Barcelona industrialists to design their show-off houses. He was the leading light of the Catalan movement of arts and crafts known as the Renaixença, and knew he was far ahead of his generation. But he was knocked off course by being rejected by a woman he loved, and began to explore – in a very modern, considered way, in full knowledge of the alternatives – the beliefs in which he had until then shown little interest. Over the next 30 years, he shed his wealth, spent more and more time in prayer, gave up meat and alcohol, put his money into improving the lot of the poor of his barrio, and dedicated himself entirely to the Sagrada Família, convinced that God had called him to this great task. He died, after being run over by a tram aged 72, a beloved pauper, lauded as genius and admired as a saint.

The church is now on its way to officially declaring him one, not because of his magnificent creation – although, of course, the Sagrada cannot be separated from his faith – but because of the evidence and fruits of a life geared to God. Unlike other geniuses such as Picasso (who loathed Gaudí for ideological reasons but was indebted to his art) or Mozart, Gaudí never burned out. He understood that artistic genius was a powerful gift, which led to a reckless ego; he actively compensated for that gift through penance and expiation, self-sacrifice and giving. Convinced that God is revealed first through His creation, his faith led his genius and technical prowess ever deeper into the origins of beauty, not away from them. At a time when technological progress leads to arrogance, Gaudí offers leaves and lizards, eggs and branches, and asks us to look again.

That is why Gaudí the saint and his great Basilica are the perfect signposts for the contemporary church to place in the path of the modern seeker. And they offer a way out of the wounds of Spain’s civil war, still seen in the tragic division between left and right, Catholics and anticlericals. Gaudí was a catalanista, arrested in the 1920s for refusing to speak Castilian to an army officer. Catalan nationalism has always been close to the local church, and the sight of the pope using Catalan at the mass at the Sagrada Família, symbol of Catalan pride, pours balm on old wounds.

Gaudí’s great basilica has been built, mostly, from the entrance fees from Europe’s agnostic tourists: it attracts 2 million visitors a year, more than the Prado and the Alhambra. They come, in the age of The Da Vinci Code, curious about symbols and signs, and find that the Sagrada Família, perhaps the greatest attempt since Dante to condense the whole of Christian teaching into a single work, is packed with them. Yet there is nothing opaque about it. Unlike St Peter’s in Rome, which conceals and intimidates as much as it gives glory, Barcelona’s basilica opens up in its entirety the moment you step inside – the perfect space for a culture suspicious of institutions, but which is restless for something greater than ourselves.

Lombardi: “Pedir ayuda a la familia no es una ofensa a nadie”

JUAN VICENTE BOO / CORRESPONSAL EN ROMA
Día 14/11/2010
Pocos trabajos hay tan difíciles y delicados como ser portavoz del Papa. Y sin embargo, el padre jesuita Federico Lombardi es un hombre sereno que realiza con gran acierto la tarea de explicar el mensaje de Benedicto XVI incluso a quienes a veces no quieren entenderlo. En una larga conversación con ABC, este matemático, teólogo, escritor y periodista desgrana las claves del viaje a nuestro país.

EFE
Federico Lombardi
—¿Cuál es el balance de la visita del Santo Padre a España?
—Es un balance muy positivo, que corresponde a las expectativas del viaje. El Papa ha participado en dos actos muy hermosos —el Año Santo Compostelano y la dedicación de un templo extraordinario—, cuyo alcance va mucho más allá de España y se extiende a la Iglesia universal.
—¿Y personalmente para el Papa?
—Han sido dos momentos que han implicado personalmente al Papa en su espiritualidad y en su vida personal, pues tanto la peregrinación a los lugares de referencia de la cultura y la espiritualidad cristiana en Europa como la síntesis de fe y arte lograda por Gaudí son dos temas que le resultan muy familiares.
—Para un Papa amante de la liturgia, la Sagrada Familia tiene un atractivo especial…
—Celebrar la dedicación de ese templo extraordinario ha sido, en mi opinión, un punto ideal, culminante del ministerio del Papa como sacerdote, como Pontífice y como maestro de la comunidad de la Iglesia. Es difícil imaginar un momento más expresivo del Pontificado y de los temas de su Pontificado, sobre todo cuando la dedicación del templo se une a la peregrinación.
—Algunos no han entendido bien el comentario del Papa durante el vuelo sobre los rebrotes de laicismo. ¿Cuál era el sentido?
—El sentido es muy claro, pues son temas que ha tratado ya en viajes a Francia, República Checa y el Reino Unido. El Papa los aborda con una actitud muy positiva, es decir, presentando el servicio que la Iglesia hace con su anuncio como una contribución al bien de la sociedad y de la humanidad de nuestro tiempo. Esta contribución puede, a veces, plantear una dialéctica de tensión, pero se trata de buscar el modo de superarla, con el objetivo de aportar una síntesis positiva a la vida de la sociedad.
—¿Conoce el Papa la carga emotiva que todavía tiene el recuerdo de los años treinta?
—Benedicto XVI comprende los matices de la historia de cada país, y ha comentado aspectos volando hacia Estados Unidos, hacia Francia, etc. Lo ha hecho también viajando hacia España. Ha puesto de relieve la profunda y riquísima tradición cristiana y la contribución de España al desarrollo del cristianismo, sobre todo en la época moderna con grandes santos como Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila y otros. Y ha recordado, con la misma honradez, que ha habido por desgracia tiempos de tensión, con un componente anticlerical o anticatólico que se ha hecho presente a veces con fuerza.
—Pero ahora no hay violencia física…
—El Papa hizo una referencia a los años treinta pero sin establecer un enlace entre los años treinta y hoy. Ha recordado que también hoy el componente de carácter laicista tiene una presencia dinámica y sensible. Hay elementos de tensión, pero el Papa ha hablado del deseo de que no haya un choque sino un encuentro. Esa tensión debe dar lugar a una síntesis en el respeto recíproco. Esta era, desde luego, la intención de sus comentarios.
—¿Se puede decir que miraba al futuro más que al pasado?
—Desde luego. El Papa mira siempre hacia delante, consciente de los riesgos y de los problemas. No es un Papa que esconda la realidad. Presenta lealmente las posturas de la Iglesia para que sean claras a sus interlocutores, aunque a veces no sean apreciadas. Y esto lo hace siempre con una intención profundamente positiva, como un servicio a la humanidad, convencido de que tomar en serio las propuestas de la fe cristiana son un bien para la sociedad. El Reino Unido las acogió positivamente. Incluso una sociedad pluralista donde hay perspectivas muy distintas puede reconocer la aportación positiva del magisterio del Papa y de las posiciones de la Iglesia.
—¿Es posible que el estruendo político en España sea superior al Reino Unido, y eso dificulte entender el mensaje del Papa?
—Tengo la impresión de que el problema de la relación con la política es más difícil en los países donde los católicos son más numerosos. Cuando son una minoría, como en los países asiáticos o incluso en el Reino Unido, el problema ni se plantea pues no se les ve como un elemento que entre en el juego de poder. En cambio en países donde los católicos son más numerosos y la presencia histórica de la Iglesia es mayor se plantean equívocos y malentendidos de la Iglesia como poder de este mundo. Y la discusión sobre las posturas políticas que puedan asumir los católicos se hace más viva. Cuando el Papa propone valores que, humana y culturalmente, tienen consecuencias en la vida de la sociedad, no lo hace en busca de poder ni pretende imponerlos. Es siempre una propuesta, no una imposición.
—¿Cuál es la actitud del Santo Padre ante las personas que no comparten sus puntos de vista?
—Es una persona extremadamente correcta, con grandísimo respeto y grandísima capacidad de escuchar. El Papa es una persona que, ante todo, escucha. Que escucha antes de hablar. Intenta verdaderamente entender lo que piensa el otro. Es un maestro del diálogo. Al mismo tiempo tiene, naturalmente, sus puntos de vista, a nivel personal y como maestro de la Iglesia. Y considera su deber exponerlos de modo claro, de modo inequívoco, de manera que puedan servir para el diálogo.
—¿Puede considerarse ofensivo pedir al Estado ayuda para el matrimonio de un hombre y una mujer con hijos que necesite apoyo?
—Absolutamente no. No se puede considerar una ofensa. Es un hecho evidente que la familia vive una situación difícil en la cultura y en el mundo de hoy. Difícil por motivos culturales y económicos muy concretos. Y siendo la familia abierta a la vida la célula fundamental de la sociedad, pedir ayuda es pedir algo que contribuye al bien común. Al mismo tiempo, el Papa deja a la autoridad del Estado regular otras situaciones. Pero pedir ayuda para lo que es y siempre ha sido la célula fundamental de la sociedad no es una ofensa a nadie.
—El Papa pide libertad para manifestar la fe cristiana en público, ¿la pide también para las demás religiones?
—Por supuesto. Cuando el Papa pide libertad religiosa habla de un principio general que vale para todos pues se basa en el respeto de la persona humana y de su libertad en relación con Dios. Por eso las violaciones de la libertad de las otras religiones es algo que nos afecta y nos preocupa.
—¿Le ha impresionado al Papa la presencia de jóvenes en este viaje?
—Muchísimo. La presencia de jóvenes era evidente en Santiago entre los peregrinos. Peregrinar suscita entusiasmo entre los jóvenes, y cuando Juan Pablo II revalorizó la peregrinación durante la Jornada Mundial de la Juventud de Santiago, su ejemplo encontró mucho eco. Pero también era impresionante la numerosa presencia de jóvenes en Barcelona, y el entusiasmo con que acogieron al Papa. Es una señal estupenda de que la Iglesia en España se moviliza y mira hacia la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid. El Papa ha manifestado su gratitud a las autoridades españolas, incluido el Gobierno, por la colaboración que está prestando. Es uno de los signos positivos de este tipo de encuentros.
—Después del viaje a Valencia en 2006 y el de ahora, Madrid será el tercer viaje de Benedicto XVI a nuestro país. ¿Se está volviendo un Papa español?
—No hay duda de que está creciendo mucho el conocimiento mutuo. Cuanto más se está con las personas mejor se las entiende y mejor es la sintonía. Sí, se puede decir que el Papa se vuelve más español a medida que pasa más tiempo en España.
—Bastantes personas han descubierto a un Benedicto XVI más afectuoso de lo que pensaban…
—Sucede siempre así. El Papa es muy respetuoso, atento y gentil. No hace gestos espectaculares. Pero, sobre todo de cerca, manifiesta una atención, un respeto, una intensidad de la mirada y un interés por las personas que impresiona mucho. Aunque sea un hombre de cultura, un intelectual, no es una persona fría. Es, eso sí, una persona discreta.

Benedicto XVI en Barcelona: entre la acogida popular y el ruido mediático

Uno de los pioneros del catolicismo en Cataluña fue el obispo mártir de Tarragona, San Fructuoso (+259). El pueblo fiel lo sigue recordando en sus canciones como la “blanca gaviota sobre el mar tempestuoso”. También Benedicto XVI ha sido esta blanca gaviota que acaba de pasar para confirmar en la fe a un pueblo que nada en un mar social tempestuoso y lleno de incertidumbres.

Dos días antes de la llegada de Benedicto XVI en Barcelona, el vaticanista Sandro Magister ya avisaba en las páginas de La Vanguardia que este Papa ” respecto a la opinión pública alta, la que domina los medios de comunicación, está sujeto a fuertes críticas”, las cuales, añadía, “no las comparte el gran público”: es un Papa “mucho mejor entendido, en su sustancia, por el público sencillo”.

Y eso justamente ha sucedido en Barcelona: han convivido fuertes críticas y una corriente de simpatía del pueblo que se acercó a verlo directamente.

Fuertes críticas. Unas pocas palabras en el vuelo Roma-Santiago bastaron para provocar que varios medios decidieran interpretar todo lo que seguiría sólo en clave de confrontación política. El País afirmaba que “el Papa carga contra el laicismo de España“; El Periódico: “El Papa liga la España laica actual con el anticlericalismo de la República” y otro, más atrevido, titulaba convencido que “el Papa viene en son de guerra “. Un comentario verdaderamente marginal del discurso se convertía, así, en la gran herejía que la corrección política dominante se apresuraría a magnificar y condenar. Un enfoque beligerante que, con su fuerza para definir la situación, no permitiría comprender el fondo del resto de intervenciones del viaje. Recuerdan Ratisbona o el viaje a África? (Algunos otros medios, no obstante, supieron sortear la trampa).

Lo que el Papa quería decir –lo que puede leerse– es precisamente lo contrario al enfrentamiento: “(…) en España nacieron una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo, como pudimos ver precisamente en los años treinta. Esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, ha vuelto a reproducirse de nuevo en la España actual. Por eso, el futuro de la fe y del encuentro -no del enfrentamiento, sino del encuentro- entre fe y laicidad, tienen un foco central también en la cultura española”.

Corriente de simpatía popular. Benedicto XVI venía a hablar del entendimiento entre secularismo y fe. O lo que es lo mismo: del encuentro entre continuidad y novedad, entre verdad y libertad y entre verdad y belleza, entre fe y vida y entre religión y sociedad. El gran objetivo del Papa es la nueva evangelización: el reencuentro del hombre con Dios. Y, desde este punto de vista, el viaje fue un éxito: el entusiasmo del pueblo fiel que –desafiando la burla socialmente aceptada respecto a la tradición cultural católica- llenó calles y plazas era innegable para cualquier observador.

Tradición y creatividad; Verdad y belleza


Cuando reflexiona sobre la Sagrada Familia, el Papa ve “una síntesis entre continuidad y novedad, tradición y creatividad”. En su opinión, “Gaudí tuvo la valentía de insertarse en la gran tradición de las catedrales” pero “con una creatividad nueva, que renueva la tradición, y demuestra así la unidad y el progreso de la historia” (palabras durante el vuelo). Por ello, en la homilía de la Misa de Dedicación de la Basílica reconocía al genial arquitecto el mérito de lograr “una de las tareas más importantes hoy” como es “superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza”.

Antes de aterrizar Benedicto XVI señalaba que “la relación entre verdad y belleza es inseparable”. Y fue la belleza de la nueva Basílica (magníficamente transmitida por una realización televisiva de primer nivel) el marco incomparable para lanzar un mensaje de gran carga cultural: “la dedicación de este templo de la Sagrada Familia, en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle, resulta un hecho de gran significado. Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre. Que el secreto de la auténtica originalidad está, como decía él, en volver al origen que es Dios. Él mismo, abriendo así su espíritu a Dios ha sido capaz de crear en esta ciudad un espacio de belleza, de fe y de esperanza, que lleva al hombre al encuentro con quien es la Verdad y la Belleza misma”. La verdad –que en Santiago ponía como inseparable de la libertad– queda aquí unida también con la belleza.

Y como no todo el mundo será capaz de crear estos espacios de belleza que creaba Gaudí, Benedicto XVI quiso concretar este mensaje para la gente corriente que le escuchaba: “Al contemplar admirado este recinto santo de asombrosa belleza, con tanta historia de fe, pido a Dios que en esta tierra catalana se multipliquen y consoliden nuevos testimonios de santidad, que presten al mundo el gran servicio que la Iglesia puede y debe prestar a la humanidad: ser icono de la belleza divina, llama ardiente de caridad, cauce para que el mundo crea en Aquel que Dios ha enviado”.

En definitiva, el Papa ha propuesto, de nuevo, la maravillosa historia de amor entre Dios y los hombres. El ruido mediático quizá dejará poco espacio a esta verdad última que se encuentra en el corazón del cristianismo: el hombre y Dios no son enemigos, sino lo contrario, amigos. Y más que amigos: “todo hombre es un verdadero santuario de Dios, que ha de ser tratado con sumo respeto y cariño, sobre todo cuando se encuentra en necesidad”. Este es el marco que permite interpretar en su justa proporción -más moral que política- las referencias razonadas y didácticas a la concepción cristiana de la vida, la familia y el matrimonio, que ya han sido ampliamente recogidas por otros medios.

Benedicto XVI ha confirmado en Barcelona su determinación para renovar el viejo continente. Como ya se puso de manifiesto en el Reino Unido, lidera una alternativa positiva al indiferentismo donde la cultura europea posmoderna parece haberse instalado.

Un último apunte. Desde ahora Benedicto XVI ya no será sólo el Papa de la Palabra, sino también de los gestos. ¿Qué otro gesto sería capaz de transmitir mejor la determinación de evangelizar la Europa secularizada, sino la dedicación al culto de un templo de dimensiones tan espectaculares como la Sagrada Familia en una de las capitales europeas más vanguardistas?

 

Marc Argemí

https://bxvi.wordpress.com

 

B16 SANTIAGO + BARCELONA

Source: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/travels/2010/index_spagna_sp.htm

Transmisiones vídeo en directo del CTV

(Centro Televisivo Vaticano)


 

B16 responde a los periodistas

Fuente: http://visnews-es.blogspot.com/2010/11/el-santo-padre-responde-las-preguntas.html

EL SANTO PADRE RESPONDE A LAS PREGUNTAS DE LOS PERIODISTAS

CIUDAD DEL VATICANO, 6 NOV 2010 (VIS).-Durante el vuelo rumbo a Santiago de Compostela, Benedicto XVI respondió a las preguntas de los periodistas -formuladas por el padre Federico Lombardi-, que le acompañaban en este viaje apostólico a España. 

En el mensaje con motivo del reciente congreso de los santuarios, que se celebró precisamente en Santiago de Compostela, usted –fue la primera pregunta- dijo que vive su pontificado “con sentimientos de peregrino”. También en su escudo aparece la concha del peregrino. ¿Quiere decirnos algo sobre la perspectiva de la peregrinación, también en su vida personal y en su espiritualidad, y sobre los sentimientos con los que se dirige como peregrino a Santiago?

“Podría decir –respondió el Papa- que estar en camino forma parte de mi biografía. Pero esto quizá es algo exterior; sin embargo, me ha hecho pensar en la inestabilidad de esta vida, en el hecho de estar en camino… Sobre la peregrinación uno podría decir: Dios está en todas partes, no hace falta ir a otro lugar, pero también es cierto que la fe, según su esencia, consiste en ser peregrino. (…) En ocasiones hay que salir de la vida cotidiana, del mundo de lo útil, del utilitarismo, para ponerse verdaderamente en camino hacia la trascendencia, trascenderse a sí mismo y la vida cotidiana, y así encontrar también una nueva libertad, un tiempo de replanteamiento interior, de identificación de sí mismo, para ver al otro, a Dios. Así es siempre la peregrinación. (…) Basta decir que los caminos de Santiago son un elemento en la formación de la unidad espiritual del continente europeo. Peregrinando aquí se ha encontrado la identidad común europea, y también hoy renace este movimiento, esta necesidad de estar en movimiento espiritual y físicamente, de encontrarse uno con otro y de encontrar silencio, libertad, renovación, y encontrar a Dios”.

¿Qué significado puede tener la consagración de un templo como la Sagrada Familia al comienzo del siglo XXI? ¿Hay algún aspecto específico de la visión de Gaudí que le ha impresionado en particular?

“En realidad –dijo el Santo Padre-, esta catedral es también un signo para nuestro tiempo. En la visión de Gaudí, percibo sobre todo tres elementos. El primero es la síntesis entre continuidad y novedad, tradición y creatividad. Gaudí tuvo la valentía de insertarse en la gran tradición de las catedrales, de atreverse en su siglo, con una visión totalmente nueva. Presenta esta catedral como lugar del encuentro entre Dios y el hombre en una gran solemnidad. Tiene la valentía de estar en la tradición, pero con una creatividad nueva, que renueva la tradición, y demuestra así la unidad y el progreso de la historia. Es algo hermoso. En segundo lugar, Gaudí buscaba este trinomio: libro de la naturaleza, libro de la Escritura, libro de la liturgia. Y esta síntesis es precisamente hoy muy importante. En la liturgia, la Escritura se hace presente, se convierte en realidad hoy, no es una Escritura de hace dos mil años, sino que debe ser celebrada, realizada. En la celebración de la Escritura habla la creación y lo creado encuentra su verdadera respuesta, porque -como nos dice san Pablo- la criatura sufre, y en lugar de ser destruida, despreciada, aguarda a los hijos de Dios, es decir, a quienes la ven en la luz de Dios. Esta síntesis entre el sentido de la creación, la Escritura y la adoración es precisamente un mensaje muy importante para la actualidad. Y finalmente hay un tercer punto: esta catedral nació por una devoción típica del siglo XIX: san José, la Sagrada Familia de Nazaret, el misterio de Nazaret, pero esta devoción de ayer es de grandísima actualidad, porque el problema de la familia, de la renovación de la familia como célula fundamental de la sociedad, es el gran tema de hoy y nos indica hacia dónde podemos ir tanto en la edificación de la sociedad como en la unidad entre fe y vida, entre religión y sociedad. Expresa el tema fundamental de la familia, diciendo que Dios mismo se hizo hijo en una familia y nos llama a edificar y vivir la familia”.

Gaudí y la Sagrada Familia representan, con particular eficacia, el binomio entre fe y arte. ¿Cómo puede la fe volver a encontrar hoy su puesto en el mundo del arte y de la cultura? ¿Es éste uno de los temas importantes de su pontificado?

“Así es. Vosotros sabéis -respondió el Papa- que yo insisto mucho en la relación entre fe y razón, en que la fe, y la fe cristiana, sólo encuentra su identidad en la apertura a la razón, y que la razón se realiza si trasciende hacia la fe. Pero también es importante la relación entre fe y arte, porque la verdad, fin y meta de la razón, se expresa en la belleza y se auto-realiza en la belleza, se encuentra como verdad. (…) La relación entre verdad y belleza es inseparable y por eso tenemos necesidad de la belleza. En la Iglesia, desde el comienzo, incluso en la gran modestia y pobreza del tiempo de las persecuciones, el arte, la pintura, la expresión de la salvación de Dios en las imágenes del mundo, el canto y luego también el edificio, todo esto es constitutivo para la Iglesia y sigue siendo constitutivo para siempre. De este modo, la Iglesia ha sido madre de las artes durante siglos y siglos. El gran tesoro del arte occidental -la música, arquitectura, pintura-, ha nacido de la fe en la Iglesia. Actualmente hay un cierto disenso, pero esto daña tanto al arte como a la fe: el arte que perdiera la raíz de la trascendencia ya no se dirigiría hacia Dios, sería un arte escindido, perdería su raíz viva; y una fe que dejara el arte en el pasado, ya no sería fe en el presente. Hoy se debe expresar de nuevo como verdad, que está siempre presente. Por eso, el diálogo o el encuentro entre arte y fe está inscrito en la más profunda esencia de la fe. Debemos hacer todo lo posible para que también hoy la fe se exprese en arte auténtico, como Gaudí, en la continuidad y en la novedad, y para que el arte no pierda el contacto con la fe”.

Otra pregunta fue acerca de la creación del dicasterio para la nueva evangelización, sobre el que muchos se preguntan si precisamente España, país muy secularizado y donde ha disminuido mucho la práctica religiosa, era uno de los objetivos principales de la misión de ese dicasterio, si no el objetivo principal.

“Con este dicasterio -respondió el Papa- he pensando en el mundo entero, porque la novedad del pensamiento, la dificultad de pensar en los conceptos de la Escritura, de la teología, son universales, aunque el punto álgido sea el mundo occidental, con su secularismo, su laicidad, y la continuidad de la fe que debe renovarse para ser la fe de hoy y responder al desafío de la laicidad. En Occidente, todos los grandes países tienen su propio modo de vivir este problema. (…) España ha sido siempre, por una parte, un país originario de la fe. El renacimiento del catolicismo en la época moderna se produjo sobre todo gracias a España. Figuras como san Ignacio de Loyola, santa Teresa y san Juan de Ávila, renovaron realmente el catolicismo y diseñaron la fisonomía del catolicismo moderno. Pero también es verdad que en España nacieron una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo, como pudimos ver precisamente en los años treinta. Esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, ha vuelto a reproducirse de nuevo en la España actual. Por eso, el futuro de la fe y del encuentro -no del enfrentamiento, sino del encuentro- entre fe y laicidad, tienen un foco central también en la cultura española. En este sentido, he pensado en todos los grandes países de Occidente, pero sobre todo también en España.”

Con el viaje que realizará el año que viene para la Jornada Mundial de la Juventud –fue la pregunta siguiente-, Benedicto XVI habrá efectuado tres viajes a España, más que a ningún otro país ¿Por qué este privilegio? ¿Es un signo de amor o de particular preocupación?

“Naturalmente es un signo de amor”, explicó el pontífice. “Se podría decir que es una casualidad que vaya tres veces a España. La primera durante el gran Encuentro Internacional de las familias, en Valencia: ¿cómo podría el Papa estar ausente si las familias del mundo se encuentran? El próximo año tendrá lugar la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, y en esa ocasión el Papa no puede estar ausente. Y finalmente tenemos el Año Santo de Santiago, y la consagración (…) de la Sagrada Familia de Barcelona. ¿Cómo no podía venir el Papa? Por sí mismas, las ocasiones son también desafíos, casi una necesidad de ir. Pero el hecho de que precisamente en España se concentren tantas ocasiones demuestra también que es realmente un país lleno de dinamismo, lleno de la fuerza de la fe, y la fe responde a los desafíos que están igualmente presentes en España. Por eso, podríamos decir que la casualidad ha hecho que venga, pero esta casualidad demuestra una realidad más profunda, la fuerza de la fe y la fuerza del desafío para la fe”.
PV-ESPAÑA/ VIS 20101107 (1500)