Category Archives: El País

El periodismo religioso y la religión del periodismo

Cuando Dios se asoma por los medios, muchos periodistas no saben si incensarlo, ignorar su presencia o hacerle la enésima necrológica. Pero ¿por qué no hacer, simplemente, periodismo? 

Marc Argemí 

Corría el año 2009 cuando dos editores de  The Economist, la gran biblia de la élite liberal anglosajona, publicaban un ensayo documentadísimo, God is Back. La tesis central afirmaba que “las cosas que se suponía que destruirían la religión -democracia y mercados, tecnología y razón- se están combinando para hacerla más fuerte”. John Micklethwait y Adrian Wooldridge, un católico y un ateo, concluyeron que progreso y religión no sólo no eran enemigas, sino que iban de la mano en la mayoría de lugares del mundo. Europa y ciertos círculos intelectuales de la costa Este serían, en este sentido, una rareza.

Incomprensiblemente, el hecho de que dos influyentes periodistas se atrevieran a cuestionar uno de los pilares de la corrección política no atrajo la atención de los medios aquí. ¿Por qué? ¿por desidia? ¿por el anticlericalismo multisecular? ¿por una espiral del silencio promovida desde ciertas conspiraciones? La respuesta, cualquiera que sea, puede encontrarse en motivos mucho menos ideológicos. Si ningún medio de comunicación de España habló del ensayo exhaustivo de dos editores de la principal revista liberal del mundo tal vez no fue porque consideraran ofensiva la tesis de que promovían. Me atrevo a aventurar que, más bien, les resultaba incomprensible.

De un tiempo a esta parte, cierta religión del periodismo -ese conjunto de creencias apriorísticas que el gremio asume como carta de navegación imprescindible para el buen profesional- ha tendido a menudo a considerar el hecho religioso como algo de ratas de sacristía, si no -peor- como algo con reminiscencias franquistas que sólo gusta a cuatro viejas de derechas. En el mejor de los casos, un hecho digno de ser contemplado como una parte entrañable, aburrida y en el fondo irrelevante de la cotidianidad. Y, claro, cuando la situación ha llegado a este punto es fácil poner la excusa de que no se da información religiosa porque no hay gente que la pida.

Es caricatura, obviamente. Hay varias, y honrosas excepciones. Pero incluso estas excepcionales excepciones -unos pocos periodistas de prestigio- compartirán la apreciación de que hoy el periodismo en nuestros lares es predominantemente analfabeto en lo que respecta a cuestiones espirituales y religiosas. Una membrana de indiferencia parece haber envuelto con eficacia todo lo que huela a religioso, que permanece recluido, desprende olor a despensa mal ventilada y parece que sólo pueda lucir en museos o sacristías.

Esta situación perjudica al hecho religioso, pero también al periodismo. Un periodismo incapaz de descodificar un hecho social o personal como éste, de dar al menos pistas válidas para que la audiencia pueda hacerse un mapa comprensible de la situación, es un periodismo incompleto. Lo saben en el New York Times, que da una amplia cobertura en Religion and Belief,  o al Frankfurter Allgemeine, del que me contaban hace un tiempo que tenía dos redactores seniors especializados en religión.

Pero, ¿cómo informar de creencias, en un país como el nuestro, donde nuestros abuelos guardan en la memoria el recuerdo de los muertos por causa de la fe, y nuestros padres crecieron bajo un poder que tenía por oficial un credo determinado? Si para los primeros la religión tendría tonos épicos, para los segundos podría despertar ciertos resentimientos. Y entre los que hemos llegado después, la actitud más sugerente es la indiferencia.

Sin embargo, siempre he pensado que el hecho religioso y el periodismo se beneficiarán mucho mutuamente el día que descubran que tienen en común objetivos y enemigos. Ambos afirman buscar la verdad, y ambos combaten la ignorancia. La crisis de los medios tiene más en común con la crisis de la práctica religiosa de lo que pueda parecer en un principio: el relativismo ha disuelto en muchas personas las inquietudes para saber más sobre la verdad, el bien, el mal y la belleza. Si cada uno tiene su verdad particular, ¿qué necesidad hay de conocer los universales?

Bien, de acuerdo, pero ¿Es posible un periodismo religioso que recoja la dimensión trascendente de las personas, sea comprensible para el gran público y al mismo tiempo no sea aburrido? Parece la cuadratura del círculo y más cuando, como dice un amigo mío, a menudo se confunde la trascendencia con el aburrimiento, y si algo no quiere el periodismo es resultar aburrido.

Hay muchas formas de encuadrar el hecho religioso de forma que sea atractivo. Cada una tiene sus ventajas y sus carencias. La más frecuente es el enfoque deportivo. A imagen y semejanza de la prensa deportiva, se presentan los hechos siempre desde el prisma favorable al equipo de los lectores, sea éste el religioso o el antirreligioso. Más que describir la realidad, la vive y toma abiertamente partido: que ganen los míos. Las audiencias de este tipo de periodismo suelen ser las convencidas, de un lado y del otro.

Una segunda forma es la aproximación política: aplicar, por ejemplo, en la Iglesia, un esquema de derechas contra izquierdas, progresistas contra conservadores. Son simplificaciones que proporcionan un relato de la realidad, pero demasiado a menudo esa realidad que reflejan está sólo en la imaginación de quien escribe.

A veces resulta efectivo el esquema sensacionalista: una víctima, un agresor, unos hechos luctuosos y el medio de comunicación como garante de la justicia. Este es el esquema más repetido en la sección de sociedad, donde se han encajado tradicionalmente las informaciones sobre religión. Pero tal enfoque, en religión como en todos los otros campos, tiene el inconveniente de que es incapaz de hacer interesante el aspecto más trascendente, y puede caer en cambio en una espiral de sensacionalismo barroco, cada vez más rebuscado o escabroso.

Hay, todavía, una aproximación que mira exclusivamente la dimensión espiritual de la cosa, como algo desconectado de la actualidad más inmediata. Un personaje exótico, las nuevas terapias venidas de tierras lejanas, o incluso las novedades en la autoayuda, son algunos de los reclamos.

Algunos periodistas están intentando algo relativamente nuevo, y muy sencillo: hacer periodismo. Es decir, aplicar al hecho religioso el mismo rigor y la misma seriedad profesional que se pone para informar, por ejemplo, de la Fórmula 1. A ninguno de los periodistas que siguen la caravana de pilotos y escuderías de circuito en circuito se le pide que sepa conducir uno de esos coches de carreras. Pero a todos se les exige, en cambio, que expliquen bien qué es un pit-stop, como se obtiene una pole o qué reglamentación afecta al carburante. Mientras esta exigencia de profesionalidad esté presente, incluso los que somos aficionados de Ferrari toleraremos que al periodista se le note que apuesta por Red Bull.

El día que la religión del periodismo deje de ver el periodismo religioso como el patito feo, la opinión publicada será más completa y la religión saldrá de las trincheras defensivas que, por instinto de supervivencia, tantas veces ha tenido que refugiarse.

El periodisme religiós i la religió del periodisme

Quan Déu treu el nas pels mitjans, molts periodistes no saben si encensar-lo, ignorar la seva presència o fer-li l’enèsima necrològica. Però ¿per què no fer, simplement, periodisme?

Marc Argemí

Corria l’any 2009 quan dos editors del The Economist, la gran bíblia de l’elit liberal anglosaxona, publicaven un assaig documentadíssim, God is Back. La tesi central afirmava que “les coses que se suposava que destruirien la religió –democràcia i mercats, tecnologia i raó‑ s’estan combinant per fer-la més forta”. John Micklethwait i Adrian Wooldridge, un catòlic i un ateu, van concloure que progrés i religió no només no eren enemigues, sinó que anaven de la mà en la majoria d’indrets del món. Europa i certs cercles intel·lectuals de la costa Est serien, en aquest sentit, una raresa.

Incomprensiblement, el fet que dos influents periodistes s’atrevissin a qüestionar un dels pilars de la correcció política no va atraure l’atenció dels mitjans catalans. Per què? per desídia? per l’anticlericalisme multisecular? per una espiral del silenci promoguda per certes conspiracions? La resposta, sigui quina sigui, pot trobar-se en motius molt menys ideològics. Si cap mitjà de comunicació català va parlar de l’assaig exhaustiu de dos editors de la principal revista liberal del món potser no fou perquè consideressin ofensiva la tesi que promovien. M’atreveixo a aventurar que, més aviat, els resultava incomprensible.

D’un temps ençà, certa religió del periodisme –aquell conjunt de creences apriorístiques que el gremi assumeix com a carta de navegació imprescindible per al bon professional- ha tendit sovint a considerar el fet religiós com a cosa de rosegaaltars, si no –pitjor- com quelcom de reminiscències franquistes que només agrada a quatre iaies de dretes. En el millor dels casos, un fet digne de ser contemplat com una part entranyable, avorrida i en el fons irrellevant de la quotidianitat. I, és clar, quan la situació ha arribat en aquest punt és fàcil posar l’excusa de què no es dóna informació religiosa perquè no hi haurà gent que la demani.

És caricatura, òbviament. Hi ha diverses, i honroses excepcions. Però fins i tot aquestes excepcionals excepcions –uns pocs periodistes de prestigi- compartiran l’apreciació de que avui el periodisme català és predominantment analfabet pel que respecta a qüestions espirituals i religioses. Un tel d’indiferència sembla haver embolcallat amb eficàcia tot allò que faci tuf a religiós, que roman reclòs, desprèn olor a rebost mal ventilat i sembla que només pugui fer goig a museus o a sagristies.

Aquesta situació perjudica al fet religiós, però també al periodisme. Un periodisme incapaç de descodificar un fet social o personal com aquest, de donar almenys pistes vàlides perquè l’audiència es faci un mapa comprensible de la situació, és un periodisme incomplet. Ho saben al New York Times, que dóna una àmplia cobertura a Religion and Belief,  o al Frankfurter Allgemeine, del qual m’explicaven fa un temps que tenia dos redactors sèniors especialitzats en religió.

Però, com informar de creences, en un país com el nostre, on els nostres avis guarden en la memòria el record dels morts per causa de la fe, i els nostres pares cresqueren sota un poder que tenia com a oficial un sol credo determinat? Si per als primers la religió tindria tons èpics, per als segons podria evocar certs ressentiments. I entre els que hem arribat després, l’actitud més suggerent és la indiferència.

Malgrat això, sempre he pensat que el fet religiós i el periodisme es beneficiaran molt mútuament el dia que descobreixin que tenen en comú objectius i enemics. Ambdós afirmen cercar la veritat, i ambdós combaten la ignorància. La crisi dels mitjans té més en comú amb la crisi de la pràctica religiosa del que pugui semblar en un principi: el relativisme ha dissolt en moltes persones les inquietuds per a saber més sobre la veritat, el bé, el mal i la bellesa. Si cadascú té la seva veritat particular, quina necessitat hi ha de conèixer els universals?

Bé, d’acord, però ¿És possible un periodisme religiós que reculli la dimensió transcendent de les persones, sigui comprensible per al gran públic i al mateix temps no sigui avorrit? Sembla la quadratura del cercle i més quan, com diu un amic meu, sovint es confon la transcendència amb l’avorriment, i si una cosa no vol el periodisme és resultar avorrit.

Hi ha moltes formes d’enquadrar el fet religiós de forma que sigui atractiu. Cadascuna té els seus avantatges i les seves mancances. La més freqüent és l’enfocament esportiu. A imatge i semblança de la premsa esportiva, es presenten els fets sempre des del prisma favorable a l’equip dels lectors, sigui aquest el religiós o l’antireligiós. Més que descriure la realitat, la viu i pren obertament partit: que guanyin els meus. Les audiències d’aquest tipus de periodisme solen ser les convençudes, d’un costat i de l’altre.

Una segona forma és l’aproximació política: aplicar, posem per cas, a l’Església, un esquema de dretes contra esquerres, progressistes contra conservadors. Són simplificacions que donen un relat de la realitat, però massa sovint aquella realitat que reflecteixen està només en la imaginació d’aquell qui escriu.

De vegades resulta efectiu l’esquema sensacionalista: una víctima, un agressor, uns fets luctuosos i el mitjà de comunicació com a garant de la justícia. Aquest és l’esquema més repetit en la secció de societat, on s’han encabit tradicionalment les informacions sobre religió. Però tal enfocament, en religió com en tots els altres camps, té l’inconvenient que és incapaç de fer interessant l’aspecte més transcendent, i pot caure en canvi en una espiral de sensacionalisme barroc, cada cop més rebuscat o escabrós.

Hi ha, encara, una aproximació que mira exclusivament la dimensió espiritual de la cosa, com quelcom desconnectat de l’actualitat més immediata. Un personatge exòtic, les noves teràpies vingudes de terres llunyanes, o fins les novetats en l’autoajuda, en són alguns dels reclams.

Alguns periodistes estan intentant una cosa relativament nova, i molt senzilla: fer periodisme. És a dir, aplicar al fet religiós el mateix rigor i la mateixa serietat professional que es posa per informar, posem per cas, de la Fòrmula 1. A cap dels periodistes que segueixen la caravana de pilots i escuderies de circuit a circuit se li demana que sàpiga conduir un d’aquells cotxes de carreres. Però a tots se’ls exigeix, en canvi, que expliquin bé què és un pit-stop, com s’obté una pole o quina reglamentació afecta al carburant. Mentre aquesta exigència de professionalitat estigui present, fins i tot els que som aficionats de Ferrari tolerem que se’ls noti que aposten per Red Bull.

El dia que la religió del periodisme deixi de veure el periodisme religiós com l’aneguet lleig, la opinió publicada serà més completa i la religió sortirà de les trinxeres defensives on, per instint de supervivència, tantes vegades s’ha hagut de refugiar.

Salvar a los cristianos de Oriente (El Pais 9/01/2011)

Autor: Bernard-Henri Levy

Fuente: http://www.bernard-henri-levy.com/salvar-a-los-cristianos-de-oriente-el-pais-9012011-13429.html

Empezar con las presidenciales? ¿Strauss-Kahn, de lejos el mejor? ¿Fabius, que, en su defecto, podría imponerse? ¿El gran cadáver caído de espaldas al que habrá que intentar reanimar, dado que ni supo ni quiso transformarse?
¿Volver sobre el caso Sakineh y el cinismo de los jueces policía que multiplican los montajes y las falsas confesiones orquestadas y quieren presentarnos como un progreso el paso de la lapidación al ahorcamiento?

¿Darle vueltas al doble proceso que interponen contra mí, por el mismo artículo, un grupúsculo de extrema derecha y un veterano de Le Monde Diplomatique?

Prefiero de lejos ocuparme de lo que me parece el acontecimiento más brutal, más cargado de trágicas consecuencias, de este comienzo del año 2011: me refiero al atentado que, la noche de Año Nuevo, causó 21 muertos y 79 heridos entre los fieles de la iglesia de Al Kidissine, en Alejandría.

Este atentado era la culminación de una serie de ataques que, en Nigeria, Filipinas y otros lugares, habían ensangrentado la noche de Navidad. Tenía lugar al término de un año marcado, entre otras cosas, por la matanza de la catedral de Bagdad. De forma que es cada vez menos discutible que estamos ante una persecución de masas en toda regla. ¿Difícil de concebir, dado que se trata de una religión que durante mucho tiempo fue dominante, por no decir dominadora e intolerante? Tal vez. Pero, sin embargo, cierto. Y Benedicto XVI tiene sobrados motivos para afirmar que actualmente los cristianos son el grupo religioso que sufre « el mayor número de persecuciones » en el mundo.

Este atentado, como todos los demás, tenía como objetivo una comunidad cuya historia se confunde con la de la región. Esta oleada de actos terroristas diezma unas Iglesias de las que acaso no todo el mundo sepa que fueron (los coptos de Egipto) mayoritarias durante mucho tiempo o, en todo caso (Siria), anteriores a la llegada del islam. De modo que quienes los perpetran no solamente son unos bárbaros, sino también unos imbéciles que, al pretender erradicar la « división en tierras del islam », atacan lo que constituye el alma de la región. ¿La fechoría sería igual de grave si los cristianos de Oriente no fueran esa minoría autóctona? Por supuesto. Pero esa circunstancia es un agravante. Añade una dimensión -digamos- metafísica al gesto. Cuando el mundo árabe prescindió de los judíos y de su memoria, se cometió un crimen irreparable. Si ahora se priva de sus cristianos, si hace sufrir a las últimas comunidades católicas capaces de rezar en la lengua de Cristo lo que hizo sufrir a los descendientes de las tribus de Israel, será, no solo para él, sino para el mundo, una nueva pérdida total, una nueva ruina espiritual y moral, un nuevo desastre civilizatorio y cultural.

Ni que decir tiene que el islam está, en este asunto, en una encrucijada. O se obstina en la negación y en el lenguaje engañoso; continúa, hablando de « actos aislados », como la policía de Mubarak; se empeña, como el mismo Mubarak, en ver en estos baños de sangre una violencia contra el « país entero » y no contra « una comunidad en particular »; disculpa a los culpables; hace como Ahmed al Tayeb, el gran imán de Al Azhar, que denuncia el « punto de vista del Papa » cuando apela -en lo que al parecer constituye una insoportable « injerencia »- a detener la masacre de inocentes; y, entonces, el único camino posible será la catástrofe. O bien se impone el coraje; los intelectuales musulmanes salen de su ensordecedor y terrible silencio; los imanes se posicionan; el consejo francés del culto musulmán -que la mañana misma del 1 de enero condenaba sin equívocos la « barbarie » de este « abyecto atentado terrorista »- hace escuela; y, entonces, se impondrá lo que en mi última crónica llamaba « el honor de los musulmanes » y tal vez tengamos una oportunidad de evitar el choque de culturas que algunos desean de todo corazón, pero hay que conjurar a cualquier precio.

En cuanto a los demás, todos los demás, ¿qué deben hacer?

Antes que nada, no caer en la trampa de la falsa simetría: « ¿Vosotros no queréis iglesias? Nosotros no queremos mezquitas ». El cometido de los demócratas es elevar al prójimo por encima de sí mismos, nunca alinearse con sus peores bajezas.

No ceder tampoco al eterno argumento de los cobardes: « Cuidado con pasarse. Al defender a esas gentes, las señaláis. Al señalarlas, las ponéis en peligro ». Quienes conocen la historia del pueblo judío saben que el perfil bajo nunca ha protegido a nadie y, por el contrario, siempre ha preparado el camino a los matarifes. Al revés, hay que hablar. Hablar cuanto sea necesario. Dar fe. Indignarse. E incluso, los que pueden, rezar. Sí. ¿Por qué no, en efecto, ya que en el fondo se trata de eso, por qué no una plegaria ecuménica pronunciada con una única voz por autoridades de las tres religiones del Libro? ¿Por qué no una jornada mundial de los cristianos de Oriente y, durante esa jornada, una hora en la que se invite al planeta a unirse a través de la plegaria o el pensamiento con los perseguidos? Personalmente, haré una excepción a mi agnosticismo y no faltaré.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva

Benedicto 16, el totalitarismo de la indiferencia y el desconcierto posmoderno

El papa alemán continuará en Barcelona y Santiago la renovación cultural del viejo continente. Está pagando el precio de los pioneros. No obstante, la historia le recordará como aquel que planteó una alternativa positiva al indiferentismo en el que la cultura europea postmoderna parecía haber sucumbido.

2010 ha sido el quinto año de pontificado de Benedicto 16. Como en los anteriores, también en este aniversario le han acompañado polémicas mediáticas. El 24 de enero, Bernard-Henry Lévy consideraba en las páginas de El País que Ratzinger estaba siendo “víctima de un juicio mediático” y “la continua manipulación de sus textos”, a propósito de su relación con los judíos . Dos meses más tarde las páginas del New York Times y de muchos otros diarios recuperaban varios casos sobre abusos sexuales de sacerdotes católicos, apuntado a una responsabilidad -nunca demostrada- de Benedicto 16 en el encubrimiento (ver resumen del caso aquí).
Una tras otra, ninguna de las polémicas ha demostrado culpabilidad alguna de Benedicto 16. John Allen, principal experto norteamericano en información católica, lo califica de “Papa de las ironías“. Por ejemplo, la de ser el Papa visto desde dentro como el gran reformador contra los abusadores sexuales y desde fuera como el gran encubridor, o la de se ser identificado como un pontífice intelectual y profesor pero ser noticia por todo menos por esta faceta.
A su paso, Benedicto 16 desata un ruido mediático ensordecedor. La reciente visita a Reino Unido ha sido otro ejemplo. Pero lo mismo ocurrió con la visita a Portugal, o el viaje a Malta: gran frialdad mediática pero cálida y masiva respuesta popular. Incluso la Misa en Escocia, el primer acto masivo en Reino Unido, consiguió reunir más de 70.000 fieles, a pesar de la intensa lluvia de malas noticias para el Papa. En Londres, la muchedumbre de Hyde Park multiplicaba por mucho el número de asistentes en las protestas. Efectivamente, es también una ironía que la persona que llega con peor prensa en cada lugar es después recibida como no lo ha sido ninguna otra personalidad.


La pregunta que se hacen muchos observadores es ¿por qué tanta agresividad hacia Benedicto 16? ¿Por qué, por ejemplo, se ignoran hechos fácilmente contrastables, como sus peticiones de perdón? ¿Por qué se ha llegado a lo que algunos han calificado de “deformación monstruosa de la realidad“?
Respuestas se han dado, con mayor o menor fortuna. El mes de agosto, dos prestigiosos vaticanistas, Andrea Tornielli y Paolo Rodari, publicaban Attacco a Ratzinger, donde descartaban la teoría de la conspiración pero sí identificaban tres fuentes de problemas para el pontífice: ataques desde fuera (laicistas, grupos feministas radicales y gays, laboratorios farmacéuticos que venden productos abortivos, abogados que piden indemnizaciones millonarias por casos de abusos), enemigos de dentro (los que plantean el Vaticano II como una ruptura y no como una renovación) y el fuego amigo de algunos de sus colaboradores.
Una de las últimas hipótesis llega de James MacMillan, compositor de la música elegida para la beatificación del Cardenal Newman, que ve a Benedicto XVI como “el peor enemigo de las feroces élites seculares británicas” procedentes de los campus europeos que protagonizaron en mayo del 68.
Otra posible interpretación sea que Benedicto 16 está representando el gran sí de Dios en una sociedad que genera indiferentismo hacia los otros, hacia el mundo y, por supuesto, hacia Dios. Josep Ramoneda -persona nada sospechosa de proximidad con el pontífice- carga precisamente en su último ensayo contra “totalitarismo de la indiferencia“. ¿No será, precisamente, esa capacidad de romper la desgana dominante, lo que convierte Benedicto 16 en un personaje incómodo?
Efectivamente, seguir atentamente sus escritos permite descubrir a un transgresor que plantea una alternativa firme a la cultura dominante, y que no se conforma en reducir la religión a mera cuestión folclórica. El 18/4/05, en la Misa previa a la elección del Papa, el entonces Cardenal Ratzinger avisa: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”. Cinco años más tarde, la labor de clarificación semántica en un mundo con gran ambigüedad de conceptos se confirma como una de las principales tareas de Benedicto XVI. Se ha propuesto dar un sentido a cada palabra y una palabra a cada realidad. Afirma que “la construcción de una sociedad humana requiere fidelidad a la verdad“. Explica que hay un “problema de lenguaje” con el amor, que no se puede reducir al sentimentalismo. No confunde la ética con la estética, ni los derechos con los deseos, ni la verdad con la verosimilitud, ni la familia con una convención. Afirma que hay esperanza, y confía en la razón. Y, además, tiene un hilo de voz amable y un aspecto de anciano bondadoso.
Ironías de la vida: las reacciones desproporcionadas, las acusaciones precipitadas y la burla pública son el escenario que permite valorar mejor, por contraste, la gran novedad del discurso constructivo, amable y positivo de este Papa que algunos daban por acabado antes de empezar, pero que se está convirtiendo en el gran renovador de la Iglesia Católica.
La biografía más completa, que está a punto de salir, lo bautiza como “el Papa de la razón” y “el primer postmoderno”. De ahí el desconcierto. El desconcierto postmoderno.
Próxima estación, Santiago y Barcelona.

Marc Argemí (marcargemi@gmail.com)

Benet 16, el totalitarisme de la indiferència i el desconcert postmodern

El papa alemany continuarà a Barcelona i Santiago la renovació cultural del vell continent. Està pagant el preu dels pioners. La història el recordarà, però, com aquell que va plantejar una alternativa positiva a l’indiferentisme on la cultura europea postmoderna semblava haver-se instal·lat.

L’any 2010 ha estat el cinquè de pontificat de Benet 16. Com en els anteriors, enguany també l’han acompanyat polèmiques mediàtiques. El 24 de gener, Bernard-Henry Lévy considerava en les pàgines d’El País que Ratzinger estava essent “víctima d’un judici mediàtic” i “la continua manipulació dels seus textos”, a propòsit de la seva relació amb els jueus. Dos mesos més tard les planes del New York Times i de molts altres diaris recuperaven diversos casos sobre abusos sexuals de sacerdots catòlics, apuntat a una responsabilitat -mai demostrada- de Benet 16 en l’encobriment (vegeu resum del cas aquí).

Una rere l’altra, cap de les polèmiques ha demostrat culpabilitat alguna de Benet 16. John Allen, principal expert nordamericà en informació catòlica, l’ha qualificat de “Papa de les ironies”. Per exemple, la de ser el Papa vist des de dins com el gran reformador contra els abusadors sexuals i des de fora com el gran encobridor; o la de se ser identificat com un pontífex intel·lectual i professor però ser notícia per tot menys per aquesta faceta.

Al seu pas Benet 16 desferma un soroll mediàtic eixordador. La recent visita a Regne Unit n’ha estat un altre exemple. Però el mateix va passar amb la visita a Portugal, o el viatge a Malta: gran fredor mediàtica però una càlida i massiva resposta popular. Fins i tot, la Missa a Escòcia, el primer acte massiu al Regne Unit, aconseguí reunir més de 70.000 fidels, malgrat la intensa pluja de males notícies pel Papa. A Londres, la gran munió de gent de Hyde Park multiplicava per molt el nombre d’assistents a les protestes. Efectivament, és també una ironia que la persona que arriba amb pitjor premsa a cada lloc és després rebuda com no ho ha arribat a estar cap altre personalitat ni artista.

La pregunta que es fan molts observadors és ¿per què tanta agressivitat vers Benet 16? Per què, per exemple, s’ignoren fets fàcilment contrastables, com les seves peticions de perdó? ¿per què s’ha arribat al que alguns han qualificat de “deformació monstruosa de la realitat”?

Respostes s’han donat, amb més o menys fortuna. El mes d’agost dos prestigiosos vaticanistes, Andrea Tornielli i Paolo Rodari, publicaven Attacco a Ratzinger, on descartaven la teoria de la conspiració però identificaven tres fonts de problemes per al pontífex: atacs des de fora (laïcistes, grups feministes radicals i gais, laboratoris farmacèutics que venen productes abortius, advocats que demanen indemnitzacions milionàries per casos d’abusos), enemics de dins (els que plantegen el Vaticà II com una ruptura i no com una renovació) i el foc amic d’alguns dels seus col·laboradors.

Una de les darreres hipòtesis arriba de James MacMillan, compositor de la música escollida per la beatificació del Cardenal Newman, que veu Benet XVI com “el pitjor enemic de les ferotges èlites seculars britàniques” procedents dels campus europeus que van protagonitzar el maig del 68.

Una altra possible interpretació sigui que Benet 16 està representant el gran sí de Déu en una societat que genera indiferentisme respecte dels altres, del món i, per descomptat, respecte de Déu. Josep Ramoneda -persona gens sospitosa de proximitat amb el pontífex- carrega precisament en el seu darrer assaig contra “totalitarisme de la indiferència”. ¿No serà, precisament, aquesta capacitat de trencar la desgana dominant, allò que converteix Benet 16 en un personatge incòmode?

Efectivament, seguir atentament els seus escrits permet descobrir a un transgressor que planteja una alternativa ferma a la cultura dominant, i que no es conforma en reduir la religió a una qüestió folklòrica. El 18/04/05, en la Missa prèvia a l’elecció del Papa, el llavors Cardenal Ratzinger avisa: “Es va constituint una dictadura del relativisme que no reconeix res com definitiu i que deixa com a última mesura només el propi jo i els seus desitjos “. Cinc anys més tard, la tasca de clarificació semàntica en un món amb gran ambigüitat de conceptes es confirma com una de les principals tasques de Benet 16. S’ha proposat donar un sentit a cada paraula i una paraula a cada realitat. Afirma que “la construcció d’una societat humana requereix fidelitat a la veritat”. Explica que hi ha un “problema de llenguatge” amb l’amor, que no es pot reduir al sentimentalisme. No confon l’ètica amb l’estètica, ni els drets amb els desitjos, ni la veritat amb la versemblança, ni la família amb una convenció. Afirma que hi ha esperança, i confia en la raó. I, a més, té un fil de veu amable i un posat d’ancià bondadós.

Ironies de la vida, les reaccions desproporcionades, les acusacions precipitades i la befa pública són l’escenari que permet valorar millor, per contrast, la gran novetat del discurs constructiu, amable i positiu d’aquest Papa que alguns donaven per acabat abans de començar, però que s’està convertint en el gran renovador de l’Església Catòlica.

La biografia més completa, que està a punt de sortir, el bateja com “el Papa de la raó” i “el primer postmodern”. D’aquí el desconcert. El desconcert postmodern.

Propera parada, Santiago i Barcelona.

Marc Argemí (marcargemi@gmail.com)

El Papa demana perdó… una altra vegada, com a juliol del 2008

El setmanari Time va publicar el 7 de juny de 2010 el reportatge Why being Pope Means Never Having to Say You’re Sorry, que qüestionava la capacitat de Benet XVI de demanar perdó pels casos d’abusos sexuals que han sortit a la llum pública els darrers mesos.

Divendres 11 de juny, en la clausura de l’Any Sacerdotal, en la clausura de l’Any Sacerdotal, Benet XVI ha dit: “Era d’esperar que a l’«enemic» no li agradés que el sacerdoci brillés novament; ell s’hauria estimat més veure’l desaparèixer, perquè per fi Déu hauria estat expulsat del món. I així ha passat que, precisament en aquest any d’alegria pel sagrament del sacerdoci, han sortit a la llum els pecats dels sacerdots, sobretot l’abús als infants, en el qual el sacerdoci, que du a terme la sol·licitud de Déu pel bé de l’home, es converteix en el contrari. També nosaltres demanem perdó insistentment a Déu i a les persones afectades, mentre prometem que volem fer tot el que sigui possible perquè un abús com aquest no torni a succeir mai; que en l’admissió al ministeri sacerdotal i en la formació que el prepara farem tot el que es pugui per a examinar l’autenticitat de la vocació; i que volem acompanyar encara més els sacerdots en el seu camí, perquè el Senyor els protegeixi i els custodiï en les situacions doloroses i en els perills de la vida”.

Alguns observadors han vist aquí la resposta a aquella exigència de penediment: Benedicto XVI pide ‘perdón’ por primera vez por el escándalo de abusos sexuales a menores (El Mundo). Público: “Benedicto XVI pide al fin perdón a las víctimas de abusos sexuales”.

¿És realment la primera vegada que Benet XVI demana perdó? El País, de fet, destacava como a novetat no el perdó, sinó l’èmfasi de la petició: El Papa pide “insistentemente perdón” a Dios y a las víctimas de los abusosNew York Times, capçalera que llançà les primeres informacions, posava per títol Pope Pleads for Forgiveness Over Abuse Scandal, afegint el matís que “It was the first time that Pope Benedict XVI had commented on the scandal from St. Peter’s Basilica”.

Aquesta matisació té la seva raó de ser. De fet, no tots els mitjans han considerat les paraules del Papa com la primera petició de perdó. Així, per exemple, La Vanguardia recollia en la seva web el text d’EFE, que valorava el caràcter públic d’aquesta declaració. L’ABC ni tan sols parlava de demanar perdó, i encapçalava la notícia explicant que “Benedicto XVI prometió hacer todo lo posible para que los abusos sexuales no vuelvan a suceder jamás” i que “lanzó también un serio aviso a los obispos encubridores o cobardes: No es amor tolerar comportamientos indignos de la vida sacerdotal”.

Com algun bloc periodístic ja ha assenyalat, el cert és que efectivament no és la primera vegada que el Papa demana perdó.

En la carta als catòlics d’Irlanda (19/3/10), afirmà estar “profundament consternat”, compartir amb les víctimes “el neguit i el sentiment de traïció” y sentir “obertament la vergonya i el remordiment”. Pope Benedict tells victims “I am truly sorry”, resumia un periodista de la BBC‘I am truly sorry’: Pope Benedict apologises for decades of child abuse in Irish Catholic Church, afirmava Daily Mail. Al-Jazeera: Pope ‘truly sorry’ over Irish abuse. En la mateixa línia Belfast Telegraph, entre d’altres. L’expressió anglesa I’m truly sorry, que també surt a la carta, fou traduïda al castellà como me apesadumbra en verdad (en català m’afligeix molt) que potser no recull amb la mateixa exactitud l’acte de demanar perdó. Malgrat tot, alguns mitjans en castellà interpretaren les paraules en sentit similar als anglesos. El Mundo referia al seu lloc web el dia 22, citant EFE, i el dia 24, citant Reuters, que a la carta el Papa “pidió perdón a las víctimas de los curas pederastas”. Igual d’altres com ABCTVELa Tercera de Xile.

Però la demostració més clara que Benet XVI demanava perdó a les víctimes ja es pogué comprovar un llunyà 12 de juliol de 2008, durant el trajecte en avió fins Austràlia. A la pregunta: “¿parlarà de la qüestió dels abusos sexuals i demanarà perdó?” respongué un “” rotund, per després afegir les raons, concloent amb el significat que per a ell té aquesta expressió ‘demanar perdó’: “farem tot el possible per deixar clar quin és l’ensenyament de l’Església i per ajudar en l’educació, en la preparació dels sacerdots, en la formació permanent, farem tot el possible per curar i reconciliar les víctimes. Crec que aquest és el contingut fonamental de l’expressió “demanar perdó”. Crec que és millor i més important donar el contingut de la fórmula i crec que el contingut ha d’explicar en què ha fallat el nostre comportament, què hem de fer en aquest moment, com podem prevenir i com poder tots curar i reconciliar”. ¿Què ha fet, si no, Benet XVI, des d’aleshores?

Era dissabte 12 de juliol de 2008. Per un mes i un dia, gairebé dos anys abans de la suposada primera petició de perdó del dia 11 de juny d’enguany.

Ja el 2006, referint-se a Irlanda havia insistit en la necessitat de “curar les víctimes i tots els afectats per aquest crims enormes”. A Austràlia, durant l’esmentat viatge de 2008, digué: “Estic molt dolgut pel dolor i el sofriment que han patit les víctimes, i les hi asseguro que, com a pastor seu, també comparteixo el seu patiment. Aquests delicte, que constitueixen una traïció greu a la confiança, han de ser condemnats de forma inequívoca. Han provocat un gran dolor i han fet mal al testimoni de l’Església. Us demano a tots que recolzeu i ajudeu els vostres bisbes, i que col·laboreu amb ells a combatre aquest mal. Les víctimes han de rebre compassió i assistència, i els responsables d’aquest mals han de ser duts a la justícia”. Com ja havia fet abans a Estats Units i faria després a Malta, Benet XVI compartí les penes d’un grup de víctimes.

Marc Argemí

https://bxvi.wordpress.com

El Papa pide perdón… otra vez, como en julio de 2008 (en 1.001 palabras)

El semanario Time publicó el 7 de junio de 2010 el reportaje Why being Pope Means Never Having to Say You’re Sorry, que ponía en cuestión la capacidad de Benedicto XVI de pedir perdón por los casos de abusos sexuales que han aparecido a la luz pública en los últimos meses.

El viernes 11 de junio, en la clausura del Año Sacerdotal, Benedicto XVI ha afirmado: “Era de esperar que al «enemigo» no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo; él hubiera preferido verlo desaparecer, para que al fin Dios fuera arrojado del mundo. Y así ha ocurrido que, precisamente en este año de alegría por el sacramento del sacerdocio, han salido a la luz los pecados de los sacerdotes, sobre todo el abuso a los pequeños, en el cual el sacerdocio, que lleva a cabo la solicitud de Dios por el bien del hombre, se convierte en lo contrario. También nosotros pedimos perdón insistentemente a Dios y a las personas afectadas, mientras prometemos que queremos hacer todo lo posible para que semejante abuso no vuelva a suceder jamás; que en la admisión al ministerio sacerdotal y en la formación que prepara al mismo haremos todo lo posible para examinar la autenticidad de la vocación; y que queremos acompañar aún más a los sacerdotes en su camino, para que el Señor los proteja y los custodie en las situaciones dolorosas y en los peligros de la vida”.

Algunos observadores han visto aquí la respuesta a esta exigencia de arrepentimiento: Benedicto XVI pide ‘perdón’ por primera vez por el escándalo de abusos sexuales a menores (El Mundo). Público: “Benedicto XVI pide al fin perdón a las víctimas de abusos sexuales”.

¿Es realmente la primera vez que Benedicto XVI pide perdón? El País, de hecho, destacaba como novedoso el énfasis de la petición: El Papa pide “insistentemente perdón” a Dios y a las víctimas de los abusos. New York Times, periódico que lanzó las primeras informaciones, titulaba Pope Pleads for Forgiveness Over Abuse Scandal, añadiendo el matiz de que “It was the first time that Pope Benedict XVI had commented on the scandal from St. Peter’s Basilica”.

Tal matiz tiene su razón de ser. De hecho, no todos los medios han considerado las palabras del Papa como la primera petición de perdón. Así, por ejemplo, La Vanguardia recogía en su web el texto de EFE, que valoraba el carácter público de esta petición. El ABC ni siquiera hablaba de pedir perdón, y encabezaba la noticia explicando que “Benedicto XVI prometió hacer todo lo posible para que los abusos sexuales no vuelvan a suceder jamás” y que “lanzó también un serio aviso a los obispos encubridores o cobardes: No es amor tolerar comportamientos indignos de la vida sacerdotal”.

Como algún blog periodístico ya ha señalado, lo cierto es efectivamente no es la primera vez que el Papa pide perdón y expresa su cercanía a las víctimas.

En la carta a los católicos de Irlanda (19/3/10), afirmó estar “profundamente consternado”, compartir con las víctimas “la desazón y el sentimiento de traición” y sentir “abiertamente la vergüenza y el remordimiento”. Pope Benedict tells victims “I am truly sorry”, resumía un periodista de la BBC. ‘I am truly sorry’: Pope Benedict apologises for decades of child abuse in Irish Catholic Church, afirmaba Daily Mail. Al-Jazeera: Pope ‘truly sorry’ over Irish abuse. En la misma línea Belfast Telegraph, entre otros. La expresión inglesa I’m truly sorry fue traducida al castellano como me apesadumbra en verdad, que no recoge con la misma exactitud el acto de pedir perdón. Aún así, algunos medios en español interpretaron las palabras en el mismo sentido que los ingleses. El Mundo refería en su web el día 22, citando a EFE, y el día 24, citando a Reuters, que en la carta el Papa “pidió perdón a las víctimas de los curas pederastas”. Igual otros como ABC, TVE o La Tercera de Chile.

Pero la demostración más clara de que Benedicto XVI pedía perdón a las víctimas ya pudo comprobarse un lejano 12 de julio de 2008, durante el trayecto en avión hacia Australia. A la pregunta: “¿hablará de la cuestión de los abusos sexuales y pedirá perdón?respondió un rotundo “”, y luego el Papa explicó sus razones concluyendo con el significado que, a su entender, tiene la expresión pedir perdón: “haremos todo lo posible para dejar claro cuál es la enseñanza de la Iglesia y para ayudar en la educación, en la preparación de los sacerdotes, en la formación permanente; haremos todo lo posible para curar y reconciliar a las víctimas. Creo que este es el contenido fundamental de la expresión “pedir perdón”. Creo que es mejor y más importante dar el contenido de la fórmula y creo que el contenido debe explicar en qué ha fallado nuestro comportamiento, qué debemos hacer en este momento, cómo podemos prevenir y cómo podemos todos sanar y reconciliar”. ¿Qué ha hecho sino, Benedicto XVI, desde entonces?

Era el sábado 12 de julio de 2008. Por un mes y un día, casi dos años antes de la supuesta primera petición de perdón del día 11 de junio de 2010.

Ya en 2006, refiriéndose a Irlanda había insistido en la necesidad de “sanar a las víctimas y a todos los afectados por esos crímenes enormes”. En Australia, durante el mencionado viaje de 2008, dijo: “Estoy muy apenado por el dolor y el sufrimiento que han padecido las víctimas, y les aseguro que, como su pastor, también comparto su sufrimiento. Estos delitos, que constituyen una grave traición a la confianza, deben ser condenados de modo inequívoco. Han provocado gran dolor y han dañado el testimonio de la Iglesia. Os pido a todos que apoyéis y ayudéis a vuestros obispos, y que colaboréis con ellos en combatir este mal. Las víctimas deben recibir compasión y asistencia, y los responsables de estos males deben ser llevados ante la justicia”. Como había hecho ya poco tiempo antes en Estados Unidos, Benedicto XVI compartió las penas de un grupo de víctimas.

Marc Argemí

https://bxvi.wordpress.com