Category Archives: Avui

El periodismo religioso y la religión del periodismo

Cuando Dios se asoma por los medios, muchos periodistas no saben si incensarlo, ignorar su presencia o hacerle la enésima necrológica. Pero ¿por qué no hacer, simplemente, periodismo? 

Marc Argemí 

Corría el año 2009 cuando dos editores de  The Economist, la gran biblia de la élite liberal anglosajona, publicaban un ensayo documentadísimo, God is Back. La tesis central afirmaba que “las cosas que se suponía que destruirían la religión -democracia y mercados, tecnología y razón- se están combinando para hacerla más fuerte”. John Micklethwait y Adrian Wooldridge, un católico y un ateo, concluyeron que progreso y religión no sólo no eran enemigas, sino que iban de la mano en la mayoría de lugares del mundo. Europa y ciertos círculos intelectuales de la costa Este serían, en este sentido, una rareza.

Incomprensiblemente, el hecho de que dos influyentes periodistas se atrevieran a cuestionar uno de los pilares de la corrección política no atrajo la atención de los medios aquí. ¿Por qué? ¿por desidia? ¿por el anticlericalismo multisecular? ¿por una espiral del silencio promovida desde ciertas conspiraciones? La respuesta, cualquiera que sea, puede encontrarse en motivos mucho menos ideológicos. Si ningún medio de comunicación de España habló del ensayo exhaustivo de dos editores de la principal revista liberal del mundo tal vez no fue porque consideraran ofensiva la tesis de que promovían. Me atrevo a aventurar que, más bien, les resultaba incomprensible.

De un tiempo a esta parte, cierta religión del periodismo -ese conjunto de creencias apriorísticas que el gremio asume como carta de navegación imprescindible para el buen profesional- ha tendido a menudo a considerar el hecho religioso como algo de ratas de sacristía, si no -peor- como algo con reminiscencias franquistas que sólo gusta a cuatro viejas de derechas. En el mejor de los casos, un hecho digno de ser contemplado como una parte entrañable, aburrida y en el fondo irrelevante de la cotidianidad. Y, claro, cuando la situación ha llegado a este punto es fácil poner la excusa de que no se da información religiosa porque no hay gente que la pida.

Es caricatura, obviamente. Hay varias, y honrosas excepciones. Pero incluso estas excepcionales excepciones -unos pocos periodistas de prestigio- compartirán la apreciación de que hoy el periodismo en nuestros lares es predominantemente analfabeto en lo que respecta a cuestiones espirituales y religiosas. Una membrana de indiferencia parece haber envuelto con eficacia todo lo que huela a religioso, que permanece recluido, desprende olor a despensa mal ventilada y parece que sólo pueda lucir en museos o sacristías.

Esta situación perjudica al hecho religioso, pero también al periodismo. Un periodismo incapaz de descodificar un hecho social o personal como éste, de dar al menos pistas válidas para que la audiencia pueda hacerse un mapa comprensible de la situación, es un periodismo incompleto. Lo saben en el New York Times, que da una amplia cobertura en Religion and Belief,  o al Frankfurter Allgemeine, del que me contaban hace un tiempo que tenía dos redactores seniors especializados en religión.

Pero, ¿cómo informar de creencias, en un país como el nuestro, donde nuestros abuelos guardan en la memoria el recuerdo de los muertos por causa de la fe, y nuestros padres crecieron bajo un poder que tenía por oficial un credo determinado? Si para los primeros la religión tendría tonos épicos, para los segundos podría despertar ciertos resentimientos. Y entre los que hemos llegado después, la actitud más sugerente es la indiferencia.

Sin embargo, siempre he pensado que el hecho religioso y el periodismo se beneficiarán mucho mutuamente el día que descubran que tienen en común objetivos y enemigos. Ambos afirman buscar la verdad, y ambos combaten la ignorancia. La crisis de los medios tiene más en común con la crisis de la práctica religiosa de lo que pueda parecer en un principio: el relativismo ha disuelto en muchas personas las inquietudes para saber más sobre la verdad, el bien, el mal y la belleza. Si cada uno tiene su verdad particular, ¿qué necesidad hay de conocer los universales?

Bien, de acuerdo, pero ¿Es posible un periodismo religioso que recoja la dimensión trascendente de las personas, sea comprensible para el gran público y al mismo tiempo no sea aburrido? Parece la cuadratura del círculo y más cuando, como dice un amigo mío, a menudo se confunde la trascendencia con el aburrimiento, y si algo no quiere el periodismo es resultar aburrido.

Hay muchas formas de encuadrar el hecho religioso de forma que sea atractivo. Cada una tiene sus ventajas y sus carencias. La más frecuente es el enfoque deportivo. A imagen y semejanza de la prensa deportiva, se presentan los hechos siempre desde el prisma favorable al equipo de los lectores, sea éste el religioso o el antirreligioso. Más que describir la realidad, la vive y toma abiertamente partido: que ganen los míos. Las audiencias de este tipo de periodismo suelen ser las convencidas, de un lado y del otro.

Una segunda forma es la aproximación política: aplicar, por ejemplo, en la Iglesia, un esquema de derechas contra izquierdas, progresistas contra conservadores. Son simplificaciones que proporcionan un relato de la realidad, pero demasiado a menudo esa realidad que reflejan está sólo en la imaginación de quien escribe.

A veces resulta efectivo el esquema sensacionalista: una víctima, un agresor, unos hechos luctuosos y el medio de comunicación como garante de la justicia. Este es el esquema más repetido en la sección de sociedad, donde se han encajado tradicionalmente las informaciones sobre religión. Pero tal enfoque, en religión como en todos los otros campos, tiene el inconveniente de que es incapaz de hacer interesante el aspecto más trascendente, y puede caer en cambio en una espiral de sensacionalismo barroco, cada vez más rebuscado o escabroso.

Hay, todavía, una aproximación que mira exclusivamente la dimensión espiritual de la cosa, como algo desconectado de la actualidad más inmediata. Un personaje exótico, las nuevas terapias venidas de tierras lejanas, o incluso las novedades en la autoayuda, son algunos de los reclamos.

Algunos periodistas están intentando algo relativamente nuevo, y muy sencillo: hacer periodismo. Es decir, aplicar al hecho religioso el mismo rigor y la misma seriedad profesional que se pone para informar, por ejemplo, de la Fórmula 1. A ninguno de los periodistas que siguen la caravana de pilotos y escuderías de circuito en circuito se le pide que sepa conducir uno de esos coches de carreras. Pero a todos se les exige, en cambio, que expliquen bien qué es un pit-stop, como se obtiene una pole o qué reglamentación afecta al carburante. Mientras esta exigencia de profesionalidad esté presente, incluso los que somos aficionados de Ferrari toleraremos que al periodista se le note que apuesta por Red Bull.

El día que la religión del periodismo deje de ver el periodismo religioso como el patito feo, la opinión publicada será más completa y la religión saldrá de las trincheras defensivas que, por instinto de supervivencia, tantas veces ha tenido que refugiarse.

El periodisme religiós i la religió del periodisme

Quan Déu treu el nas pels mitjans, molts periodistes no saben si encensar-lo, ignorar la seva presència o fer-li l’enèsima necrològica. Però ¿per què no fer, simplement, periodisme?

Marc Argemí

Corria l’any 2009 quan dos editors del The Economist, la gran bíblia de l’elit liberal anglosaxona, publicaven un assaig documentadíssim, God is Back. La tesi central afirmava que “les coses que se suposava que destruirien la religió –democràcia i mercats, tecnologia i raó‑ s’estan combinant per fer-la més forta”. John Micklethwait i Adrian Wooldridge, un catòlic i un ateu, van concloure que progrés i religió no només no eren enemigues, sinó que anaven de la mà en la majoria d’indrets del món. Europa i certs cercles intel·lectuals de la costa Est serien, en aquest sentit, una raresa.

Incomprensiblement, el fet que dos influents periodistes s’atrevissin a qüestionar un dels pilars de la correcció política no va atraure l’atenció dels mitjans catalans. Per què? per desídia? per l’anticlericalisme multisecular? per una espiral del silenci promoguda per certes conspiracions? La resposta, sigui quina sigui, pot trobar-se en motius molt menys ideològics. Si cap mitjà de comunicació català va parlar de l’assaig exhaustiu de dos editors de la principal revista liberal del món potser no fou perquè consideressin ofensiva la tesi que promovien. M’atreveixo a aventurar que, més aviat, els resultava incomprensible.

D’un temps ençà, certa religió del periodisme –aquell conjunt de creences apriorístiques que el gremi assumeix com a carta de navegació imprescindible per al bon professional- ha tendit sovint a considerar el fet religiós com a cosa de rosegaaltars, si no –pitjor- com quelcom de reminiscències franquistes que només agrada a quatre iaies de dretes. En el millor dels casos, un fet digne de ser contemplat com una part entranyable, avorrida i en el fons irrellevant de la quotidianitat. I, és clar, quan la situació ha arribat en aquest punt és fàcil posar l’excusa de què no es dóna informació religiosa perquè no hi haurà gent que la demani.

És caricatura, òbviament. Hi ha diverses, i honroses excepcions. Però fins i tot aquestes excepcionals excepcions –uns pocs periodistes de prestigi- compartiran l’apreciació de que avui el periodisme català és predominantment analfabet pel que respecta a qüestions espirituals i religioses. Un tel d’indiferència sembla haver embolcallat amb eficàcia tot allò que faci tuf a religiós, que roman reclòs, desprèn olor a rebost mal ventilat i sembla que només pugui fer goig a museus o a sagristies.

Aquesta situació perjudica al fet religiós, però també al periodisme. Un periodisme incapaç de descodificar un fet social o personal com aquest, de donar almenys pistes vàlides perquè l’audiència es faci un mapa comprensible de la situació, és un periodisme incomplet. Ho saben al New York Times, que dóna una àmplia cobertura a Religion and Belief,  o al Frankfurter Allgemeine, del qual m’explicaven fa un temps que tenia dos redactors sèniors especialitzats en religió.

Però, com informar de creences, en un país com el nostre, on els nostres avis guarden en la memòria el record dels morts per causa de la fe, i els nostres pares cresqueren sota un poder que tenia com a oficial un sol credo determinat? Si per als primers la religió tindria tons èpics, per als segons podria evocar certs ressentiments. I entre els que hem arribat després, l’actitud més suggerent és la indiferència.

Malgrat això, sempre he pensat que el fet religiós i el periodisme es beneficiaran molt mútuament el dia que descobreixin que tenen en comú objectius i enemics. Ambdós afirmen cercar la veritat, i ambdós combaten la ignorància. La crisi dels mitjans té més en comú amb la crisi de la pràctica religiosa del que pugui semblar en un principi: el relativisme ha dissolt en moltes persones les inquietuds per a saber més sobre la veritat, el bé, el mal i la bellesa. Si cadascú té la seva veritat particular, quina necessitat hi ha de conèixer els universals?

Bé, d’acord, però ¿És possible un periodisme religiós que reculli la dimensió transcendent de les persones, sigui comprensible per al gran públic i al mateix temps no sigui avorrit? Sembla la quadratura del cercle i més quan, com diu un amic meu, sovint es confon la transcendència amb l’avorriment, i si una cosa no vol el periodisme és resultar avorrit.

Hi ha moltes formes d’enquadrar el fet religiós de forma que sigui atractiu. Cadascuna té els seus avantatges i les seves mancances. La més freqüent és l’enfocament esportiu. A imatge i semblança de la premsa esportiva, es presenten els fets sempre des del prisma favorable a l’equip dels lectors, sigui aquest el religiós o l’antireligiós. Més que descriure la realitat, la viu i pren obertament partit: que guanyin els meus. Les audiències d’aquest tipus de periodisme solen ser les convençudes, d’un costat i de l’altre.

Una segona forma és l’aproximació política: aplicar, posem per cas, a l’Església, un esquema de dretes contra esquerres, progressistes contra conservadors. Són simplificacions que donen un relat de la realitat, però massa sovint aquella realitat que reflecteixen està només en la imaginació d’aquell qui escriu.

De vegades resulta efectiu l’esquema sensacionalista: una víctima, un agressor, uns fets luctuosos i el mitjà de comunicació com a garant de la justícia. Aquest és l’esquema més repetit en la secció de societat, on s’han encabit tradicionalment les informacions sobre religió. Però tal enfocament, en religió com en tots els altres camps, té l’inconvenient que és incapaç de fer interessant l’aspecte més transcendent, i pot caure en canvi en una espiral de sensacionalisme barroc, cada cop més rebuscat o escabrós.

Hi ha, encara, una aproximació que mira exclusivament la dimensió espiritual de la cosa, com quelcom desconnectat de l’actualitat més immediata. Un personatge exòtic, les noves teràpies vingudes de terres llunyanes, o fins les novetats en l’autoajuda, en són alguns dels reclams.

Alguns periodistes estan intentant una cosa relativament nova, i molt senzilla: fer periodisme. És a dir, aplicar al fet religiós el mateix rigor i la mateixa serietat professional que es posa per informar, posem per cas, de la Fòrmula 1. A cap dels periodistes que segueixen la caravana de pilots i escuderies de circuit a circuit se li demana que sàpiga conduir un d’aquells cotxes de carreres. Però a tots se’ls exigeix, en canvi, que expliquin bé què és un pit-stop, com s’obté una pole o quina reglamentació afecta al carburant. Mentre aquesta exigència de professionalitat estigui present, fins i tot els que som aficionats de Ferrari tolerem que se’ls noti que aposten per Red Bull.

El dia que la religió del periodisme deixi de veure el periodisme religiós com l’aneguet lleig, la opinió publicada serà més completa i la religió sortirà de les trinxeres defensives on, per instint de supervivència, tantes vegades s’ha hagut de refugiar.

Sí que l’esperen

Autor // Mitjà: Josep Martí // Avui

http://avui.elpunt.cat/noticia/article/7-vista/8-articles/313934-si-que-lesperen.html

“Jo no t’espero”, pregona la campanya dels qui no voldrien que els peus del sant pare trepitgessin la capital catalana. Menteixen. L’esperen amb la mateixa ànsia que els barcelonistes esperem el Reial Madrid. Res més excitant per a qui es veu a si mateix com un guerriller que tenir l’enemic ben a la vora.

Per als fanàtics de la religió laïcista el dimoni viu a la romana plaça Sant Pere i el moment oportú per organitzar aquelarres i exorcismes arriba tot just quan fa les maletes i viatja. Vade retro Satana, i que els infants siguin protegits de la superstició i la irracionalitat; Vade retro Satana, i que l’estat deixi de promoure la caritat a costa de la justícia social; Vade retro Satana, i que les escoles deixin de ser utilitzades com a plataformes d’apostolat, reciten animosos convençuts de salvar el món amb el seu rés agnòstic.

El pensament màgic no és un monopoli de les religions. L’aposta per la infal·libilitat tampoc. La laïcitat viscuda com a dogma és el record més present de Nicolau Eimeric, inquisidor català que foradava les llengües amb claus.

Aixopluguem-nos dels qui volen desterrar la caritat en nom de la justícia social. La persona caritativa és sempre una bona persona. En canvi, la justícia social, què voleu que us digui, era la coartada de Stalin i també de Robespierre.

L’esperen. I mentre ho fan esmolen arguments rovellats forjats en una altra època sense entendre que el món gira, cada dia una vegada, i que la intolerància d’avui és més fàcil de trobar en una altra vorera.

 

Retorn a les catacumbes

Manuel Milián Mestre // Avui

Font: http://avui.elpunt.cat/noticia/article/7-vista/8-articles/188402.html

Al’Església catòlica li ha arribat de nou un període de dura prova. Aquells que sempre tractaren d’empènyer-la cap a l’abisme potser entenguin arribada l’hora de la seva antiga pretensió de reduir-la al silenci, o a les catacumbes. El 2006, sota aquest mateix títol, El País escrivia que “la jerarquia de l’Església es refugia en la ortodòxia doctrinal per promoure una campanya d’evangelització contra allò que es percep com una ofensiva anticlerical a Espanya” (16-05-2006, pàg. 20). La cascada d’accions posteriors entre 2008 i 2010 evidencien una selectiva intencionalitat d’atac a la institució i els seus jerarques, bé per suposats abusos, o excessos dels seus sacerdots, o per aquella denúncia urbi et orbi de la pederàstia clerical en temples, col·legis, asils, o seminaris. Si entre els més de 400.000 sacerdots avui existents s’han comptabilitzat denúncies que no arriben ni tan sols al 0,5 % del clergat, ¿no estaríem davant una exageració? Es persegueix l’impacte, totalitzar la condemna, extralimitar els fets individuals, i, fins i tot, acumular suposats escàndols referencials de fa mig segle. El que és decisiu en aquesta òptica és l’impacte globalitzant, no l’equivalència enaltres sectors socials que dolen del mateix mal. El problema de l’Església és la seva visibilitat, el recurs fàcil a la hipocresia dels seus membres, entre altres raons per la seva identitat pública: un sacerdot és visible, un cristià confessa la seva fe, i es pot constatar la seva coherència. Difícilment a un maçó se l’identifica, donada la seva condició secreta, i encara menys es contrasta el seu discurs amb la seva conducta. La desigualtat és evident.

Després de la mort de Joan Pau II no es dubtà que l’Església pagaria un preu alt per l’arrossegament mundial de la seva figura, la magnitud del seu desafiament al materialisme contemporani, i la seva decisiva intervenció en la caiguda del comunisme. La fortuna em va fer viure aquells anys apassionants del 1982 al 1990 a Roma, Washington DC i posteriorment a Moscou. Tenia informació sobre els fets d’aquells anys finals del segle XX. El papa Ratzinger afegiria un últim repte amb la seva denúncia del “relativisme moral” a la cultura contemporània. Era previsible la reacció d’aquelles institucions amb l’objectiu d’implantar el laïcisme com a senyal de postmodernitat o característica inexorable dels sistemes democràtics. La Constitució dels EUA prescriu la aconfessionalitat i el respecte a la lliure pràctica de les creences i religions. ¿Per què aquest acarnissament a Europa, filla cultural del cristianisme i d’Atenes, o a Espanya, amb una obcecació que en algun moment remet a l’esperit de la II República?

Aquesta reflexió és adient, no només per les polítiques socials imposades en determinats àmbits de la moral, sinó per aquesta desorbitada manera de fer de la magistratura belga la setmana passada. Un abús tan desproporcionat a la causa de la investigació denota l’ànim pervers o la recerca de l’escàndol, i sobrepassa els àmbits de la justícia davant els casos de suposada pederàstia clerical. “Retenir” durant 9 hores tot l’episcopat reunit, confiscar documentació, ordinadors, mòbils, expedients de la cúria metropolitana de Malines; violar les tombes de dos cardenals (entre ells el gran Suenens), i projectar sobre el cardenal Danneels la sospita de greus encobriments és força més que un procediment policial usual: gairebé un dispositiu anti-Màfia o contra una organització de narcos. ¿No cabria la sospita d’una intencionalitat simbòlica? Bèlgica aporta un indubtable valor afegit per la seva confrontació històrica entre la Maçoneria i l’Església, entre la Universitat de Lovaina i el seu significat i la Universitat Lliure de Brussel·les i els seus clars objectius fundacionals. La reacció del Vaticà sembla lògica: una duríssima protesta diplomàtica i els inusuals termes usats pel cardenal secretari d’Estat: fets sense precedents “ni tan sols en els antics règims comunistes”. Res impedeix imaginar que les catacumbes siguin l’objectiu si es va més enllà de la legítima exigència de la justícia. Vergonyós.

L’home dels caramels

“Es parla de pederàstia d’una manera deshonestament parcial”

Ferran Sàez // Avui

Font: http://paper.avui.cat/dialeg/detail.php?id=188311

L’any 1978 una nena de 12 anys va protagonitzar la seva primera pel·lícula. Es deia Brooke Shields i feia de prostituta a La petite, del director francès Louis Malle, icona cultural de l’esquerra benpensant europea. Hi apareixia nua, i figurava que mantenia relacions sexuals amb adults. A tothom li semblava normal, allò. L’any 1978 calia ser progre de totes passades. Als qui van gosar dir alguna cosa se’ls va tractar de reaccionaris i cavernícoles. Un any després, el 1979, l’Orquesta Mondragón, liderada per Javier Gurruchaga, icona cultural de la televisió espanyola en l’era de Felipe González, va editar el seu primer disc, Muñeca hinchable. Moltes de les lletres eren d’Eduardo Haro Ibars (icona cultural de la Movida Madrilenya promoguda per Tierno Galván), fill d’Eduardo Haro Tecglen, icona cultural del progressisme espanyol. Una de les cançons es basava en l’estàndard de jazz Satin doll i duia per títol El hombre de los caramelos. La lletra d’Haro Ibars, homosexual i politoxicòman que va morir de sida l’any 1988, deia literalment: “El hombre de los caramelos (…) a la puerta del colegio / espera para hacerte feliz. / Y si deseas con él disfrutar / no te debes, niño, asustar. / Él tiene siempre lo que te hará gozar“. La pederàstia es feia així encara més glamurosa que quan la va glossar Gil de Biedma, icona cultural de la Gauche Divine barcelonina, en els seus records de les illes Filipines.

L’ANY 1984, PEDRO ALMODÓVAR, icona cultural del postmodernisme espanyol d’esquerres, estrenava ¿Qué he hecho yo para merecer esto? L’esmentat Gurruchaga hi feia el paper d’un dentista pedòfil. En una escena cap al final de la pel·lícula, l’odontòleg es posava d’acord amb un nen d’uns 8 o 9 anys i amb la seva mare, interpretada per Carmen Maura, per consumar una mena de relació sexual estable amb el menor. Segons el retrat que en feia Almodóvar, tots eren feliços i hi estaven d’acord. Al cap de molts anys, el director manxec va contraposar aquella pederàstia bona, que feia tanta gràcia als progres de l’època, amb una altra que ja no resultava ideològicament homologable, tot i que era igual. La pel·lícula es deia La mala educación (2004).

TORNEM A L’ANY 1979. En aquells dies estranys es va publicar una obreta que duia per títol El libro rojo del cole. A la coberta hi havia una il·lustració de Romeu on es veia un grup de nens amb el puny tancat, armats amb forques, dalles i garrots. El text, anònim, el va treure al carrer l’editorial Nuestra Cultura en una col·lecció que duia per títol Mano y Cerebro. La iniciativa estava vinculada a Alfonso Guerra i Cristina Almeida; l’edició pròpiament dita va anar a càrrec de Lluís Cabrera. Hi va haver una discreta distribució a les llibreries, i una altra de molt més àmplia, de caràcter informal, duta a terme per les joventuts del PSOE i altres organitzacions en instituts de batxillerat. Es tractava del catecisme progre de la dècada del 1970, adaptat al llenguatge i als referents propis de la Transició espanyola. Contenia una síntesi del Maig del 68, la Revolució Cultural xinesa i els diversos corrents contraculturals de l’època; tot adobat amb un líquid ideològic espès a mig camí entre el marxisme ortodox, l’anarquisme festiu, els moviments pedagògics tipus Summerhill, les atapeïdes vinyetes del còmic trash i les lletres del rock contestatari com les que feia l’esmentat Haro Ibars.

COM TOT EN AQUELLA ÈPOCA, la sexualitat també es va polititzar i la pederàstia quedà legitimada amb curioses coartades ideològiques. “Si un professor (home o dona) se’n va al llit amb un o amb una dels seus alumnes, se’l destitueix immediatament. Per què? Perquè la moral oficial és molt retrògrada: considera que és molt més immoral fer l’amor amb un alumne que no pas trencar-li la cara”. En aquest sentit, El libro rojo del cole va encara molt més lluny, amb afirmacions com aquesta: “De vegades llegim als diaris que un maníac sexual, un sàdic (quasi sempre un home) ha agredit sexualment una criatura. Es diu i es repeteix, encara avui, que aquests obsessos sexuals són perillosos. És estrany que sigui així. No són criminals sexuals, sinó homes que han estat mancats d’amor”.

TOT AIXÒ TÉ UNA HISTÒRIA, un origen. Sartre va entendre que la revolució sexual era proporcionar a Simone de Beauvoir llistats acuradament comentats de noietes disposades à s’engager i a qualsevol altra cosa per tal de guanyar algun cum laude. La dona dels caramels també existeix. Aquestes cartes van sortir a la llum pública fa uns anys i tenen una extraordinària semblança a les que el vescomte de Valmont enviava a la marquesa de Merteuil a Les liaisons dangereuses de Pierre Choderlos de Laclos. Creuen que exagero? Llegeixin aquesta frase d’una carta de Sartre a Beauvoir (23-12-1939): “Em divertiu, amb el vostre harem de dones. Us animo a estimar molt la vostra petita Sorokine, que és ben encantadora. Direu, però, que caldrà sacrificar-la quan acabi la guerra” (“Vous m’amusez avec votre harem de femmes. Je vous encourage fort à bien aimer votre petite Sorokine, qui est toute charmante. Mais direz-vous, il faudra la sacrifier à la fin de la guerre“). Últimament sembla que se’n parla molt, de pederàstia. En realitat se’n parla massa poc, i d’una manera deshonestament parcial. L’home dels caramels, el degenerat de sempre, la mala bèstia ancestral, té molts rostres. Més dels que alguns es pensen.