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31 Preguntas sobre la infancia de Jesús, 31 respuestas de Benedicto XVI

31 Preguntas y respuestas sobre la infancia de Jesús de Nazaret extraídas del libro de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús.  El texto de las respuestas está sacado literalmente del original. Las preguntas son mías.

 

1. ¿Cuál es el objetivo del libro sobre la infancia de Jesús que ha escrito Benedicto XVI?

 

SOBRE JESÚS Y SU MISIÓN

2. ¿De dónde viene Jesús?

3. ¿Por qué el nombre de Jesús?

4. ¿Por qué Dios, siendo amor, es signo de contradicción?

5. ¿Cómo es el reino del Hijo de Dios? ¿Qué relación tiene con los reinos de los poderosos del mundo?

6. ¿Por qué la salvación de Jesús consiste en el perdón de los pecados?

7. ¿Qué libertad tiene Jesús con respecto a la Ley?

8. ¿Qué diferencia hay entre la paz del emperador Augusto y la paz de Cristo?

 

LAS GENEALOGÍAS DE JESÚS

9. ¿Cuál es el sentido de la genealogía de Jesús que describe san Mateo?

10. ¿Cuál es la estructura simbólica de la genealogía que describe el evangelio de san Lucas?

11. ¿Por qué no coinciden las genealogías que describen los evangelistas Mateo y Lucas?

12. ¿Qué papel tiene José en la genealogía de Jesús?

 

HISTORICIDAD DE LAS NARRACIONES

13. ¿Son ciertas las narraciones de la infancia de Jesús de san Mateo y san Lucas?

14. El nacimiento virginal de Jesús, ¿es un mito o una verdad histórica?

15. ¿Podemos determinar el tiempo histórico en el que nació Jesús?

16. ¿Sucedió la matanza de inocentes por parte de Herodes?

 

ANUNCIACIÓN

17. ¿Por qué el ángel saluda a la Virgen María con un chaire, ‘Ave’, en lugar del acostumbrado ‘Shalom’ judío?

18. ¿Qué relación tiene la alegría con el título “llena de gracia” que el Ángel aplica a María?

19. La respuesta de la Virgen María al ángel, ¿qué denota sobre su forma de ser?

20. ¿Por qué la respuesta afirmativa de María al ángel es esencial?

 

DE LA NAVIDAD A LOS DOCE AÑOS

21. A José se le considera un “hombre justo” ¿Qué significa esta expresión?

22. ¿Por qué José y María van a Belén?

23. ¿Qué sugiere el hecho que no tuvieran sitio en la posada de Belén para acoger a María, encinta, y José?

24. ¿Se puede afirmar que Jesús nació en una gruta?

25. ¿Nació Jesús entre un buey y una mula?

26. ¿Quiénes eran los Magos que van a adorar al Niño?

27. ¿Qué ve la tradición cuando describe a los Magos como tres reyes?

28. ¿Por qué dieron los Magos oro, incienso y mirra?

29. ¿Por qué san Mateo dice que a Jesús se le llamaría nazareno, de acuerdo con los profetas?

30. ¿Por qué tardan María y José tres días en encontrar a Jesús en el templo, tras haberlo perdido cuando tenía 12 años?

31. ¿Qué valor tienen las palabras de Jesús cuando María y José lo encuentran en el templo?

Felices Navidades y tristes verdades (o la singular forma de felicitar las fiestas de Benedicto XVI)

Cuentan los expertos que las controversias mediáticas suelen primar, con frecuencia, los elementos conflictivos por encima de la búsqueda de la verdad. El gran escándalo del 2010 para la Iglesia -los abusos sexuales del clero- va camino de convertirse en el conflicto que, en contra de lo previsto, consiguió llevar estos dos elementos a su máxima expresión.

Benedicto XVI no es amigo de felicitar la Navidad a la Curia con frases convencionales y discursos de compromiso. Así como en la primera oportunidad, en 2005, planteó abiertamente su visión de la historia de la Iglesia tras el Vaticano II (hermenéutica de la discontinuidad vs hermenéutica de la ruptura) en esta Navidad de 2010 ha afrontado sin rodeos “las grandes angustias” que han marcado la actualidad informativa en torno a los sacerdotes los últimos meses. Con su franqueza habitual, Benedicto XVI ha explicado: “hemos sido turbados cuando, precisamente en este año y en una dimensión inimaginable para nosotros, hemos tenido conocimiento de abusos contra menores cometidos por sacerdotes, que trabucan el Sacramento en su contrario: bajo el manto de lo sagrado hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le acarrean un daño para toda la vida”. Asegura haber visto el rostro de la Iglesia “cubierto de polvo” y su vestido “desgarrado” por culpa de los sacerdotes.

Mucho se ha comentado el papel de los medios en esta polémica mediática. Desencadenado el mecanismo del chivo expiatorio, no ha sido fácil en ocasiones sustraer la razón de la espiral de acusaciones que se vertían contra el papa alemán, precisamente la persona que -pasados los días de gran conflagración- ha aparecido como el bueno de la película. La sociedad buscaba un culpable, y ese anciano vestido de blanco parecía, nunca mejor dicho, un blanco fácil. Afortunadamente, el relato informativo de los medios no está todo escrito de antemano, y los acontecimientos llevaron las plumas periodísticas por derroteros fuera de guión. Si en marzo y abril se le presentaba como el gran odiado, tras el viaje al Reino Unido y en vísperas de su visita a Barcelona y Santiago un prestigioso observador afirmaba que el Papa “ha sabido hacer llegar sus mensajes al pueblo”.

Sólo la verdad…

Quizás haya sido esto, su capacidad de conectar con el pueblo, lo que más incomodara a sus opositores. Pero esta capacidad de entender el alma del tipo corriente ni se improvisa ni es fruto de un cálculo estratégico o de un plan de comunicación. Parte del éxito de Benedicto XVI en salir airoso de un año sembrado de malas noticias responde, simplemente, a su capacidad de entender en su esencia el funcionamiento de las controversias en la opinión pública. Sabe que más allá de la polémica del gran titular hay que buscar siempre lo cierto, si algo hay de cierto en lo narrado, es decir, aquello que realmente han vivido las personas concretas que aparecen en la noticia.

En otras palabras, busca la verdad. Y esta búsqueda de la verdad, una vez más, se ha revelado no sólo como la única actitud finalmente válida, sino como la mediáticamente más fructífera. Esta actitud queda explicitada en sus recientes declaraciones a Peter Seewald sobre el escándalo de los abusos del clero: “Saltaba a la vista que la información dada por la prensa no estaba guiada por la pura voluntad de transmitir la verdad sino que había también un goce en desairar a la Iglesia y en desacreditarla lo más posible. Pero, más allá de ello, debía quedar siempre claro que, en la medida en que es verdad, tenemos que estar agradecidos por toda información. La verdad, unida al amor bien entendido, es el valor número uno. Por último, los medios no podrían haber informado de esa manera si el mal no estuviese presente en la misma Iglesia. Sólo porque el mal estaba en la Iglesia pudo ser utilizado por otros en su contra”.

En coherencia con este punto de partida, el Papa exhortó en su discurso de Navidad a la cúria a “aceptar esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación. Sólo la verdad salva. Debemos preguntarnos qué podemos hacer para reparar lo más posible la injusticia cometida. Debemos preguntarnos qué era equivocado en nuestro anuncio, en toda nuestra forma de configurar el ser cristiano, de manera que una cosa semejante pudiera suceder. Debemos encontrar una nueva determinación en la fe y en el bien. Debemos ser capaces de penitencia. Debemos esforzarnos en intentar todo lo posible, en la preparación al sacerdocio, para que una cosa semejante no pueda volver a suceder”. De la mano de Benedicto XVI, el gran escándalo ha contribuido a que saliera a la luz una gran verdad, incómoda, sobre los miembros de la Iglesia. Y sólo a partir de la verdad se puede mejorar lo presente.

…Y toda la verdad

La verdad ha sido, en efecto, incómoda y dolorosa para la Iglesia. Pero la verdad no se acaba aquí. Explica Benedicto XVI: “no podemos tampoco callar sobre el contexto de nuestro tiempo en el que hemos tenido que ver estos acontecimientos. Existe un mercado de la pornografía que afecta a los niños, que de alguna forma parece ser considerado por la sociedad cada vez más como algo normal. La destrucción psicológica de niños, cuyas personas son reducidas a artículo de mercado, es un espantoso signo de los tiempos (…). Se plantea también el problema de la droga, que con fuerza creciente extiende sus tentáculos de pulpo en todo el globo terrestre (…) Todo placer resulta insuficiente y el exceso en el engaño de la embriaguez se convierte en una violencia que destruye regiones enteras, y esto en nombre de un malentendido fatal de la libertad en el que precisamente la libertad del hombre es minada y al final anulada del todo”. En el discurso, además, Benedicto XVI apunta a los fundamentos ideológicos de estos males: la apología de la pedofilia en los 70 y la sustitución de la moral por un cálculo relativista de las consecuencias.

Tan peculiar -por valiente- felicitación de Navidad prosigue después comentando el Sínodo de las Iglesias Orientales, el viaje al Reino Unido y la beatificación del cardenal Newman. El texto completo, aquí. De lectura imprescindible.

¡Feliz Navidad!

Discurso del Papa a los miembros de la Curia Romana para felicitar la próxima Navidad

Fuente: http://www.zenit.org/article-37685?l=spanish
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Señores cardenales, venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas,

Me encuentro con vosotros con vivo agrado, queridos Miembros del Colegio Cardenalicio, representantes de la Curia Romana y de la Gobernación, para esta cita tradicional. Os dirijo a cada uno un cordial saludo, empezando por el cardenal Angelo Sodano, a quien doy las gracias por las expresiones de devoción y de comunión, y por los fervientes augurios que me ha dirigido en nombre de todos. Prope est jam Dominus, venite, adoremus! Contemplamos como una única familia el misterio del Emmanuel, del Dios-con-nosotros, como dijo el cardenal decano. Os devuelvo de buen grado vuestras felicitaciones y deseo agradeceros vivamente a todos, incluyendo a los representantes pontificios diseminados por el mundo, la aportación competente y generosa que cada uno presta al Vicario de Cristo y a la Iglesia.

Excita, Domine, potentiam tuam, et veni” – con estas palabras y otras similares, la liturgia de la Iglesia reza repetidamente en los días del Adviento. Son invocaciones formuladas probablemente en el periodo de decadencia del Imperio Romano. La descomposición de los ordenamientos que sostenían el derecho y de las actitudes morales de fondo, que daban fuerza a aquellos, causaban la ruptura de los márgenes que hasta aquel momento habían protegido la convivencia pacífica entre los hombres. Un mundo estaba desapareciendo. Frecuentes cataclismos naturales aumentaban aún más esta experiencia de inseguridad. No se veía fuerza alguna que pudiese frenar aquel ocaso. Tanto más insistente era la invocación del poder propio de Dios: que Él viniera y protegiera a los hombres de todas estas amenazas.

Excita, Domine, potentiam tuam, et veni“. También hoy tenemos nosotros muchos motivos para asociarnos a esta oración de Adviento de la Iglesia. El mundo, con todas sus nuevas esperanzas y posibilidades, está al mismo tiempo angustiado por la impresión de que el consenso moral se está disolviendo, un consenso sin el cual las estructuras jurídicas y políticas no funcionan; en consecuencia, las fuerzas movilizadas para la defensa de estas estructuras parecen estar destinadas al fracaso.

Excita – la oración recuerda el grito dirigido al Señor, que estaba durmiendo en la barca de los discípulos zarandeada por la tempestad y a punto de hundirse. Cuando su palabra poderosa hubo aplacado la tempestad, Él reprochó a los discípulos por su poca fe (cfr Mt 8,26 y par.). Quería decir: en vosotros mismos, la fe se ha dormido. Lo mismo quiere decirnos también a nosotros. También en nosotros la fe a menudo se duerme. Pidámosle por tanto que nos despierte del sueño de una fe que se ha vuelto cansada y que vuelva a dar a nuestra fe el poder de mover las montañas -es decir, de dar el orden justo a las cosas del mundo.

Excita, Domine, potentiam tuam, et veni“: en las grandes angustias, a la que hemos sido expuestos este año, esta oración de Adviento me ha vuelto siempre al corazón y a los labios. Con gran alegría habíamos comenzado el Año sacerdotal y, gracias a Dios, pudimos concluirlo también con gran agradecimiento, a pesar de que se llevara a cabo de forma tan distinta a como esperábamos. En nosotros los sacerdotes, y en los laicos, y precisamente también en los jóvenes, se ha renovado la conciencia de qué don representa el sacerdocio de la Iglesia católica, que el Señor nos ha confiado. Nos hemos dado cuenta nuevamente de qué bello es que los seres humanos hayamos sido autorizados a pronunciar, en nombre de Dios y con pleno poder, la palabra del perdón, y seamos así capaces de cambiar el mundo, la vida; qué hermoso es que los seres humanos hayamos sido autorizados a pronunciar las palabras de la consagración, con las que el Señor atrae hacia sí un trozo de mundo, y en cierta forma lo transforme en su sustancia; qué hermoso es poder estar, con la fuerza del Señor, cerca de los hombres en sus alegrías y sufrimientos, tanto en las horas importantes como en las horas oscuras de la existencia; qué hermoso es tener en la vida como tarea no esto o lo otro, sino sencillamente el ser mismo del hombre – para ayudarle a que se abra a Dios y que viva a partir de Dios. Por eso hemos sido turbados cuando, precisamente en este año y en una dimensión inimaginable para nosotros, hemos tenido conocimiento de abusos contra menores cometidos por sacerdotes, que trabucan el Sacramento en su contrario: bajo el manto de lo sagrado hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le acarrean un daño para toda la vida.

En este contexto, me venía a la mente una visión de santa Hildegarda de Bingen que describe de forma conmovedora lo que hemos vivido este año: “En el año 1170 después del nacimiento de Cristo estuve durante largo tiempo enferma en la cama. Entonces, física y mentalmente despierta, vi a una mujer de una belleza tal que la mente humana no era capaz de comprender. Su figura se erguía desde la tierra hasta el cielo. Su rostro brillaba con un resplandor sublime. Su mirada estaba dirigida al cielo. Estaba vestida con una túnica luminosa y radiante de seda blanca y un manto guarnecido de piedras preciosas. En los pies calzaba zapatos de ónice. Pero su rostro estaba embadurnado de polvo; su vestido, por el lado derecho, estaba desgarrado. También el manto había perdido su belleza singular, y sus zapatos estaban ensuciados por encima. Con voz alta y dolorida, la mujer gritó hacia el cielo: ‘¡Escucha, oh cielo, mi rostro está manchado! ¡Aflígete, oh tierra: mi vestido está desgarrado! ¡Tiembla, oh abismo: mis zapatos están ensuciados!’

Y prosiguió: ‘Estaba escondida en el corazón del Padre, hasta que el Hijo del hombre, concebido y dado a luz en la virginidad, derramó su sangre. Con esta sangre, como dote suya, me tomó como su esposa. Los estigmas de mi esposo permanecen frescos y abiertos, mientras estén abiertas las heridas de los pecados de los hombres. Precisamente el que sigan abiertas las heridas de Cristo es por culpa de los sacerdotes. Estos desgarran mi túnica porque son transgresores de la Ley, del Evangelio y de su deber sacerdotal. Quitan el esplendor a mi manto, porque descuidan totalmente los preceptos que se les impusieron. Ensucian mis zapatos, porque no caminan por sendas rectas, es decir, en las duras y severas de la justicia, y tampoco dan buen ejemplo a sus súbditos. Con todo, encuentro en algunos el esplendor de la verdad’.

Y escuché una voz del cielo que decía: ‘Esta imagen representa a la Iglesia. Por esto, oh ser humano que ves todo esto y que escuchas las palabras de lamento, anúncialo a los sacerdotes que están destinados a la guía y a la instrucción del pueblo de Dios y a los cuales, como a los apóstoles, se ha dicho: Id a todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda criatura’ (Mc 16,15)” (Carta a Werner von Kirchheim y a su comunidad sacerdotalPL 197, 269ss).

En la visión de santa Hildegarda, el rostro de la Iglesia está cubierto de polvo, y es así como lo hemos visto nosotros. Su vestido está desgarrado – por culpa de los sacerdotes. Así como ella lo vio y expresó, lo hemos vivido este año. Debemos aceptar esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación. Sólo la verdad salva. Debemos preguntarnos qué podemos hacer para reparar lo más posible la injusticia cometida. Debemos preguntarnos qué era equivocado en nuestro anuncio, en toda nuestra forma de configurar el ser cristiano, de manera que una cosa semejante pudiera suceder. Debemos encontrar una nueva determinación en la fe y en el bien. Debemos ser capaces de penitencia. Debemos esforzarnos en intentar todo lo posible, en la preparación al sacerdocio, para que una cosa semejante no pueda volver a suceder. Éste es también el lugar para agradecer de corazón a todos aquellos que se han empeñado en ayudar a las víctimas y en devolverles la confianza en la Iglesia, la capacidad de creer en su mensaje. En mis encuentros con las víctimas de este pecado, siempre he encontrado a personas que, con gran dedicación, están al lado de quienes sufren y han sufrido daño. Ésta es la ocasión también para dar las gracias también a tantos buenos sacerdotes que transmiten en humildad y fidelidad la bondad del Señor y que, en medio de las devastaciones, son testigos de la belleza no perdida del sacerdocio.

Somos conscientes de la particular gravedad de este pecado cometido por sacerdotes y de nuestra correspondiente responsabilidad. Pero no podemos tampoco callar sobre el contexto de nuestro tiempo en el que hemos tenido que ver estos acontecimientos. Existe un mercado de la pornografía que afecta a los niños, que de alguna forma parece ser considerado por la sociedad cada vez más como algo normal. La destrucción psicológica de niños, cuyas personas son reducidas a artículo de mercado, es un espantoso signo de los tiempos. Escucho de los obispos de países del Tercer Mundo una y otra vez que el turismo sexual amenaza a una generación entera y la daña en su libertad y en su dignidad humana. El Apocalipsis de san Juan enumera entre los grandes pecados de Babilonia – símbolo de las grandes ciudades irreligiosas del mundo – el hecho de practicar el comercio de los cuerpos y de las almas y de hacer de ellos una mercancía (cfr. Ap 18,13). En este contexto, se plantea también el problema de la droga, que con fuerza creciente extiende sus tentáculos de pulpo en todo el globo terrestre – expresión elocuente de la dictadura de Mammón que pervierte al hombre. Todo placer resulta insuficiente y el exceso en el engaño de la embriaguez se convierte en una violencia que destruye regiones enteras, y esto en nombre de un malentendido fatal de la libertad en el que precisamente la libertad del hombre es minada y al final anulada del todo.

Para oponernos a estas fuerzas debemos echar una mirada a sus fundamentos ideológicos. En los años 70, la pedofilia fue teorizada como algo totalmente conforme al hombre y también al niño. Esto, sin embargo, formaba parte de una perversión de fondo del concepto de ethos. Se afirmaba – incluso en el ámbito de la teología católica – que no existían ni el mal en sí ni el bien en sí. Existirían sólo un “mejor que” y un “peor que”. Nada sería de por sí bueno o malo. Todo dependería de las circunstancias y del fin pretendido. Según los fines y las circunstancias, todo podría ser bueno o también malo. La moral se sustituyó por un cálculo de las consecuencias y con ello dejó de existir. Los efectos de tales teorías son hoy evidentes. Contra ellas el papa Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis splendor de 1993, indicó con fuerza profética en la gran tradición del ethos cristiano las bases esenciales de la actuación moral. Este texto debe ser puesto hoy nuevamente en el centro como camino en la formación de la conciencia. Es responsabilidad nuestra hacer nuevamente audibles y comprensibles entre los hombres estos criterios como vías de la verdadera humanidad, en el contexto de la preocupación por el hombre, en la que estamos inmersos.

Como segundo punto quisiera decir algo sobre el Sínodo de las Iglesias de Oriente Medio. Este comenzó con mi viaje a Chipre donde pude entregar el Instrumentum laboris para el Sínodo a los obispos de esos países allí reunidos. Permanece inolvidable la hospitalidad de la Iglesia ortodoxa que pudimos experimentar con gran gratitud. Aunque la comunión plena no nos ha sido dada aún, constatamos con alegría, con todo, que la forma básica de la Iglesia antigua nos une profundamente unos a otros; el ministerio sacramental de los Obispos como portadores de la tradición apostólica, la lectura de la Escritura según la hermenéutica de la Regula fidei, la comprensión de la Escritura en la unidad multiforme centrada en Cristo y desarrollada gracias a la inspiración de Dios y, finalmente, la fe en la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia. Así hemos encontrado de modo vivo la riqueza de los ritos de la Iglesia antigua también dentro de la Iglesia católica. Tuvimos liturgias con maronitas y con melquitas, celebramos en rito latino y tuvimos momentos de oración ecuménica con los ortodoxos y, en manifestaciones imponentes, pudimos ver la rica cultura cristiana del Oriente cristiano. Pero vimos también el problema del país dividido. Se hacían visibles las culpas del pasado y las profundas heridas, pero también el deseo de paz y de comunión como existían antes. Todos son conscientes del hecho de que la violencia no lleva a ningún progreso – ésta, de hecho, ha creado la situación actual. Sólo en el compromiso y en la comprensión mutua puede restablecerse una unidad. Preparar a la gente a esta actitud de paz es una tarea esencial de la pastoral.

En el Sínodo la mirada se extendió también a todo Oriente Medio, donde conviven los fieles pertenecientes a religiones distintas y también a múltiples tradiciones y ritos distintos. En lo que respecta a los cristianos, hay Iglesias precalcedonenses y calcedonenses; Iglesias en comunión con Roma y otras que están fuera de esta comunión, y en ambas existen, uno junto a otro, múltiples ritos. En los desórdenes de los últimos años ha sido turbada la historia de convivencia, las tensiones y las divisiones han crecido, de modo que cada vez más con temor somos testigos de actos de violencia en los que ya no se respeta lo que para el otro es sagrado, sino que al contrario, se derrumban las reglas más elementales de la humanidad. En la situación actual, los cristianos son la minoría más oprimida y atormentada. Durante siglos vivieron pacíficamente junto con sus vecinos judíos y musulmanes. En el Sínodo escuchamos las sabias palabras del Consejo del Mufti de la República del Líbano contra los actos de violencia contra los cristianos. Él decía: hiriendo a los cristianos nos herimos a nosotros mismos. Por desgracia, ésta y otras voces análogas de la razón, por las que estamos profundamente agradecidos, son demasiado débiles. También aquí el obstáculo es la unión entre la avidez de lucro y la ceguera ideológica. Sobre la base del espíritu de la fe y de su racionabilidad, el Sínodo ha desarrollado un gran concepto de diálogo, de perdón y de mutua acogida, un concepto que queremos ahora gritar al mundo. El ser humano es uno solo y la humanidad es una sola. Lo que en cualquier lugar se haga contra un hombre al final daña a todos. Así las palabras y las ideas del Sínodo deben ser un fuerte grito dirigido a todas las personas con responsabilidad política o religiosa para que detengan la cristianofobia; para que se levanten en defensa de los prófugos y de los que sufren y revitalicen el espíritu de la reconciliación. En último análisis, la curación podrá venir sólo de una fe profunda en el amor reconciliador de Dios. Dar fuerza a esta fe, nutrirla y hacerla resplandecer es la tarea principal de la Iglesia en esta hora.

Me gustaría hablar detalladamente del inolvidable viaje al Reino Unido, pero quiero limitarme a dos puntos que están relacionados con el tema de la responsabilidad de los cristianos en este tiempo y con la tarea de la Iglesia de anunciar el Evangelio. El pensamiento sale ante todo al encuentro con el mundo de la cultura en la Westminster Hall, un encuentro en el que la conciencia de la responsabilidad común en este momento histórico creó una gran atención, que, en el fondo, se dirige a la cuestión sobre la verdad y la propia fe. Que en este debate la Iglesia debe dar su propia contribución, era evidente para todos. Alexis de Tocqueville, en su época, había observado que en América la democracia había sido posible y había funcionado porque existía un consenso moral de base que, yendo más allá de las denominaciones individuales, unía a todos. Sólo si existe un consenso semejante sobre lo esencial, las constituciones y el derecho pueden funcionar. Este consenso de fondo procedente del patrimonio cristiano está en peligro allí donde en su lugar, en lugar de la razón moral, se coloca la mera racionalidad finalista de la que he hablado hace un momento. Esto supone en realidad una ceguera de la razón hacia lo que es esencial. Combatir contra esta ceguera de la razón y conservar su capacidad de ver lo esencial, de ver a Dios y al hombre, lo que es bueno y lo que es verdadero, es el interés común que debe unir a todos los hombres de buena voluntad. Está en juego el futuro del mundo.

Finalmente, quisiera recordar una vez más la beatificación del cardenal John Henry Newman. ¿Por qué ha sido beatificado? ¿Qué tiene que decirnos? A estas preguntas se pueden dar muchas respuestas, que ya se han desarrollado en el contexto de la beatificación. Quisiera poner de manifiesto solamente dos aspectos que van unidos y que, a fin de cuentas, expresan lo mismo. El primero es que debemos hablar de las tres conversiones de Newman, porque son los pasos de un camino espiritual que nos interesa a todos. Quisiera subrayar aquí sólo la primera conversión: la conversión a la fe en el Dios vivo. Hasta aquel momento, Newman pensaba como la mayoría de los hombres de su tiempo y como la mayoría de los hombres de hoy, que no excluyen simplemente la existencia de Dios, pero que la consideran como algo inseguro, que no tiene un papel esencial en la propia vida. Lo que a él le parecía verdaderamente real, como a los hombres de su tiempo, era lo empírico, lo que es materialmente perceptible. Ésta es la “realidad” según la cual se orientaba. Lo “real” es lo que es aprehensible, son las cosas que se pueden calcular y tomar en la mano. En su conversión Newman reconoce que las cosas son precisamente al contrario: que Dios y el alma, el ser mismo del hombre a nivel espiritual, constituyen lo que es verdaderamente real, lo que cuenta. Son mucho más reales que los objetos perceptibles. Esta conversión constituye un giro copernicano. Lo que hasta entonces le había parecido como irreal y secundario se revela como lo verdaderamente decisivo. Donde una conversión semejante tiene lugar, no cambia simplemente una teoría, sino que cambia la forma fundamental de la vida. Todos nosotros tenemos siempre necesidad de esta conversión: entonces estamos en el buen camino.

La fuerza motriz que le empujaba en el camino de la conversión, en Newman, era la conciencia. ¿Pero qué se entiende con ello? En el pensamiento moderno, la palabra “conciencia” significa que en materia de moral y de religión, la dimensión subjetiva, el individuo, constituye la última instancia de la decisión. El mundo se divide en los ámbitos de lo objetivo y de lo subjetivo. A lo objetivo pertenecen las cosas que se pueden calcular y comprobar mediante el experimento. La religión y la moral se sustraen a estos métodos y por ello se consideran en el ámbito de lo subjetivo. Aquí no existirían, en último análisis, criterios objetivos. La última instancia que puede decidir aquí sería por tanto sólo el sujeto, y con la palabra “conciencia” se expresa precisamente esto: en este ámbito puede decidir sólo el individuo con sus intuiciones y experiencias. La concepción que Newman tiene de la conciencia es diametralmente opuesta. Para él “conciencia” significa la capacidad de verdad del hombre: la capacidad de reconocer precisamente en los ámbitos decisivos de su existencia – religión y moral – una verdad, la verdad. La conciencia, la capacidad del hombre de reconocer la verdad, le impone con ello, al mismo tiempo, el deber de encaminarse hacia la verdad, de buscarla y de someterse a ella allí donde la encuentra. Conciencia y capacidad de verdad y de obediencia a la verdad, que se muestra al hombre que busca con corazón abierto. El camino de las conversiones de Newman es un camino de la conciencia – un camino no de la subjetividad que se afirma, sino, precisamente al contrario, de la obediencia a la verdad que paso a paso se abría a él. Su tercera conversión, al Catolicismo, exigía de él abandonar casi todo lo que le era precioso: sus bienes y su profesión, su grado académico, los vínculos familiares y muchos amigos. La renuncia que la obediencia a la verdad, su conciencia, le pedía, iba más allá. Newman había sido siempre consciente de tener una misión hacia Inglaterra. Pero en la teología católica de su tiempo, su voz apenas podía oírse. Era demasiado extraña respecto a la forma dominante del pensamiento teológico y también de la piedad. En enero de 1863 escribió en su diario estas frases conmovedoras: “Como protestante, mi religión me parecía mísera, pero no mi vida. Y ahora, como católico, mi vida es mísera, pero no mi religión”. No había llegado aún la hora de su eficacia. En la humildad y en la oscuridad de la obediencia, tuvo que esperar hasta que su mensaje fuera utilizado y comprendido. Para poder afirmar la identidad entre el concepto que Newman tenía de la conciencia y la moderna comprensión subjetiva de la conciencia, se hace referencia a su palabra según la cual él – si hubiera tenido que hacer un brindis – habría brindado por la conciencia y después por el Papa. Pero en esta afirmación, “conciencia” no significa la última obligatoriedad de la intuición subjetiva. Es la expresión de la accesibilidad y de la fuerza vinculante de la verdad: en ello se funda su primado. Al Papa se le puede dedicar el segundo brindis, porque su tarea es exigir la obediencia a la verdad.

Tengo que renunciar a hablar de los viajes tan significativos a Malta, a Portugal y a España. En ellos se ha hecho nuevamente visible que la fe no es algo del pasado, sino un encuentro con Dios que vive y actúa ahora. Él nos desafía y se opone a nuestra pereza, pero precisamente así nos abre el camino hacia la felicidad verdadera.

Excita, Domine, potentiam tuam, et veni!“. Hemos partido de la invocación de la presencia y del poder de Dios en nuestro tiempo y de la experiencia de su aparente ausencia. Si abrimos nuestros ojos, precisamente en la retrospectiva del año que llega a su fin, puede hacerse visible que el poder y la bondad de Dios están presentes de muchas maneras también hoy. Así todos tenemos motivos para darle gracias. Con el agradecimiento al Señor renuevo mi agradecimiento a todos los colaboradores. Quiera Dios concedernos a todos una Santa Navidad y acompañarnos con su bondad en el próximo año.

Confío estos deseos a la intercesión de la Virgen santa, Madre del Redentor, y a todos vosotros y a la gran familia de la Curia Romana imparto de corazón la Bendición Apostólica. ¡Feliz Navidad!

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez ©Libreria Editrice Vaticana]

 

El Papa que no vendía

Fuente: http://www.lavanguardia.es/premium/epaper/20100612/53944623363.html

Gabriel Magalhães  // La Vanguardia

Es difícil escribir sobre una persona. Se puede ser injusto. Y más difícil aún es escribir sobre Joseph Ratzinger. No obstante, el Papa visitó Portugal este mayo, y esa visita ha sido importante. Ha marcado un suave cambio, muy profundo, en nuestro país. En Portugal, desde la revolución que trajo la democracia en 1974, los cambios importantes se hacen con una flor en la mano.

La expectativa, hace unos meses, era escasa, o casi negativa. “Este papa no vende”, declaraban los vendedores de artículos religiosos de Fátima. Y el cartel de inquisidor y personaje siniestro colgado a Ratzinger imponía su sombra. Cuando llegó a Lisboa, lo que había era curiosidad y el respeto debido. Nada más que eso.

Lo primero que llamó la atención fue la exactitud de todos sus movimientos. Hay un rigor alemán en sus gestos. Su presencia es algo así como un lienzo de Mondrian. Y, de repente, los portugueses nos dimos cuenta de que el vocablo exacto para todo esto es “seriedad”. En el fondo, lo que Alemania hace hoy con Europa, a nivel económico, lo ha hecho este papa hace décadas, en el terreno espiritual.

Si elogiamos la cordura de Merkel, hemos por lo menos de comprender a Ratzinger.

El portugués de a pie intuyó que básicamente estamos ante un hombre honrado. Cuando un grupo de jóvenes fue a darle vítores por la noche, salió al balcón de la nunciatura de Lisboa, agradeció con mucho cariño y pidió que le dejaran dormir porque tenía que trabajar al día siguiente.

Ratzinger cumple con lo de ser una imagen, un icono, pero intenta apagarse. Sabe que, a partir de un cierto punto, la imagen del papa se reviste de rasgos “paganos”. Hay en el líder de la Iglesia la convicción personal, muy arraigada, de que un sacerdote tiene que desdibujarse para que sólo Dios sea el protagonista. Y esto también vale para él, a pesar de su condición de vicario de Cristo. Para conocerle, hay que leerlo. Sus representaciones visuales son tan abstractas como banderas: dicen muy poco. Si queremos encontrarnos con Benedicto XVI, debemos conocer sus textos. En realidad, se trata de un papa escritor, muy fiel a la raíz verbal del cristianismo.

Su ascensión eclesial se basa en su prodigiosa capacidad de interpretar los escritos bíblicos. El lector de sus textos sabe que posee una inteligencia y una claridad de exposición deslumbrantes, muy germánicas, mezcladas con una elegancia literaria ya un poco italiana. Ratzinger fue la linterna de la Iglesia en un tiempo de dudas y oscuridades. En concreto, fue la linterna de Juan Pablo II. Una linterna a veces incómoda, en una época enamorada de la breve alucinación del flash fotográfico.

En resumen: honradez, discreción, inteligencia. Y además una gran fe y un enorme sentido de misión. Y esto terminó siendo lo más espeluznante para muchos portugueses. Ratzinger fue elegido hace cinco años, cuando se ignoraban las dificultades presentes, y adoptó el nombre de Benedicto XVI, estableciendo como una de sus prioridades la recuperación espiritual de Europa. Todo esto antes de la crisis actual.

En Portugal, nos hemos dado cuenta de que se trata de un papa providencial. Es la persona que Europa necesitaba en este momento. Esto lo ha comprendido una gran parte de la sociedad portuguesa. Ha sido un fenómeno amplio, que supera el mundo de los católicos de misa dominical.

No querer ver que Europa necesita una resurrección espiritual es como no querer ver el déficit. Exactamente lo mismo. Cerrar los ojos e insistir en ideas huecas. Lo importante es empezar a pensar cómo podremos articular los principios insoslayables de una sociedad libre, democrática, con la energía de la espiritualidad. Sólo salvaremos las democracias que hemos creado y el bienestar que hemos construido si regresamos a nuestra tradición espiritual. La economía ya no puede solucionarse a sí misma; la situación actual pide ante todo nuevas actitudes; esas nuevas actitudes sólo las podrán tomar personas renovadas que hayan redescubierto a fondo la dignidad mayor de su condición humana.

Y aquí anotaremos otra característica del Papa: su serena tristeza. No existe ese optimismo contagioso de Juan Pablo II. Es un hombre de fe, pero también alguien que se sabe de memoria todos los suicidios espirituales de Occidente. Esa melancolía papal, en un país nostálgico como Portugal, ha calado profundamente. La sociedad portuguesa no es la misma tras la visita de Benedicto XVI. Pese a todos los escándalos, del “pecado de la Iglesia”, como dijo el Papa, ha habido como un discreto amanecer. Nada de fanatismos. Sencillamente, un suave recuperar la lucidez. Y es que no bastará con salvar el euro. Para salvar a Europa, habrá que redescubrir, en plena libertad, el alma de Occidente.

   G. MAGALHÃES, escritor portugués

Diccionario Benedicto XVI

De cómo el Papa trabaja para dar un sentido a cada palabra y una palabra a cada realidad

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El 18/4/05, en la Misa previa a la elección del Papa, el entonces Cardenal Ratzinger avisa: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”. Cinco años más tarde se confirma como una de las principales tareas de Benedicto XVI la labor de clarificación semántica en un mundo con gran ambigüedad de conceptos, según expresión reciente de Joaquín Navarro-Valls. Para resolver el actual “problema de lenguaje”, se ha propuesto dar un sentido a cada palabra y una palabra a cada realidad. De esta manera, va completando un diccionario de conceptos disponibles a quien quiera usarlos para navegar en estas aguas posmodernas.

En este apartado se irán publicando algunas de las definiciones que Benedicto XVI está proponiendo a través de sus intervenciones y textos publicados. Para acceder al Diccionario, pinche aquí.

Carta abierta de George Weigel a Hans Küng

Traducción de: http://ensayosdeclaroscuro.blogspot.com/2010/05/carta-abierta-de-george-weigel-hans.html

Versión en inglés: https://bxvi.wordpress.com/2010/04/21/an-open-letter-to-hans-kung/

Estimado Sr. Kung,

Hace un decenio y medio, uno de sus colegas -uno de los más jóvenes teólogos progresistas del Vaticano II- me contaba cómo os había amablemente dedicado una advertencia al comienzo de la segunda sesión del concilio. Éste distinguido estudioso de la biblia y promotor de la reconciliación entre judíos y cristianos recordaba que, en aquellos difíciles días, acostumbraba usted conducir por los alrededores de Roma un Mercedes rojo candente descapotable, al que su amigo suponía ser un fruto del éxito que había tenido su libro “El concilio: reforma y reunión”
Tales alardes con el coche alarmaron a su colega, pareciéndole un imprudente e innecesario auto-bombo, teniendo en cuenta que algunas de sus más arrojadas opiniones, así como su talento para lo que después sería conocido como frasecitas oportunas, estaban ya haciendo levantar las cejas y las furias en la Curia romana. Por ello, así es como a mí me contaron la historia, su amigo un día le llamó aparte y le dijo a usted, utilizando un término francés que ambos entendisteis: “hans, te estás convirtiendo en demasiado evident”
Siendo el hombre que él sólo inventó un nuevo tipo de personalidad mediática mundial -el de teólogo disidente como estrella internacional- doy por supuesto que el aviso de su amigo no le alteró demasiado. En 1963 ya estaba usted decidido a crear un singular y personal camino, y ya conocía lo suficiente de los medios para saber que una prensa obsesionada con historias del tipo man-bites-dog (un hombre muerde a un perro) de un sacerdote-teólogo disidente le daría a usted un megáfono con el que expresar sus puntos de vista. Imagino que se encontraría decepcionado con el difunto Juan Pablo II quien, para desmantelar este escenario, anuló su mandato eclesiástico para enseñar como profesor de teología católica; como consecuencia, ásperamente denigró usted la supuesta inferioridad intelectual de Karol Wojtyla, en un volumen de sus memorias que, hasta hace poco, representaba el nivel más bajo de una polémica carrera en la que usted ha llegado a ser demasiado evident como persona poco capaz de conceder inteligencia, decencia o buena voluntad a sus adversarios.
Y digo hasta hace poco porque su carta abierta del 16 de abril a los obispos del mundo, que primero he leído en el Irish Times, crea un nuevo modelo para esta forma de odio particular conocida como el odium theologicum y por una condena malvada a un antiguo amigo que, tras su ascensión al papado, fue generoso con usted, al mismo tiempo que le animaba en algunos aspectos de su trabajo actual.
Antes de pasar al ataque contra la integridad del Papa Benedicto XVI permítame, sin embargo, observar que su artículo pone en penosa evidencia la falta de atención con la que ha seguido usted las cuestiones sobre las que se pronuncia con aire de infalible seguridad y que habría hecho enrojecer las mejillas de Pío IX.
Parece usted alegremente indiferente al caos doctrinal que afecta a una gran parte del protestantismo europeo y norteamericano, lo cual ha generado unas circunstancias en las que un serio diálogo ecuménico y teológico está gravemente amenazado.
Toma usted como cosa segura los ataques más rabiosos contra Pío XII, claramente ignorante de que recientes investigaciones han desplazado el acento hacia el coraje que Pío XII tuvo en la defensa de los judíos europeos (sin que eso afecte a lo que uno pueda pensar sobre su ejercicio de la prudencia)
Tergiversa usted los efectos del discurso del 2006 de Benedicto XVI en Ratisbona, que desestima como caricatura del Islam. De hecho, el Discurso de Ratisbona reenfocó el diálogo Católico-islámico en dos de los temás en los que esta conversación necesita urgentemente engranarse: libertad religiosa como fundamental derecho humano que puede ser conocido por la razón, y la separación de las autoridades política y religiosa en los estados del siglo XXI.
No parece usted comprender lo que realmente puede frenar el VIH/SIDA en África, y alude usted al manido mito de la superpoblación en un momento en que las tasas de fertilidad están cayendo por todo el globo y Europa está entrando en un invierno demográfico creado a propia conciencia.
Parece que usted olvida la prueba científica subyacente en la defensa de la Iglesia al estatus moral del embrión humano, al mismo tiempo que la acusa, falsamente, de oponerse a la investigación con las células madre.
¿Cómo puede usted desconocer estas cosas? Obviamente, usted es un hombre inteligente; en una ocasión hizo un innovador trabajo en teología ecuménica. ¿Qué le ha pasado?
Tal vez lo que ha pasado es que usted se ha perdido la discusión sobre el correcto sentido y hermenéutica del Concilio Vaticano II. Así se explica por qué continúa usted, sin descanso desde hace 50 años, su cruzada hacia un catolicismo liberal protestante, justamente en el momento en el que el proyecto liberal protestante está en pleno colapso por su incoherencia teológica inherente. Y es por eso por lo que se ha metido usted en una campaña viciosa de difamación contra un antiguo colega del Vaticano II, Joseph Ratzinger. Antes de entrar en este tema, permítame continuar, brevemente, con lo de la hermenéutica del concilio.
Bien que usted no sea el exponente teológicamente más logrado de lo que Benedicto XVI denominó la hermenéutica de ruptura en sus navidades del 2005 dirigiéndose a la Curia romana, es usted, sin lugar a dudas, el miembro internacionalmente más visible de un envejecido grupo que continua insistiendo en que el período 1962-1965 marca una etapa decisiva en la historia de la Iglesia Católica: el momento de un nuevo comienzo, en el que la Tradición sería destronada del lugar que había tomado como primera fuente de la reflexión teológica, para ser reemplazada por un Cristianismo que incesantemente deja al “mundo” preparar la agenda de la Iglesia (utilizando el moto que el concilio mundial de las Iglesias utilizó)
La lucha entre esta interpretación del concilio y la defendida por los padres conciliares como Ratzinger y Henri de Lubac dividieron el mundo teológico católico post-conciliar en dos facciones en discordia con dos revistas enfrentadas: Concilium¸ para usted y sus colegas progresistas, Communio para aquellos que usted continuaba a denominar como reaccionarios. Que el proyecto defendido por Concilium haya llegado a ser cada vez más improbable a lo largo del tiempo y que la joven generación de teólogos, especialmente en Norteamérica, gravitara hacia la órbita del Communio no ha debido de ser una experiencia agradable para usted.Y que el proyecto Communio haya orientado de forma decisiva los debates del Sínodo extraordinario de obispos de 1985, convocado por Juan Pablo II para celebrar los logros del Vaticano II y evaluar su completa puesta en obra en el vigésimo aniversario, debe de haber sido otro golpe.
Sin embargo, me aventuro a suponer que el hierro entró realmente en su alma cuando, el 22 de Diciembre del 2005, el recién elegido Papa Benedicto XVI –el hombre al que en una ocasión apoyó para conseguir la plaza de la facultad teológica de Tübingen- se dirigió a la Curia Romana y sugirió que la discusión se había terminado y que “la hermenéutica conciliar de la reforma”, que suponía la continuidad con la Gran Tradición de la Iglesia, había prevalecido sobre la “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”.
Tal vez, mientras bebía usted una cerveza junto a Benedicto XVI en Castel Gandolfo en el verano del 2005, imaginó que, de alguna forma, Ratzinger había cambiado de opinión en una cuestión tan importante. Obviamente, no lo había hecho. Me deja perplejo que pudiera usted siquiera imaginar que él podía aceptar su punto de vista sobre lo que supondría “un renovamiento continuo de la Iglesia”. Pero su análisis de la situación católica contemporánea llega a ser poco más plausible cuando se lee, más adelante en su reciente artículo de opinión, que los últimos papas han sido autócratas en relación a los obispos; de nuevo, uno se pregunta si ha prestado usted suficiente atención. Pues parece de por sí evidente que Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI han sido dolorosamente reticentes –algunos dirían que desafortunadamente reticentes- para disciplinar a obispos que se han mostrado incompetentes y dañinos y que, debido a ello, han perdido su capacidad para enseñar y liderar: una situación que muchos de nosotros esperamos que cambie, y que cambie pronto, a la luz de las últimas polémicas.
De alguna manera, por supuesto, ninguna de sus quejas sobre la vida católica post-conciliar es nueva. Sin embargo, para alguien que en verdad se preocupa por el futuro de la Iglesia Católica como testigo de la verdad de Dios para la salvación del mundo, insistir en el discurso con el que nos urge parece ser cada vez más contradictorio: que un Catolicismo creíble habrá de surcar el mismo camino ya pisado en recientes décadas por distintas sectas protestas y que, conscientes o no de ello, han seguido una u otra versión de sus consejos para adoptar una hermenéutica de ruptura con la Gran Tradición Cristiana. De todas formas, esa es la idea fija que ha adoptado usted desde la época en la que uno de sus colegas se preocupaba de que se estuviera usted convirtiendo en demasiado evident; y como ese ser evident le ha mantenido, al menos en las páginas de opinión de los periódicos que comparten su lectura de la tradición Católica, supongo que es mucho suponer que vaya usted a cambiar, o siquiera modificar, sus puntos de vista, incluso si hasta las más nimias evidencias empíricas de las que se dispone sugieren que el camino que usted propone es el del olvido para las iglesias.
Lo que sí podría esperarse, sin embargo, es que usted se comportara con un mínimo de integridad y decencia elemental en las controversias en las que se mete. Entiendo tan bien como cualquiera el odium theologicum, pero, con total franqueza, debo decirle que en su último artículo ha cruzado usted una línea que no debía de haber cruzado al escribir lo siguiente:
No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005)
Esto, señor, no es verdad. Me niego a creer que usted sabía que esto era falso y que, aún así, lo escribió, porque eso supondría que se ha usted condenado conscientemente como un mentiroso. Pero al asumir que usted no sabía que esta frase estaba tejida de mentiras, aparece usted como un ignorante tan manifiesto sobre cómo son asignadas las competencias en los casos de abuso sexual en la Curia Romana, antes de que Ratzinger tomara el control del proceso y lo pusiera bajo la competencia del CDF en el 2001, que pierde usted toda posibilidad de ser tomado en serio sobre este o sobre cualquier otro asunto que concierna a la Curia romana y al gobierno central de la Iglesia Católica.
Tal vez usted no lo sepa, pero he sido un vigoroso crítico, y espero que responsable, de la forma en que los casos de abuso sexual eran (mal)llevados por los obispos individuales y por las autoridades de la Curia antes de finales de los noventa, cuando el entonces Cardenal Ratzinger comenzó a luchar por un cambio mayor en el tratamiento de los casos (si está usted interesado, consulte mi libro del 2002, El coraje de ser católico. Crisis, reforma y futuro de la Iglesia)
Por ello, hablo con cierto conocimiento de causa, desde el que me apoyo cuando digo que la descripción que hace usted sobre el papel de Ratzinger, tal y como está más arriba citado, no solo es ridícula para cualquiera familiarizado con esta historia, sino que está desmentido por la experiencia de los obispos americanos que, sistemáticamente, han encontrado en Ratzinger a alguien cuidadoso, dispuesto a ayudar y profundamente preocupado por la corrupción del sacerdocio debida a una pequeña minoría de abusadores, al mismo tiempo que afligido por la incompetencia o mala conducta de obispos que tomaron las promesas de la psicoterapia mucho más en serio de lo que ésta merecía, o carecieron del coraje moral necesario para enfrentarse a lo que tenía que ser enfrentado.
Reconozco que los autores no escriben los epígrafes, en ocasiones horrorosos, que son colocados en la sección de opinión. Aún así, firmó usted una pieza tan ácida –de por sí indigna de un antiguo sacerdote, de un intelectual o de un caballero- que permitió a los editores del Irish Times resumir así su artículo: el Papa Benedicto ha empeorado la situación en todo lo que no marcha en la Iglesia Católica, y él es directamente responsable de haber organizado a nivel mundial el ocultamiento de las violaciones a menores cometidas por los sacerdotes, según esta carta abierta a todos los obispos Católicos”. Esta grotesca falsificación de la verdad tal vez pueda demostrar hasta dónde puede el odium theologicum conducir a una persona. Pero eso no la hace menos vergonzosa.
Permítame sugerirle que le debe usted una disculpa al Papa Benedicto XVI por lo que –hablando objetivamente- es una calumnia que ruego haya sido cometida en parte por ignorancia (si no por la ignorancia culpable). Le aseguro que estoy a favor de una profunda reforma de la Curia Romana y del episcopado, y de tales proyectos doy cuenta con más detalle en God’s Choice: Pope Benedict XVI and the Future of the Catholic Church, libro del que me placería enviarle una copia en alemán. Pero no puede haber una auténtica reforma en la Iglesia si no se pasa antes por el escarpado y estrecho valle de la verdad. La verdad ha sido masacrada en su artículo del Irish Times. Eso significa que ha hecho usted retroceder la causa de la reforma.
Con la garantía de mis oraciones,
George Weigel