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El periodismo religioso y la religión del periodismo

Cuando Dios se asoma por los medios, muchos periodistas no saben si incensarlo, ignorar su presencia o hacerle la enésima necrológica. Pero ¿por qué no hacer, simplemente, periodismo? 

Marc Argemí 

Corría el año 2009 cuando dos editores de  The Economist, la gran biblia de la élite liberal anglosajona, publicaban un ensayo documentadísimo, God is Back. La tesis central afirmaba que “las cosas que se suponía que destruirían la religión -democracia y mercados, tecnología y razón- se están combinando para hacerla más fuerte”. John Micklethwait y Adrian Wooldridge, un católico y un ateo, concluyeron que progreso y religión no sólo no eran enemigas, sino que iban de la mano en la mayoría de lugares del mundo. Europa y ciertos círculos intelectuales de la costa Este serían, en este sentido, una rareza.

Incomprensiblemente, el hecho de que dos influyentes periodistas se atrevieran a cuestionar uno de los pilares de la corrección política no atrajo la atención de los medios aquí. ¿Por qué? ¿por desidia? ¿por el anticlericalismo multisecular? ¿por una espiral del silencio promovida desde ciertas conspiraciones? La respuesta, cualquiera que sea, puede encontrarse en motivos mucho menos ideológicos. Si ningún medio de comunicación de España habló del ensayo exhaustivo de dos editores de la principal revista liberal del mundo tal vez no fue porque consideraran ofensiva la tesis de que promovían. Me atrevo a aventurar que, más bien, les resultaba incomprensible.

De un tiempo a esta parte, cierta religión del periodismo -ese conjunto de creencias apriorísticas que el gremio asume como carta de navegación imprescindible para el buen profesional- ha tendido a menudo a considerar el hecho religioso como algo de ratas de sacristía, si no -peor- como algo con reminiscencias franquistas que sólo gusta a cuatro viejas de derechas. En el mejor de los casos, un hecho digno de ser contemplado como una parte entrañable, aburrida y en el fondo irrelevante de la cotidianidad. Y, claro, cuando la situación ha llegado a este punto es fácil poner la excusa de que no se da información religiosa porque no hay gente que la pida.

Es caricatura, obviamente. Hay varias, y honrosas excepciones. Pero incluso estas excepcionales excepciones -unos pocos periodistas de prestigio- compartirán la apreciación de que hoy el periodismo en nuestros lares es predominantemente analfabeto en lo que respecta a cuestiones espirituales y religiosas. Una membrana de indiferencia parece haber envuelto con eficacia todo lo que huela a religioso, que permanece recluido, desprende olor a despensa mal ventilada y parece que sólo pueda lucir en museos o sacristías.

Esta situación perjudica al hecho religioso, pero también al periodismo. Un periodismo incapaz de descodificar un hecho social o personal como éste, de dar al menos pistas válidas para que la audiencia pueda hacerse un mapa comprensible de la situación, es un periodismo incompleto. Lo saben en el New York Times, que da una amplia cobertura en Religion and Belief,  o al Frankfurter Allgemeine, del que me contaban hace un tiempo que tenía dos redactores seniors especializados en religión.

Pero, ¿cómo informar de creencias, en un país como el nuestro, donde nuestros abuelos guardan en la memoria el recuerdo de los muertos por causa de la fe, y nuestros padres crecieron bajo un poder que tenía por oficial un credo determinado? Si para los primeros la religión tendría tonos épicos, para los segundos podría despertar ciertos resentimientos. Y entre los que hemos llegado después, la actitud más sugerente es la indiferencia.

Sin embargo, siempre he pensado que el hecho religioso y el periodismo se beneficiarán mucho mutuamente el día que descubran que tienen en común objetivos y enemigos. Ambos afirman buscar la verdad, y ambos combaten la ignorancia. La crisis de los medios tiene más en común con la crisis de la práctica religiosa de lo que pueda parecer en un principio: el relativismo ha disuelto en muchas personas las inquietudes para saber más sobre la verdad, el bien, el mal y la belleza. Si cada uno tiene su verdad particular, ¿qué necesidad hay de conocer los universales?

Bien, de acuerdo, pero ¿Es posible un periodismo religioso que recoja la dimensión trascendente de las personas, sea comprensible para el gran público y al mismo tiempo no sea aburrido? Parece la cuadratura del círculo y más cuando, como dice un amigo mío, a menudo se confunde la trascendencia con el aburrimiento, y si algo no quiere el periodismo es resultar aburrido.

Hay muchas formas de encuadrar el hecho religioso de forma que sea atractivo. Cada una tiene sus ventajas y sus carencias. La más frecuente es el enfoque deportivo. A imagen y semejanza de la prensa deportiva, se presentan los hechos siempre desde el prisma favorable al equipo de los lectores, sea éste el religioso o el antirreligioso. Más que describir la realidad, la vive y toma abiertamente partido: que ganen los míos. Las audiencias de este tipo de periodismo suelen ser las convencidas, de un lado y del otro.

Una segunda forma es la aproximación política: aplicar, por ejemplo, en la Iglesia, un esquema de derechas contra izquierdas, progresistas contra conservadores. Son simplificaciones que proporcionan un relato de la realidad, pero demasiado a menudo esa realidad que reflejan está sólo en la imaginación de quien escribe.

A veces resulta efectivo el esquema sensacionalista: una víctima, un agresor, unos hechos luctuosos y el medio de comunicación como garante de la justicia. Este es el esquema más repetido en la sección de sociedad, donde se han encajado tradicionalmente las informaciones sobre religión. Pero tal enfoque, en religión como en todos los otros campos, tiene el inconveniente de que es incapaz de hacer interesante el aspecto más trascendente, y puede caer en cambio en una espiral de sensacionalismo barroco, cada vez más rebuscado o escabroso.

Hay, todavía, una aproximación que mira exclusivamente la dimensión espiritual de la cosa, como algo desconectado de la actualidad más inmediata. Un personaje exótico, las nuevas terapias venidas de tierras lejanas, o incluso las novedades en la autoayuda, son algunos de los reclamos.

Algunos periodistas están intentando algo relativamente nuevo, y muy sencillo: hacer periodismo. Es decir, aplicar al hecho religioso el mismo rigor y la misma seriedad profesional que se pone para informar, por ejemplo, de la Fórmula 1. A ninguno de los periodistas que siguen la caravana de pilotos y escuderías de circuito en circuito se le pide que sepa conducir uno de esos coches de carreras. Pero a todos se les exige, en cambio, que expliquen bien qué es un pit-stop, como se obtiene una pole o qué reglamentación afecta al carburante. Mientras esta exigencia de profesionalidad esté presente, incluso los que somos aficionados de Ferrari toleraremos que al periodista se le note que apuesta por Red Bull.

El día que la religión del periodismo deje de ver el periodismo religioso como el patito feo, la opinión publicada será más completa y la religión saldrá de las trincheras defensivas que, por instinto de supervivencia, tantas veces ha tenido que refugiarse.

El periodisme religiós i la religió del periodisme

Quan Déu treu el nas pels mitjans, molts periodistes no saben si encensar-lo, ignorar la seva presència o fer-li l’enèsima necrològica. Però ¿per què no fer, simplement, periodisme?

Marc Argemí

Corria l’any 2009 quan dos editors del The Economist, la gran bíblia de l’elit liberal anglosaxona, publicaven un assaig documentadíssim, God is Back. La tesi central afirmava que “les coses que se suposava que destruirien la religió –democràcia i mercats, tecnologia i raó‑ s’estan combinant per fer-la més forta”. John Micklethwait i Adrian Wooldridge, un catòlic i un ateu, van concloure que progrés i religió no només no eren enemigues, sinó que anaven de la mà en la majoria d’indrets del món. Europa i certs cercles intel·lectuals de la costa Est serien, en aquest sentit, una raresa.

Incomprensiblement, el fet que dos influents periodistes s’atrevissin a qüestionar un dels pilars de la correcció política no va atraure l’atenció dels mitjans catalans. Per què? per desídia? per l’anticlericalisme multisecular? per una espiral del silenci promoguda per certes conspiracions? La resposta, sigui quina sigui, pot trobar-se en motius molt menys ideològics. Si cap mitjà de comunicació català va parlar de l’assaig exhaustiu de dos editors de la principal revista liberal del món potser no fou perquè consideressin ofensiva la tesi que promovien. M’atreveixo a aventurar que, més aviat, els resultava incomprensible.

D’un temps ençà, certa religió del periodisme –aquell conjunt de creences apriorístiques que el gremi assumeix com a carta de navegació imprescindible per al bon professional- ha tendit sovint a considerar el fet religiós com a cosa de rosegaaltars, si no –pitjor- com quelcom de reminiscències franquistes que només agrada a quatre iaies de dretes. En el millor dels casos, un fet digne de ser contemplat com una part entranyable, avorrida i en el fons irrellevant de la quotidianitat. I, és clar, quan la situació ha arribat en aquest punt és fàcil posar l’excusa de què no es dóna informació religiosa perquè no hi haurà gent que la demani.

És caricatura, òbviament. Hi ha diverses, i honroses excepcions. Però fins i tot aquestes excepcionals excepcions –uns pocs periodistes de prestigi- compartiran l’apreciació de que avui el periodisme català és predominantment analfabet pel que respecta a qüestions espirituals i religioses. Un tel d’indiferència sembla haver embolcallat amb eficàcia tot allò que faci tuf a religiós, que roman reclòs, desprèn olor a rebost mal ventilat i sembla que només pugui fer goig a museus o a sagristies.

Aquesta situació perjudica al fet religiós, però també al periodisme. Un periodisme incapaç de descodificar un fet social o personal com aquest, de donar almenys pistes vàlides perquè l’audiència es faci un mapa comprensible de la situació, és un periodisme incomplet. Ho saben al New York Times, que dóna una àmplia cobertura a Religion and Belief,  o al Frankfurter Allgemeine, del qual m’explicaven fa un temps que tenia dos redactors sèniors especialitzats en religió.

Però, com informar de creences, en un país com el nostre, on els nostres avis guarden en la memòria el record dels morts per causa de la fe, i els nostres pares cresqueren sota un poder que tenia com a oficial un sol credo determinat? Si per als primers la religió tindria tons èpics, per als segons podria evocar certs ressentiments. I entre els que hem arribat després, l’actitud més suggerent és la indiferència.

Malgrat això, sempre he pensat que el fet religiós i el periodisme es beneficiaran molt mútuament el dia que descobreixin que tenen en comú objectius i enemics. Ambdós afirmen cercar la veritat, i ambdós combaten la ignorància. La crisi dels mitjans té més en comú amb la crisi de la pràctica religiosa del que pugui semblar en un principi: el relativisme ha dissolt en moltes persones les inquietuds per a saber més sobre la veritat, el bé, el mal i la bellesa. Si cadascú té la seva veritat particular, quina necessitat hi ha de conèixer els universals?

Bé, d’acord, però ¿És possible un periodisme religiós que reculli la dimensió transcendent de les persones, sigui comprensible per al gran públic i al mateix temps no sigui avorrit? Sembla la quadratura del cercle i més quan, com diu un amic meu, sovint es confon la transcendència amb l’avorriment, i si una cosa no vol el periodisme és resultar avorrit.

Hi ha moltes formes d’enquadrar el fet religiós de forma que sigui atractiu. Cadascuna té els seus avantatges i les seves mancances. La més freqüent és l’enfocament esportiu. A imatge i semblança de la premsa esportiva, es presenten els fets sempre des del prisma favorable a l’equip dels lectors, sigui aquest el religiós o l’antireligiós. Més que descriure la realitat, la viu i pren obertament partit: que guanyin els meus. Les audiències d’aquest tipus de periodisme solen ser les convençudes, d’un costat i de l’altre.

Una segona forma és l’aproximació política: aplicar, posem per cas, a l’Església, un esquema de dretes contra esquerres, progressistes contra conservadors. Són simplificacions que donen un relat de la realitat, però massa sovint aquella realitat que reflecteixen està només en la imaginació d’aquell qui escriu.

De vegades resulta efectiu l’esquema sensacionalista: una víctima, un agressor, uns fets luctuosos i el mitjà de comunicació com a garant de la justícia. Aquest és l’esquema més repetit en la secció de societat, on s’han encabit tradicionalment les informacions sobre religió. Però tal enfocament, en religió com en tots els altres camps, té l’inconvenient que és incapaç de fer interessant l’aspecte més transcendent, i pot caure en canvi en una espiral de sensacionalisme barroc, cada cop més rebuscat o escabrós.

Hi ha, encara, una aproximació que mira exclusivament la dimensió espiritual de la cosa, com quelcom desconnectat de l’actualitat més immediata. Un personatge exòtic, les noves teràpies vingudes de terres llunyanes, o fins les novetats en l’autoajuda, en són alguns dels reclams.

Alguns periodistes estan intentant una cosa relativament nova, i molt senzilla: fer periodisme. És a dir, aplicar al fet religiós el mateix rigor i la mateixa serietat professional que es posa per informar, posem per cas, de la Fòrmula 1. A cap dels periodistes que segueixen la caravana de pilots i escuderies de circuit a circuit se li demana que sàpiga conduir un d’aquells cotxes de carreres. Però a tots se’ls exigeix, en canvi, que expliquin bé què és un pit-stop, com s’obté una pole o quina reglamentació afecta al carburant. Mentre aquesta exigència de professionalitat estigui present, fins i tot els que som aficionats de Ferrari tolerem que se’ls noti que aposten per Red Bull.

El dia que la religió del periodisme deixi de veure el periodisme religiós com l’aneguet lleig, la opinió publicada serà més completa i la religió sortirà de les trinxeres defensives on, per instint de supervivència, tantes vegades s’ha hagut de refugiar.

El Vaticano de Benedicto XVI

Fuente: Magazine // http://www.magazinedigital.com/reportajes/los_reportajes_de_la_semana/reportaje/cnt_id/5233

El Papa Benedicto XVI visita España la próxima semana. Dos enviados especiales del Magazine han estado durante cuatro días en el Vaticano, auscultando cómo se vive y se trabaja en la Santa Sede en tiempos del Papa bávaro. Tiempos difíciles en los que Joseph Ratzinger, de 83 años, se esfuerza por romper el tópico que lo muestra como un intelectual frío
y reservado

El Papa saluda con expresivos gestos de su mano a los miles de fieles reunidos en la plaza de San Pedro durante una audiencia

El continuo depósito de información es uno de los grandes mitos del Vaticano. Un mito que corresponde a la realidad
Un día, no hace mucho, escuché charlestón en el Vaticano. Charlestón con un fondo de fuegos artificiales coloreando la cúpula de Miguel Ángel. Una agradable cena en la terraza de la Pinacoteca, música ligera y un alarde de petardos y cohetes, lanzados desde los jardines traseros. Una fiesta barroca. Una pincelada valenciana. Un eco del tiempo de los Borgia. Las murallas leoninas, impertérritas y tamizadas por el alumbrado romano, tenue por vocación poética y por ahorro municipal. Brillaba el empedrado, y en los portones reinaba la oscuridad. Cinco de octubre del 2010.

Cuidado con la imaginación. Será mejor ceñirse a los hechos. Tocaba el charlestón la banda de música de la Gendarmería vaticana, y el castillo de fuegos artificiales daba por concluidos los festejos en honor del jefe de las milicias celestiales, arcángel san Miguel, recordado cada año por todos los cuerpos policiales del orbe católico. Horas antes, la Gendarmería había desfilado en los jardines de la Ciudad del Vaticano, ante la atenta mirada del cardenal secretario de Estado Tarcisio Bertone, flanqueado en la tribuna por destacados miembros de la curia.

La Gendarmería es el menos conocido de los dos cuerpos de seguridad de la Santa Sede. La foto siempre se la llevan los bellos uniformes renacentistas de la Guardia Suiza. Los gendarmes son mucho más discretos. Uniforme azul plúmbeo y quepis. La Gendarmería es la policía nacional, y la Guardia Suiza vendría a ser la guardia real. La policía vaticana y el ejército del Papa. El cuerpo de gendarmes cuenta con unos doscientos efectivos, todos ellos de nacionalidad italiana, y la guardia helvética, con un centenar largo de soldados, expresamente reclutados en el país de la banca discreta, la neutralidad a toda costa y los valles verdes y profundos.

El cardenal Giovanni Lajolo, presidente del Governatorato del Estado de la Ciudad del Vaticano, a la izquierda, habla con el arzobispo Piero Marini, presidente del comité pontificio para los congresos eucarísticos internacionales, en el Piazzale del Governatorato, con la basílica de San Pedro al fondo

Desfilaba la Gendarmería por los jardines del Vaticano, bajo el mejor de esos cielos de azul sereno que ofrece el otoño romano. Una estampa que sólo puede ser vista una vez al año. La beatitud del parque, cuidado con esmero: un orden vegetal perfecto; el majestuoso ábside de la basílica; la eterna cúpula de Miguel Ángel y un centenar de hombres uniformados, marcando el paso –sin una acusada marcialidad, todo hay que decirlo–, detrás de la bandera blanca y amarilla de la Ciudad del Vaticano.

Estamos en el más pequeño de los estados del mundo. Minúsculo y poderoso. Uno de los nódulos más influyentes del planeta. “¿Dónde están las divisiones del Papa?”, preguntó en una ocasión Stalin a su estado mayor, ignorando el zar de la bandera roja que su imperio no iba a cumplir cien años. Las divisiones del Papa están ahí. Cien gendarmes desfilando ante seis cardenales en un plácido jardín romano. Marcando el paso sin porte prusiano a orillas del río Tíber… La divisiones del Papa están diseminadas por todo el planeta, formando una extensa red de parroquias, hospitales, dispensarios, escuelas, universidades, residencias y comedores sociales. Divisiones abnegadas en los rincones más pobres del globo. Y también altos oficiales en influyentes despachos (en la magistratura, en los medios de comunicación, en la política, en la empresa…).

Concentración y dispersión. Condensación y despliegue. Minimalismo y universalidad. Sobre esta unidad dialéctica se asienta la fortaleza pontificia. Local y global. Urbi et orbi. Lo iremos viendo a través de los ventanales que nos han sido abiertos. Cuatro días en la ciudadela vaticana, en los que no vamos a descubrir ningún secreto –lo siento, Dan Brown–, pero veremos cosas que nos harán pensar. Para empezar, las notas del charlestón se derraman sobre el patio del Belvedere y los cohetes dibujan rosetones en el cielo romano.

 

De la doble moral y de la burla

Autor: Antoni Puigverd // La Vanguardia

Fuente: http://www.lavanguardia.es/premium/epaper/20101101/54064261243.html

Fíjense no en la anécdota, sino en el estilo de Sánchez Dragó: “En Tokio, un día, me topé con unas lolitas, pero no eran unas lolitas cualesquiera, sino de esas que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rímel, tacones, minifalda… Tendrían unos trece años. Subí con ellas y las muy putas se pusieron a turnarse. Mientras una se iba al váter, la otra se me trajinaba”. La presidenta Aguirre lo considera un ejercicio de prosa poética: “La literatura está llena de actos reprobables (…) pero la literatura es eso: literatura”. El autor ya ha rectificado su narración, seguramente presionado por la opinión pública, pero sin apercibirse de que no es el hecho, sino el estilo, lo que más le retrata. Es la descripción de las chicas (“las muy putas”) lo más hiriente de su relato.

Pasemos ahora a los medios que más le han afeado el gesto. Son los mismos que acostumbran a describir como literarias confesiones de pederastia de otros escritores más famosos. Las escenas de compra de sexo infantil relatadas por Gil de Biedma en Retrato del artista en 1956,por ejemplo. En el caso de Dragó, la izquierda no acepta la literatura como coartada. La ministra González Sinde sostiene: “Las obligaciones de un escritor no son distintas de las de cualquier otro miembro de la sociedad”. Los mismos medios que idolatran las películas de Almodóvar, en una de las cuales se hace apología de la pederastia, se rasgan diariamente las vestiduras ante los casos de paidofilia de clérigos católicos denunciados en los últimos años. Y gracias a su relato sesgado y constante se ha formado en España una corriente política y cultural que, aprovechada por un teniente de alcalde de Barcelona, ha llegado a considerar indigna para la ciudad la visita Joseph Ratzinger (precisamente el pontífice que con mayor empeño ha combatido la pederastia que afecta a una minoría de sacerdotes).

Curiosa doble moral. Se rasgan las vestiduras sólo cuando el pederasta pertenece a las filas del enemigo (no exagero usando el concepto enemigo: el viejo jurista alemán Carl Schmitt parece haber seducido por igual a la derecha y la izquierda contemporáneas, pues su estrategia “amigo-enemigo” abraza ya todos los frentes mediáticos y culturales). La corriente izquierdista, que tan activamente ha zurrado a Sánchez Dragó y que no considera necesario rectificar las informaciones sesgadas sobre el papel de Ratzinger en la lucha contra la pederastia, se ha mostrado en múltiples ocasiones indiferente y concesiva con las manifestaciones o las prácticas paidófilas de conspicuos miembros de la cultura autodenominada progresista.

Recordaba el otro miércoles Ferran Sàez Mateu en nuestro suplemento Culturas diversos ejemplos de apología de la pederastia que no han causado ni escándalo ni revuelo. En el primer disco de la Orquesta Mondragón, por ejemplo, Javier Gurruchaga, showman oficial de TVE en los años de Felipe González, españolizó un clásico del jazz, Satin doll,injertándole una letra de Eduardo Haro Ibars (celebrado y trágico poeta de la movida madrileña), que dice así: “El hombre de los caramelos (…) a la puerta del colegio / espera para hacerte feliz. / Y si deseas con él disfrutar / no te debes, niño, asustar. / Él tiene siempre lo que te hará gozar”. La doble moral que acusa de horrible pederasta al enemigo ideológico, pero eleva por la misma razón al amigo a la categoría de artista o transgresor, demuestra dos cosas. Primera, que la seguridad de niños importa un bledo. Segunda: que las trincheras de hoy son, por fortuna, menos belicosas que las de antaño, pero tienen la misma miserable profundidad.

Desde las trincheras de hoy muchos creen disparar humor. Durante años, en el mundo de la cultura catalana y española, la frontera del humor estaba clara. Existía, por un lado, un humor barato y cruel, que se fundaba en la denigración de los defectos de las personas. Reírse de los maricones, de las mujeres o de los gitanos no era humor, era burla. El humor, se decía, es otra cosa: un guiño de la inteligencia, un brillo del ingenio, una forma de liberación. El otro día en un programa de Catalunya Ràdio, hablando de la visita papal, dedicaron largos minutos a burlarse de la liturgia y los cánticos católicos. Fue un ejercicio de libertad de expresión que, por inviolable, la audiencia católica tuvo que tragarse con patatas. Pero también un ejercicio de bullying,de acoso a una minoría desde el confortable poder que concede un medio público.

Como unos niños crueles que, envalentonados por la fuerza del grupo, atacan al feo, al gordo, al diferente de la clase, así aquel grupo de periodistas, envalentonados por el incontestable poder del medio público que les concede el micrófono, se burlaron de los católicos. Ciertamente: la calidad de la democracia se mide por su capacidad de integrar el insulto. Pero también de respetar a las minorías. Los medios públicos catalanes, tan sensibles a los excesos de las televisiones y radios de otras partes de España, son incapaces de mirarse en el espejo de sus minorías. No las respetan. Es lo que hay. No habría que darle más vueltas, si no fuera por el concepto con que aquellos periodistas tan valientes disfrazaron su proeza. Le llaman humor, pero era escarnio. Le llaman desenfado, pero era burla. Creían divertir y se divertían: acosando.

Editorial de la La Vanguardia sobre Benedicto XVI en Barcelona (31/10/10)

Fuente: http://www.lavanguardia.es/premium/epaper/20101031/54063065470.html

Benedicto XVI en Barcelona

LA semana próxima llega Benedicto XVI a Barcelona. Su estancia entre nosotros será corta pero intensa. El motivo principal de su visita es la consagración del templo de la Sagrada Família, en cuyo imponente interior tendrá lugar una misa que será retransmitida a todo el mundo, lo que permitirá dar a conocer un espacio nuevo, verdaderamente impresionante. Evaluando dicho espacio, algunos expertos, antaño displicentes, no dudan en calificarlo de uno de los más sugestivos de la celebrada modernidad arquitectónica barcelonesa. La presencia de Benedicto XVI en la Sagrada Família tendrá como consecuencia directa el reforzamiento de la ya muy aplaudida obra de Gaudí. Para el turismo cultural de la ciudad y para la proyección mundial de la cultura barcelonesa y catalana, la visita papal va a tener beneficios incalculables. Tales beneficios justificarían de sobra el gasto público y las incomodidades que sufrirán los ciudadanos afectados. Pero es que, según explica ahora el Ayuntamiento, la visita del Papa generará en Barcelona un impacto económico de 29,8 millones de euros, cifra infinitamente superior a los costes.

Si el Ayuntamiento hubiera dado a conocer estas cifras con anterioridad, seguramente no se habría producido la polémica, de baja intensidad, sobre los costes del viaje. Algunas de las críticas a la presencia del Papa en Barcelona le describen como un inquisidor antimoderno. La repetición de estos tópicos despreciativos en los medios de comunicación públicos – sufragados por todos los ciudadanos-no es un dato menor, ni banal, que invitará a seguir reflexionando sobre el particular desde el más escrupuloso respeto a la libertad de expresión. Nada eclipsa, sin embargo, la respetuosa bienvenida de las instituciones catalanas. Y sería un gesto inteligente por parte del presidente del Gobierno su asistencia el domingo a la ceremonia de dedicación de la Sagrada Família, símbolo internacional de la cultura catalana, de la Barcelona cosmopolita y de una España hoy obligada a trabajar duro por su buen nombre en el mundo. El sentido laico del Estado no está reñido con la gentileza, la inteligencia política y una noción nítida de los intereses generales. Cuando en el 2003 se trataba de defender sus ideales pacifistas, José Luis Rodríguez Zapatero no dudó en asistir a una misa del papa Juan Pablo II en Madrid.

La figura de Benedicto XVI no cesa de suscitar atención en todo el mundo. Ratzinger es el intelectual que con mayor énfasis y capacidad de influencia discute los valores relativistas dominantes en la cultura occidental. Defensor de los valores humanos en un mundo tiranizado por lo económico, describe el mensaje cristiano como una síntesis entre fe y razón, en abierto contraste con los fanatismos de tipo irracional y agresivo. Defensor de la paz, propone a Europa la asunción de su milenaria tradición cristiana para dialogar con el resto de las culturas del mundo. Ya en su época de cardenal, Ratzinger encabezó la cruzada depurativa en el interior de la Iglesia para extirpar la lacra de la pederastia, que atañe a una minoría de clérigos. No es extraño que sus discursos sean escuchados con interés por intelectuales y dirigentes laicos. Así pasó en su reciente y difícil viaje a Gran Bretaña, precedido por una reticente campaña crítica. Gracias a su altura intelectual y a su autoridad moral, el Papa transformó aquella reticencia en interés. Barcelona le acogerá con cariño y cortesía. Y le escuchará con atención.

 

¿Quién teme a Benedicto XVI?

Source: Antoni Puigverd // La Vanguardia

http://www.lavanguardia.es/premium/publica/publica?COMPID=54012713205&ID_PAGINA=22088&ID_FORMATO=9

Casi todas las caricaturas del Polònia, famoso programa de humor de TV3, tienen alguna relación con el personaje real satirizado. El físico, el carácter, las ambiciones o la imagen pública son deformados hasta conseguir un efecto paródico. Contrariamente, la caricatura de Joseph Ratzinger no mantiene ninguna relación con la persona real. Si el Papa es políglota, en el Polònia no sabe hablar. Es un hombre sereno, pero allí es descrito como un histérico. Es reflexivo y sabio, pero es retratado como un estúpido. La pereza mental que predomina en nuestra opinión pública ha facilitado la adopción acrítica de esta caricatura.

Ratzinger es para cierta opinión catalana un ridículo tontaina, mera excrecencia de los viejos tiempos. No es de extrañar que su viaje a Gran Bretaña haya pasado tan desapercibido entre nosotros. Ni tan siquiera su próxima visita a Barcelona ha servido para afinar el oído. Con la excepción casi solitaria de La Vanguardia, para la mayoría de los medios comunicación catalanes el viaje no sido más que la penosa carrera de obstáculos del Pontífice para pedir perdón o justificarse de las acusaciones de pederastia. La mayoría de los corresponsales ignoraron sistemáticamente no ya las palabras que el Pontífice pronunció, sino el impacto que producían en la opinión británica.

El papa Benedicto XVI pidió, efectivamente, perdón a las víctimas y reafirmó por enésima vez su voluntad de limpiar la Iglesia católica de estos imperdonables y nefandos comportamientos. En un encuentro en la nunciatura apostólica de Londres, Ratzinger se reunió con un grupo de víctimas de abusos sexuales. Les escuchó, se identificó con su sufrimiento y afirmó que la Iglesia está haciendo todo lo posible para verificar las acusaciones, colaborar con la autoridad civil y entregar a la justicia a los religiosos acusados de estos graves crímenes. Volando en el avión hizo acto de contrición: “La autoridad de la Iglesia no ha sido suficientemente vigilante ni suficientemente veloz y decidida en la toma de las medidas necesarias”. En este mismo avión explicó la “gran tristeza” que significó para él mismo la revelación de estos abusos: “He sufrido un shock”.

Para los dominados por el prejuicio de un Papa “que antes de serlo era el Gran Inquisidor”, tal conmoción puede parecer teatral. Siguen ignorando que ya antes de acceder al pontificado, Ratzinger fue tan duro en la persecución de los religiosos pederastas que fue acusado en el interior de la Iglesia de negar el derecho a la defensa de los acusados.

La obsesiva fijación (¿refocilamiento?) en el escándalo de la pederastia ha impedido a muchos evaluar el impacto cultural del viaje papal a Gran Bretaña. Un impacto que, como se desprendía del magnífico trabajo periodístico de Oriol Domingo en La Vanguardia de ayer, ha sido muy notable. A pesar de estar precedido del escándalo belga. A pesar de la impericia del cardenal Paster. A pesar de que Ratzinger visitaba un país con religión propia y una larga tradición antipapista (que hunde sus raíces en una antigua y secular persecución de los católicos). Y apesar de la influencia militante de nuevas corrientes ateas. Ratzinger ha dejado una honda impresión en la opinión británica. Por su reflexión sobre las relaciones entre Dios y el César (entre creencia y poder político) en el contexto de su elogio a Tomás Moro, “admirado por creyentes y no creyentes por la integridad con que fue fiel a su conciencia”. Por su crítica a la falta de fundamento ético de las relaciones económicas, causa primera de la crisis actual (más que económica: sería una crisis de valores). Por su acento en la síntesis que el cristianismo ofrece entre fe y razón y, por tanto, por su defensa del diálogo entre el mundo secular y el mundo de las creencias evitando dos peligros: la intromisión de la religión en la política (fundamentalismo) y el desprecio de la política secular por la aportación religiosa (deformado por las ideologías, el poder puede derivar en totalitarismo).

Pasó casi desapercibida para la mayoría de nuestros corresponsales una frase de Ratzinger de profundo calado. La que más interés ha suscitado en la opinión británica. “Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, este proceso se presenta frágil”. A la luz de los dilemas éticos que abre el progreso de la ciencia, la frase merece cuando menos unos minutos de serena interrogación.

Mientras incluso en The Guardian han aparecido artículos al hilo de estas reflexiones papales, ¿seguirá la opinión catalana sorda a los retos éticos de Ratzinger, y dominada por la caricatura menos inteligente de los humoristas del Polònia?

Benedicto 16, el totalitarismo de la indiferencia y el desconcierto posmoderno

El papa alemán continuará en Barcelona y Santiago la renovación cultural del viejo continente. Está pagando el precio de los pioneros. No obstante, la historia le recordará como aquel que planteó una alternativa positiva al indiferentismo en el que la cultura europea postmoderna parecía haber sucumbido.

2010 ha sido el quinto año de pontificado de Benedicto 16. Como en los anteriores, también en este aniversario le han acompañado polémicas mediáticas. El 24 de enero, Bernard-Henry Lévy consideraba en las páginas de El País que Ratzinger estaba siendo “víctima de un juicio mediático” y “la continua manipulación de sus textos”, a propósito de su relación con los judíos . Dos meses más tarde las páginas del New York Times y de muchos otros diarios recuperaban varios casos sobre abusos sexuales de sacerdotes católicos, apuntado a una responsabilidad -nunca demostrada- de Benedicto 16 en el encubrimiento (ver resumen del caso aquí).
Una tras otra, ninguna de las polémicas ha demostrado culpabilidad alguna de Benedicto 16. John Allen, principal experto norteamericano en información católica, lo califica de “Papa de las ironías“. Por ejemplo, la de ser el Papa visto desde dentro como el gran reformador contra los abusadores sexuales y desde fuera como el gran encubridor, o la de se ser identificado como un pontífice intelectual y profesor pero ser noticia por todo menos por esta faceta.
A su paso, Benedicto 16 desata un ruido mediático ensordecedor. La reciente visita a Reino Unido ha sido otro ejemplo. Pero lo mismo ocurrió con la visita a Portugal, o el viaje a Malta: gran frialdad mediática pero cálida y masiva respuesta popular. Incluso la Misa en Escocia, el primer acto masivo en Reino Unido, consiguió reunir más de 70.000 fieles, a pesar de la intensa lluvia de malas noticias para el Papa. En Londres, la muchedumbre de Hyde Park multiplicaba por mucho el número de asistentes en las protestas. Efectivamente, es también una ironía que la persona que llega con peor prensa en cada lugar es después recibida como no lo ha sido ninguna otra personalidad.


La pregunta que se hacen muchos observadores es ¿por qué tanta agresividad hacia Benedicto 16? ¿Por qué, por ejemplo, se ignoran hechos fácilmente contrastables, como sus peticiones de perdón? ¿Por qué se ha llegado a lo que algunos han calificado de “deformación monstruosa de la realidad“?
Respuestas se han dado, con mayor o menor fortuna. El mes de agosto, dos prestigiosos vaticanistas, Andrea Tornielli y Paolo Rodari, publicaban Attacco a Ratzinger, donde descartaban la teoría de la conspiración pero sí identificaban tres fuentes de problemas para el pontífice: ataques desde fuera (laicistas, grupos feministas radicales y gays, laboratorios farmacéuticos que venden productos abortivos, abogados que piden indemnizaciones millonarias por casos de abusos), enemigos de dentro (los que plantean el Vaticano II como una ruptura y no como una renovación) y el fuego amigo de algunos de sus colaboradores.
Una de las últimas hipótesis llega de James MacMillan, compositor de la música elegida para la beatificación del Cardenal Newman, que ve a Benedicto XVI como “el peor enemigo de las feroces élites seculares británicas” procedentes de los campus europeos que protagonizaron en mayo del 68.
Otra posible interpretación sea que Benedicto 16 está representando el gran sí de Dios en una sociedad que genera indiferentismo hacia los otros, hacia el mundo y, por supuesto, hacia Dios. Josep Ramoneda -persona nada sospechosa de proximidad con el pontífice- carga precisamente en su último ensayo contra “totalitarismo de la indiferencia“. ¿No será, precisamente, esa capacidad de romper la desgana dominante, lo que convierte Benedicto 16 en un personaje incómodo?
Efectivamente, seguir atentamente sus escritos permite descubrir a un transgresor que plantea una alternativa firme a la cultura dominante, y que no se conforma en reducir la religión a mera cuestión folclórica. El 18/4/05, en la Misa previa a la elección del Papa, el entonces Cardenal Ratzinger avisa: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”. Cinco años más tarde, la labor de clarificación semántica en un mundo con gran ambigüedad de conceptos se confirma como una de las principales tareas de Benedicto XVI. Se ha propuesto dar un sentido a cada palabra y una palabra a cada realidad. Afirma que “la construcción de una sociedad humana requiere fidelidad a la verdad“. Explica que hay un “problema de lenguaje” con el amor, que no se puede reducir al sentimentalismo. No confunde la ética con la estética, ni los derechos con los deseos, ni la verdad con la verosimilitud, ni la familia con una convención. Afirma que hay esperanza, y confía en la razón. Y, además, tiene un hilo de voz amable y un aspecto de anciano bondadoso.
Ironías de la vida: las reacciones desproporcionadas, las acusaciones precipitadas y la burla pública son el escenario que permite valorar mejor, por contraste, la gran novedad del discurso constructivo, amable y positivo de este Papa que algunos daban por acabado antes de empezar, pero que se está convirtiendo en el gran renovador de la Iglesia Católica.
La biografía más completa, que está a punto de salir, lo bautiza como “el Papa de la razón” y “el primer postmoderno”. De ahí el desconcierto. El desconcierto postmoderno.
Próxima estación, Santiago y Barcelona.

Marc Argemí (marcargemi@gmail.com)

Benet 16, el totalitarisme de la indiferència i el desconcert postmodern

El papa alemany continuarà a Barcelona i Santiago la renovació cultural del vell continent. Està pagant el preu dels pioners. La història el recordarà, però, com aquell que va plantejar una alternativa positiva a l’indiferentisme on la cultura europea postmoderna semblava haver-se instal·lat.

L’any 2010 ha estat el cinquè de pontificat de Benet 16. Com en els anteriors, enguany també l’han acompanyat polèmiques mediàtiques. El 24 de gener, Bernard-Henry Lévy considerava en les pàgines d’El País que Ratzinger estava essent “víctima d’un judici mediàtic” i “la continua manipulació dels seus textos”, a propòsit de la seva relació amb els jueus. Dos mesos més tard les planes del New York Times i de molts altres diaris recuperaven diversos casos sobre abusos sexuals de sacerdots catòlics, apuntat a una responsabilitat -mai demostrada- de Benet 16 en l’encobriment (vegeu resum del cas aquí).

Una rere l’altra, cap de les polèmiques ha demostrat culpabilitat alguna de Benet 16. John Allen, principal expert nordamericà en informació catòlica, l’ha qualificat de “Papa de les ironies”. Per exemple, la de ser el Papa vist des de dins com el gran reformador contra els abusadors sexuals i des de fora com el gran encobridor; o la de se ser identificat com un pontífex intel·lectual i professor però ser notícia per tot menys per aquesta faceta.

Al seu pas Benet 16 desferma un soroll mediàtic eixordador. La recent visita a Regne Unit n’ha estat un altre exemple. Però el mateix va passar amb la visita a Portugal, o el viatge a Malta: gran fredor mediàtica però una càlida i massiva resposta popular. Fins i tot, la Missa a Escòcia, el primer acte massiu al Regne Unit, aconseguí reunir més de 70.000 fidels, malgrat la intensa pluja de males notícies pel Papa. A Londres, la gran munió de gent de Hyde Park multiplicava per molt el nombre d’assistents a les protestes. Efectivament, és també una ironia que la persona que arriba amb pitjor premsa a cada lloc és després rebuda com no ho ha arribat a estar cap altre personalitat ni artista.

La pregunta que es fan molts observadors és ¿per què tanta agressivitat vers Benet 16? Per què, per exemple, s’ignoren fets fàcilment contrastables, com les seves peticions de perdó? ¿per què s’ha arribat al que alguns han qualificat de “deformació monstruosa de la realitat”?

Respostes s’han donat, amb més o menys fortuna. El mes d’agost dos prestigiosos vaticanistes, Andrea Tornielli i Paolo Rodari, publicaven Attacco a Ratzinger, on descartaven la teoria de la conspiració però identificaven tres fonts de problemes per al pontífex: atacs des de fora (laïcistes, grups feministes radicals i gais, laboratoris farmacèutics que venen productes abortius, advocats que demanen indemnitzacions milionàries per casos d’abusos), enemics de dins (els que plantegen el Vaticà II com una ruptura i no com una renovació) i el foc amic d’alguns dels seus col·laboradors.

Una de les darreres hipòtesis arriba de James MacMillan, compositor de la música escollida per la beatificació del Cardenal Newman, que veu Benet XVI com “el pitjor enemic de les ferotges èlites seculars britàniques” procedents dels campus europeus que van protagonitzar el maig del 68.

Una altra possible interpretació sigui que Benet 16 està representant el gran sí de Déu en una societat que genera indiferentisme respecte dels altres, del món i, per descomptat, respecte de Déu. Josep Ramoneda -persona gens sospitosa de proximitat amb el pontífex- carrega precisament en el seu darrer assaig contra “totalitarisme de la indiferència”. ¿No serà, precisament, aquesta capacitat de trencar la desgana dominant, allò que converteix Benet 16 en un personatge incòmode?

Efectivament, seguir atentament els seus escrits permet descobrir a un transgressor que planteja una alternativa ferma a la cultura dominant, i que no es conforma en reduir la religió a una qüestió folklòrica. El 18/04/05, en la Missa prèvia a l’elecció del Papa, el llavors Cardenal Ratzinger avisa: “Es va constituint una dictadura del relativisme que no reconeix res com definitiu i que deixa com a última mesura només el propi jo i els seus desitjos “. Cinc anys més tard, la tasca de clarificació semàntica en un món amb gran ambigüitat de conceptes es confirma com una de les principals tasques de Benet 16. S’ha proposat donar un sentit a cada paraula i una paraula a cada realitat. Afirma que “la construcció d’una societat humana requereix fidelitat a la veritat”. Explica que hi ha un “problema de llenguatge” amb l’amor, que no es pot reduir al sentimentalisme. No confon l’ètica amb l’estètica, ni els drets amb els desitjos, ni la veritat amb la versemblança, ni la família amb una convenció. Afirma que hi ha esperança, i confia en la raó. I, a més, té un fil de veu amable i un posat d’ancià bondadós.

Ironies de la vida, les reaccions desproporcionades, les acusacions precipitades i la befa pública són l’escenari que permet valorar millor, per contrast, la gran novetat del discurs constructiu, amable i positiu d’aquest Papa que alguns donaven per acabat abans de començar, però que s’està convertint en el gran renovador de l’Església Catòlica.

La biografia més completa, que està a punt de sortir, el bateja com “el Papa de la raó” i “el primer postmodern”. D’aquí el desconcert. El desconcert postmodern.

Propera parada, Santiago i Barcelona.

Marc Argemí (marcargemi@gmail.com)

El Papa que no vendía

Fuente: http://www.lavanguardia.es/premium/epaper/20100612/53944623363.html

Gabriel Magalhães  // La Vanguardia

Es difícil escribir sobre una persona. Se puede ser injusto. Y más difícil aún es escribir sobre Joseph Ratzinger. No obstante, el Papa visitó Portugal este mayo, y esa visita ha sido importante. Ha marcado un suave cambio, muy profundo, en nuestro país. En Portugal, desde la revolución que trajo la democracia en 1974, los cambios importantes se hacen con una flor en la mano.

La expectativa, hace unos meses, era escasa, o casi negativa. “Este papa no vende”, declaraban los vendedores de artículos religiosos de Fátima. Y el cartel de inquisidor y personaje siniestro colgado a Ratzinger imponía su sombra. Cuando llegó a Lisboa, lo que había era curiosidad y el respeto debido. Nada más que eso.

Lo primero que llamó la atención fue la exactitud de todos sus movimientos. Hay un rigor alemán en sus gestos. Su presencia es algo así como un lienzo de Mondrian. Y, de repente, los portugueses nos dimos cuenta de que el vocablo exacto para todo esto es “seriedad”. En el fondo, lo que Alemania hace hoy con Europa, a nivel económico, lo ha hecho este papa hace décadas, en el terreno espiritual.

Si elogiamos la cordura de Merkel, hemos por lo menos de comprender a Ratzinger.

El portugués de a pie intuyó que básicamente estamos ante un hombre honrado. Cuando un grupo de jóvenes fue a darle vítores por la noche, salió al balcón de la nunciatura de Lisboa, agradeció con mucho cariño y pidió que le dejaran dormir porque tenía que trabajar al día siguiente.

Ratzinger cumple con lo de ser una imagen, un icono, pero intenta apagarse. Sabe que, a partir de un cierto punto, la imagen del papa se reviste de rasgos “paganos”. Hay en el líder de la Iglesia la convicción personal, muy arraigada, de que un sacerdote tiene que desdibujarse para que sólo Dios sea el protagonista. Y esto también vale para él, a pesar de su condición de vicario de Cristo. Para conocerle, hay que leerlo. Sus representaciones visuales son tan abstractas como banderas: dicen muy poco. Si queremos encontrarnos con Benedicto XVI, debemos conocer sus textos. En realidad, se trata de un papa escritor, muy fiel a la raíz verbal del cristianismo.

Su ascensión eclesial se basa en su prodigiosa capacidad de interpretar los escritos bíblicos. El lector de sus textos sabe que posee una inteligencia y una claridad de exposición deslumbrantes, muy germánicas, mezcladas con una elegancia literaria ya un poco italiana. Ratzinger fue la linterna de la Iglesia en un tiempo de dudas y oscuridades. En concreto, fue la linterna de Juan Pablo II. Una linterna a veces incómoda, en una época enamorada de la breve alucinación del flash fotográfico.

En resumen: honradez, discreción, inteligencia. Y además una gran fe y un enorme sentido de misión. Y esto terminó siendo lo más espeluznante para muchos portugueses. Ratzinger fue elegido hace cinco años, cuando se ignoraban las dificultades presentes, y adoptó el nombre de Benedicto XVI, estableciendo como una de sus prioridades la recuperación espiritual de Europa. Todo esto antes de la crisis actual.

En Portugal, nos hemos dado cuenta de que se trata de un papa providencial. Es la persona que Europa necesitaba en este momento. Esto lo ha comprendido una gran parte de la sociedad portuguesa. Ha sido un fenómeno amplio, que supera el mundo de los católicos de misa dominical.

No querer ver que Europa necesita una resurrección espiritual es como no querer ver el déficit. Exactamente lo mismo. Cerrar los ojos e insistir en ideas huecas. Lo importante es empezar a pensar cómo podremos articular los principios insoslayables de una sociedad libre, democrática, con la energía de la espiritualidad. Sólo salvaremos las democracias que hemos creado y el bienestar que hemos construido si regresamos a nuestra tradición espiritual. La economía ya no puede solucionarse a sí misma; la situación actual pide ante todo nuevas actitudes; esas nuevas actitudes sólo las podrán tomar personas renovadas que hayan redescubierto a fondo la dignidad mayor de su condición humana.

Y aquí anotaremos otra característica del Papa: su serena tristeza. No existe ese optimismo contagioso de Juan Pablo II. Es un hombre de fe, pero también alguien que se sabe de memoria todos los suicidios espirituales de Occidente. Esa melancolía papal, en un país nostálgico como Portugal, ha calado profundamente. La sociedad portuguesa no es la misma tras la visita de Benedicto XVI. Pese a todos los escándalos, del “pecado de la Iglesia”, como dijo el Papa, ha habido como un discreto amanecer. Nada de fanatismos. Sencillamente, un suave recuperar la lucidez. Y es que no bastará con salvar el euro. Para salvar a Europa, habrá que redescubrir, en plena libertad, el alma de Occidente.

   G. MAGALHÃES, escritor portugués