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Benedicto XVI en el Líbano: 20 palabras clave

El Papa Benedicto XVI ha visitado el Líbano entre el 14 y el 16 de septiembre de 2012. Los textos oficiales de todas las intervenciones públicas las podéis encontrar en este enlace. En este vídeo de 2.21 minutos hay un resumen de las principales ideas del documento Ecclesia in Medio Oriente.

Aquí se ofrece una selección de fragmentos destacados, ordenados por palabras clave.

Amor

“Sed portadores del amor de Cristo. ¿Cómo? Volviendo sin reservas a Dios, su Padre, que es la medida de lo justo, lo verdadero y lo bueno. Meditad la Palabra de Dios. Descubrid el interés y la actualidad del Evangelio. Orad. La oración, los sacramentos, son los medios seguros y eficaces para ser cristianos y vivir «arraigados y edificados en Cristo, afianzados en la fe» (Col 2,7). El Año de la fe que está para comenzar será una ocasión para descubrir el tesoro de la fe recibida en el bautismo. Podéis profundizar en su contenido estudiando el Catecismo, para que vuestra fe sea viva y vivida. Entonces os haréis testigos del amor de Cristo para los demás. En él, todos los hombres son nuestros hermanos. La fraternidad universal inaugurada por él en la cruz reviste de una luz resplandeciente y exigente la revolución del amor. «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn13,35). En esto reside el testamento de Jesús y el signo del cristiano. Aquí está la verdadera revolución del amor”.

Benedicto XVI, Encuentro con los jóvenes en la explanada frente al Patriarcado maronita de Bkerké (15 de septiembre de 2012) (Vídeo)

Año de la fe

“Al promulgar el Año de la fe, que comenzará el próximo 11 de octubre, he querido que todo fiel se comprometa de forma renovada en este camino de conversión del corazón. A lo largo de todo este año, os animo vivamente, pues, a profundizar vuestra reflexión sobre la fe, para que sea más consciente, y para fortalecer vuestra adhesión a Jesucristo y su evangelio”.

Benedicto XVI, Santa Misa y entrega de la Exhortación Apostólica Postsinodal para Oriente Medio en el Beirut City Center Waterfront (16 de septiembre de 2012)(Vídeo)

Conversión

“Pero es posible no dejarse vencer por el mal y vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21). Estamos llamados a esta conversión del corazón. Sin ella, las tan deseadas “liberaciones” humanas defraudan, puesto que se mueven en el reducido espacio que concede la estrechez del espíritu humano, su dureza, sus intolerancias, sus favoritismos, sus deseos de revancha y sus pulsiones de muerte. Se necesita la transformación profunda del espíritu y el corazón para encontrar una verdadera clarividencia e imparcialidad, el sentido profundo de la justicia y el del bien común. Una mirada nueva y más libre hará que sea posible analizar y poner en cuestión los sistemas humanos que llevan a un callejón sin salida, con la finalidad de avanzar, teniendo en cuenta el pasado, con sus efectos devastadores, para no volver a repetirlo. Esta conversión que se requiere es exaltante, pues abre nuevas posibilidades, al despertar los innumerables recursos que anidan en el corazón de tantos hombres y mujeres deseosos de vivir en paz y dispuestos a comprometerse por ella. Pero es particularmente exigente: hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar. Puesto que sólo el perdón ofrecido y recibido pone los fundamentos estables de la reconciliación y la paz para todos (cf. Rm 12,16b.18)”.

Benedicto XVI, Encuentro con los miembros del Gobierno, de las Instituciones de la República, el Cuerpo Diplomático, los responsables religiosos y los representantes del mundo de la cultura (Salón 25 de Mayo del Palacio presidencial de Baabda, 15 de septiembre de 2012)

Convivencia

“La buena convivencia, típicamente libanesa, debe demostrar, a todo Oriente Medio y al resto del mundo, que dentro de una nación puede haber colaboración entre las diferentes Iglesias, miembros todos de la única Iglesia católica, en un espíritu fraternal de comunión con los demás cristianos y, al mismo tiempo, la convivencia y el diálogo respetuoso entre los cristianos y sus hermanos de otras religiones. Sabéis tan bien como yo que este equilibrio, que se presenta por todas partes como un ejemplo, es extremadamente delicado. A veces amenaza con romperse cuando se tensa como un arco, o se somete a presiones que son con demasiada frecuencia partidistas, ciertamente interesadas, contrarias y extrañas a la armonía y dulzura libanesa. Es necesario entonces dar prueba de verdadera moderación y gran sabiduría. (…) Vengo también para decir lo importante que es la presencia de Dios en la vida de cada uno y cómo la forma de vivir juntos, esta convivencia que desea testimoniar vuestro país, será profunda en la medida en que esté fundada en una actitud de acogida y benevolencia hacia el otro, en la medida que esté enraizada en Dios, que desea que todos los hombres sean hermanos. El famoso equilibrio libanés, que quiere seguir siendo una realidad, se puede prolongar gracias a la buena voluntad y al empeño de todos los libaneses. Sólo entonces podrá servir de modelo para los habitantes de toda la región, y del mundo entero. No se trata únicamente de una obra humana, sino de un don de Dios que hay que pedir con insistencia, preservar a cualquier precio, y consolidar con determinación”.

Benedicto XVI, Ceremonia de bienvenida en el Aeropuerto internacional Rafik Hariri de Beirut (14 de septiembre de 2012)

Cruz: exaltarla es un acto de fe, esperanza y caridad

“La comunión y el testimonio cristiano, ¿acaso no se fundan en el Misterio pascual, en la crucifixión, en la muerte y resurrección de Cristo? ¿No alcanzan en él su pleno cumplimiento? Hay un vínculo inseparable entre la cruz y la resurrección, que un cristiano no puede olvidar. Sin este vínculo, exaltar la cruz significaría justificar el sufrimiento y la muerte, no viendo en ello más que un fin inevitable. Para un cristiano, exaltar la cruz quiere decir entrar en comunión con la totalidad del amor incondicional de Dios por el hombre. Es hacer un acto de fe. Exaltar la cruz, en la perspectiva de la resurrección, es desear vivir y manifestar la totalidad de este amor. Es hacer un acto de amor. Exaltar la cruz lleva a comprometerse a ser heraldos de la comunión fraterna y eclesial, fuente del verdadero testimonio cristiano. Es hacer un acto de esperanza”.

Benedicto XVI, Visita a la Basílica de San Pablo de Harissa y firma de la Exhortación Apostólica Postsinodal (14 de septiembre de 2012) (Vídeo)

Ecumenismo

“La Exhortación abre a un verdadero diálogo interreligioso basado en la fe en Dios Uno y Creador. Quiere también contribuir a un ecumenismo lleno de fervor humano, espiritual y caritativo, en la verdad y el amor evangélico, que extrae su fuerza del mandato del Resucitado: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,19-20)”.

Benedicto XVI, Visita a la Basílica de San Pablo de Harissa y firma de la Exhortación Apostólica Postsinodal (14 de septiembre de 2012) (Vídeo)

Educación

” La tarea de la educación es la de acompañar la maduración de la capacidad de tomar opciones libres y justas, que puedan ir a contracorriente de las opiniones dominantes, las modas, las ideologías políticas y religiosas. Éste es el precio de la implantación de una cultura de la paz”.

Benedicto XVI, Encuentro con los miembros del Gobierno, de las Instituciones de la República, el Cuerpo Diplomático, los responsables religiosos y los representantes del mundo de la cultura (Salón 25 de Mayo del Palacio presidencial de Baabda, 15 de septiembre de 2012)

Fraternidad

“Es hermoso trabajar con y para los demás. Vivir juntos momentos de amistad y alegría permite resistir a los gérmenes de división, que constantemente se han de combatir. La fraternidad es una anticipación del cielo. Y la vocación del discípulo de Cristo es ser «levadura» en la masa, como dice san Pablo: «Un poco de levadura hace fermentar toda la masa» (Ga 5,9)”.

Benedicto XVI, Encuentro con los jóvenes en la explanada frente al Patriarcado maronita de Bkerké (15 de septiembre de 2012) (Vídeo)

Fundamentalismo

“El fundamentalismo es siempre una falsificación de la religión y va contra el sentido de la religión, que, en cambio, invita a difundir la paz de Dios en el mundo. Por tanto, el compromiso de la Iglesia y de las religiones es aquel de cumplir una purificación de estas tentaciones, iluminar las conciencias y hacer de tal manera que cada uno tenga una imagen clara de Dios. Debemos respetarnos unos a los otros. Cada uno es imagen de Dios y debemos respetarnos recíprocamente. El mensaje fundamental de la religión debe estar contra la violencia, que es una falsificación como el fundamentalismo, debe ser la educación, la iluminación y la purificación de las conciencias, para favorecer el dialogo, la reconciliación y la paz”.

Benedicto XVI, Encuentro con los periodistas durante el vuelo hacia Líbano (14 de septiembre de 2012)

Guerra

“¿Qué podemos hacer contra la guerra? Naturalmente difundir siempre el mensaje de la paz, aclarar que la violencia no resuelve nunca un problema y reforzar las fuerzas de la paz. Es importante en este sentido el trabajo de los periodistas, que pueden ayudar mucho mostrando como la violencia destruye, no construye, no es útil para nadie. Es necesario rezar por Oriente Medio, por los cristianos y musulmanes mostrando la posibilidad de diálogo y de soluciones. Debe cesar la importación de armas: sin armas la guerra no podría continuar. En vez de importar las armas, que es un pecado grave, deberíamos importar las ideas, la paz, la creatividad, aceptar a los otros en la diversidad. Hacer visible el respeto de las religiones unas hacia las otras, el respeto del hombre como criatura de Dios, el amor del prójimo como elemento fundamental para todas las religiones. Es necesario promover todos los gestos posibles, también materiales, para favorecer el fin de la guerra y de la violencia, de modo que todos puedan reconstruir el país”.

Benedicto XVI, Encuentro con los periodistas durante el vuelo hacia Líbano (14 de septiembre de 2012)

Juventud

“La juventud es el momento en el que se aspira a grandes ideales, y el periodo en que se estudia para prepararse a una profesión y a un porvenir. Esto es importante y exige su tiempo. Buscad lo que es hermoso y gozad en hacer el bien. Dad testimonio de la grandeza y la dignidad de vuestro cuerpo, que es «para el Señor» (1 Co6,13b). Tened la delicadeza y la rectitud de los corazones puros. Como el beato Juan Pablo II, yo también os repito: «No tengáis miedo. Abrid las puertas de vuestro espíritu y vuestro corazón a Cristo». El encuentro con él «da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1). En él encontraréis la fuerza y el valor para avanzar en el camino de vuestra vida, superando así las dificultades y aflicciones. En él encontraréis la fuente de la alegría. Cristo os dice: سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy). Aquí está la revolución que Cristo ha traído, la revolución del amor”.

Benedicto XVI, Encuentro con los jóvenes en la explanada frente al Patriarcado maronita de Bkerké (15 de septiembre de 2012) (Vídeo)

Libertad religiosa

“No olvidemos que la libertad religiosa es el derecho fundamental del que dependen muchos otros. Profesar y vivir libremente la propia religión, sin poner en peligro su vida y su libertad, ha de ser posible para cualquiera. La pérdida o el debilitamiento de esta libertad priva a la persona del derecho sagrado a una vida íntegra en el plano espiritual. La así llamada tolerancia no elimina las discriminaciones, sino que a veces incluso las reafirma. Y sin la apertura a lo trascendente, que permite encontrar respuestas a los interrogantes de su corazón sobre el sentido de la vida y la manera de vivir moralmente, el hombre se hace incapaz de actuar con justicia y de comprometerse por la paz. La libertad religiosa tiene una dimensión social y política indispensable para la paz. Ella promueve una coexistencia y una vida armoniosa a causa del compromiso común al servicio de causas nobles y de la búsqueda de la verdad que no se impone por la violencia sino por «la fuerza de la misma verdad» (Dignitatis humanae, 1), la Verdad que está en Dios”.

Benedicto XVI, Encuentro con los miembros del Gobierno, de las Instituciones de la República, el Cuerpo Diplomático, los responsables religiosos y los representantes del mundo de la cultura (Salón 25 de Mayo del Palacio presidencial de Baabda, 15 de septiembre de 2012)

Paz y dignidad humana

“La dignidad del hombre es inseparable del carácter sagrado de la vida que el Creador nos ha dado. En el designio de Dios, cada persona es única e irremplazable. Viene al mundo en una familia, que es su primer lugar de humanización y, sobre todo, la primera que educa a la paz. Para construir la paz, nuestra atención debe dirigirse a la familia para facilitar su cometido, y apoyarla, promoviendo de este modo por doquier una cultura de la vida. La eficacia del compromiso por la paz depende de la concepción que el mundo tenga de la vida humana. Si queremos la paz, defendamos la vida”.

Benedicto XVI, Encuentro con los miembros del Gobierno, de las Instituciones de la República, el Cuerpo Diplomático, los responsables religiosos y los representantes del mundo de la cultura (Salón 25 de Mayo del Palacio presidencial de Baabda, 15 de septiembre de 2012)

Perdón

“¿No es la paz ese bien precioso que toda la humanidad está buscando? Y, ¿no es un mundo de paz para nosotros y para los demás lo que deseamos en lo más profundo? سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy), dice Jesús. Él no ha vencido el mal con otro mal, sino tomándolo sobre sí y aniquilándolo en la cruz mediante el amor vivido hasta el extremo. Descubrir de verdad el perdón y la misericordia de Dios, permite recomenzar siempre una nueva vida. No es fácil perdonar. Pero el perdón de Dios da la fuerza de la conversión y, a la vez, el gozo de perdonar. El perdón y la reconciliación son caminos de paz, y abren un futuro”.

Benedicto XVI, Encuentro con los jóvenes en la explanada frente al Patriarcado maronita de Bkerké (15 de septiembre de 2012) (Vídeo)

Primavera árabe

“De por sí, la primavera árabe es una cosa positiva: un deseo de mayor democracia, mayor libertad, mayor cooperación y de una renovada identidad árabe. Este grito de la libertad que viene de una juventud más formada cultural y profesionalmente, que desea una mayor participación en la vida política y social es un progreso, una cosa muy positiva y que esta bien acogida también por nosotros los cristianos. Naturalmente sabemos, pensando en la historia de las revoluciones, que el grito de libertad tan importante y positivo, corre el riesgo de olvidar un aspecto, una dimensión fundamental de la libertad, que es la tolerancia del otro, el hecho de que la libertad humana es siempre una libertad compartida, y que solo puede crecer en la solidaridad, en el vivir juntos con determinadas reglas. Esto es siempre un peligro, también en este caso. Tenemos que hacer todo lo posible para que el concepto de libertad, el deseo de libertad vaya en la justa libertad y no olvide la tolerancia, la reconciliación que son elementos fundamentales de la libertad. De esta manera también la Primavera Árabe, necesita una renovación de la historia milenaria. Los cristianos y los árabes han construido estas tierras y han de vivir juntos. Creo, que es importante ver los elementos positivos de estos movimientos y hacer todo lo posible para que la libertad sea concebida correctamente y responda a un mayor dialogo y no al dominio de unos contra otros”.

Benedicto XVI, Encuentro con los periodistas durante el vuelo hacia Líbano (14 de septiembre de 2012)

Redes sociales

“Las frustraciones que se presentan no os deben conducir a refugiaros en mundos paralelos como, entre otros, el de las drogas de cualquier tipo, o el de la tristeza de la pornografía. En cuanto a las redes sociales, son interesantes, pero pueden llevar fácilmente a una dependencia y a la confusión entre lo real y lo virtual. Buscad y vivid relaciones ricas de amistad verdadera y noble. Adoptad iniciativas que den sentido y raíces a vuestra existencia, luchando contra la superficialidad y el consumo fácil. También os acecha otra tentación, la del dinero, ese ídolo tirano que ciega hasta el punto de sofocar a la persona y su corazón. Los ejemplos que os rodean no siempre son los mejores. Muchos olvidan la afirmación de Cristo, cuando dice que no se puede servir a Dios y al dinero (cf. Lc 16,13). Buscad buenos maestros, maestros espirituales, que sepan indicaros la senda de la madurez, dejando lo ilusorio, lo llamativo y la mentira”.

Benedicto XVI, Encuentro con los jóvenes en la explanada frente al Patriarcado maronita de Bkerké (15 de septiembre de 2012) (Vídeo)

Servicio

“Servir es una exigencia imperativa para la Iglesia y, para los cristianos, el ser verdaderos servidores, a imagen de Jesús. El servicio es un elemento fundacional de la identidad de los discípulos de Cristo (cf. Jn 13,15-17). La vocación de la Iglesia y del cristiano es servir, como el Señor mismo lo ha hecho, gratuitamente y a todos, sin distinción. Por tanto, en un mundo donde la violencia no cesa de extender su rastro de muerte y destrucción, servir a la justicia y la paz es una urgencia, para comprometerse en aras de una sociedad fraterna, para fomentar la comunión”.

Benedicto XVI, Santa Misa y entrega de la Exhortación Apostólica Postsinodal para Oriente Medio en el Beirut City Center Waterfront (16 de septiembre de 2012)(Vídeo)

Siria

“¿Por qué tanto horror? ¿Por qué tanta muerte? Apelo a la comunidad internacional. Apelo a los países árabes de modo que como hermanos, propongan soluciones viables que respeten la dignidad de toda persona humana, sus derechos y su religión. Quien quiere construir la paz debe dejar de ver en el otro un mal que debe eliminar. No es fácil ver en el otro una persona que se debe respetar y amar, y sin embargo es necesario, si se quiere construir la paz, si se quiere la fraternidad (cf. 1 Jn 2,10-11; 1 P 3,8-12). Que Dios conceda a vuestro país, a Siria y a Oriente Medio el don de la paz de los corazones, el silencio de las armas y el cese de toda violencia. Que los hombres entiendan que  todos son hermanos”.

Benedicto XVI Rezo del Ángelus Domini (16 de septiembre de 2012)(Vídeo)

Solidaridad

“Ciertas ideologías, cuestionando directa o indirectamente, e incluso legalmente, el valor inalienable de toda persona y el fundamento natural de la familia, socavan las bases de la sociedad. Debemos ser conscientes de estos ataques contra la construcción y la armonía del vivir juntos. Sólo una solidaridad efectiva constituye el antídoto a todo esto. Solidaridad para rechazar lo que impide el respeto de todo ser humano, solidaridad para apoyar las políticas y las iniciativas que actúan para unir los pueblos de modo honesto y justo”.

Benedicto XVI, Encuentro con los miembros del Gobierno, de las Instituciones de la República, el Cuerpo Diplomático, los responsables religiosos y los representantes del mundo de la cultura (Salón 25 de Mayo del Palacio presidencial de Baabda, 15 de septiembre de 2012)

Sufrimiento y amor

“Ahora es precisamente cuando hay que celebrar la victoria del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza, del servicio sobre el dominio, de la humildad sobre el orgullo, de la unidad sobre la división. A la luz de la fiesta de hoy, y con vistas a una aplicación fructífera de la Exhortación, os invito a todos a no tener miedo, a permanecer en la verdad y a cultivar la pureza de la fe. Ese es el lenguaje de la cruz gloriosa. Esa es la locura de la cruz: la de saber convertir nuestro sufrimiento en grito de amor a Dios y de misericordia para con el prójimo; la de saber transformar también unos seres que se ven combatidos y heridos en su fe y su identidad, en vasos de arcilla dispuestos para ser colmados por la abundancia de los dones divinos, más preciosos que el oro (cf.2 Co 4,7-18). No se trata de un lenguaje puramente alegórico, sino de un llamamiento urgente a llevar a cabo actos concretos que configuren cada vez más con Cristo, unos actos que ayuden a las diferentes Iglesias a reflejar la belleza de la primera comunidad de creyentes (cf. Hch 2,41-47;segunda parte de la Exhortación); unos actos similares a los del emperador Constantino, que supo dar testimonio y sacar a los cristianos de la discriminación para permitirles vivir abierta y libremente su fe en Cristo crucificado, muerto y resucitado para nuestra salvación”.

Benedicto XVI, Visita a la Basílica de San Pablo de Harissa y firma de la Exhortación Apostólica Postsinodal (14 de septiembre de 2012) (Vídeo)

Salvar a los cristianos de Oriente (El Pais 9/01/2011)

Autor: Bernard-Henri Levy

Fuente: http://www.bernard-henri-levy.com/salvar-a-los-cristianos-de-oriente-el-pais-9012011-13429.html

Empezar con las presidenciales? ¿Strauss-Kahn, de lejos el mejor? ¿Fabius, que, en su defecto, podría imponerse? ¿El gran cadáver caído de espaldas al que habrá que intentar reanimar, dado que ni supo ni quiso transformarse?
¿Volver sobre el caso Sakineh y el cinismo de los jueces policía que multiplican los montajes y las falsas confesiones orquestadas y quieren presentarnos como un progreso el paso de la lapidación al ahorcamiento?

¿Darle vueltas al doble proceso que interponen contra mí, por el mismo artículo, un grupúsculo de extrema derecha y un veterano de Le Monde Diplomatique?

Prefiero de lejos ocuparme de lo que me parece el acontecimiento más brutal, más cargado de trágicas consecuencias, de este comienzo del año 2011: me refiero al atentado que, la noche de Año Nuevo, causó 21 muertos y 79 heridos entre los fieles de la iglesia de Al Kidissine, en Alejandría.

Este atentado era la culminación de una serie de ataques que, en Nigeria, Filipinas y otros lugares, habían ensangrentado la noche de Navidad. Tenía lugar al término de un año marcado, entre otras cosas, por la matanza de la catedral de Bagdad. De forma que es cada vez menos discutible que estamos ante una persecución de masas en toda regla. ¿Difícil de concebir, dado que se trata de una religión que durante mucho tiempo fue dominante, por no decir dominadora e intolerante? Tal vez. Pero, sin embargo, cierto. Y Benedicto XVI tiene sobrados motivos para afirmar que actualmente los cristianos son el grupo religioso que sufre « el mayor número de persecuciones » en el mundo.

Este atentado, como todos los demás, tenía como objetivo una comunidad cuya historia se confunde con la de la región. Esta oleada de actos terroristas diezma unas Iglesias de las que acaso no todo el mundo sepa que fueron (los coptos de Egipto) mayoritarias durante mucho tiempo o, en todo caso (Siria), anteriores a la llegada del islam. De modo que quienes los perpetran no solamente son unos bárbaros, sino también unos imbéciles que, al pretender erradicar la « división en tierras del islam », atacan lo que constituye el alma de la región. ¿La fechoría sería igual de grave si los cristianos de Oriente no fueran esa minoría autóctona? Por supuesto. Pero esa circunstancia es un agravante. Añade una dimensión -digamos- metafísica al gesto. Cuando el mundo árabe prescindió de los judíos y de su memoria, se cometió un crimen irreparable. Si ahora se priva de sus cristianos, si hace sufrir a las últimas comunidades católicas capaces de rezar en la lengua de Cristo lo que hizo sufrir a los descendientes de las tribus de Israel, será, no solo para él, sino para el mundo, una nueva pérdida total, una nueva ruina espiritual y moral, un nuevo desastre civilizatorio y cultural.

Ni que decir tiene que el islam está, en este asunto, en una encrucijada. O se obstina en la negación y en el lenguaje engañoso; continúa, hablando de « actos aislados », como la policía de Mubarak; se empeña, como el mismo Mubarak, en ver en estos baños de sangre una violencia contra el « país entero » y no contra « una comunidad en particular »; disculpa a los culpables; hace como Ahmed al Tayeb, el gran imán de Al Azhar, que denuncia el « punto de vista del Papa » cuando apela -en lo que al parecer constituye una insoportable « injerencia »- a detener la masacre de inocentes; y, entonces, el único camino posible será la catástrofe. O bien se impone el coraje; los intelectuales musulmanes salen de su ensordecedor y terrible silencio; los imanes se posicionan; el consejo francés del culto musulmán -que la mañana misma del 1 de enero condenaba sin equívocos la « barbarie » de este « abyecto atentado terrorista »- hace escuela; y, entonces, se impondrá lo que en mi última crónica llamaba « el honor de los musulmanes » y tal vez tengamos una oportunidad de evitar el choque de culturas que algunos desean de todo corazón, pero hay que conjurar a cualquier precio.

En cuanto a los demás, todos los demás, ¿qué deben hacer?

Antes que nada, no caer en la trampa de la falsa simetría: « ¿Vosotros no queréis iglesias? Nosotros no queremos mezquitas ». El cometido de los demócratas es elevar al prójimo por encima de sí mismos, nunca alinearse con sus peores bajezas.

No ceder tampoco al eterno argumento de los cobardes: « Cuidado con pasarse. Al defender a esas gentes, las señaláis. Al señalarlas, las ponéis en peligro ». Quienes conocen la historia del pueblo judío saben que el perfil bajo nunca ha protegido a nadie y, por el contrario, siempre ha preparado el camino a los matarifes. Al revés, hay que hablar. Hablar cuanto sea necesario. Dar fe. Indignarse. E incluso, los que pueden, rezar. Sí. ¿Por qué no, en efecto, ya que en el fondo se trata de eso, por qué no una plegaria ecuménica pronunciada con una única voz por autoridades de las tres religiones del Libro? ¿Por qué no una jornada mundial de los cristianos de Oriente y, durante esa jornada, una hora en la que se invite al planeta a unirse a través de la plegaria o el pensamiento con los perseguidos? Personalmente, haré una excepción a mi agnosticismo y no faltaré.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva

Discurso del Papa a los miembros de la Curia Romana para felicitar la próxima Navidad

Fuente: http://www.zenit.org/article-37685?l=spanish
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Señores cardenales, venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas,

Me encuentro con vosotros con vivo agrado, queridos Miembros del Colegio Cardenalicio, representantes de la Curia Romana y de la Gobernación, para esta cita tradicional. Os dirijo a cada uno un cordial saludo, empezando por el cardenal Angelo Sodano, a quien doy las gracias por las expresiones de devoción y de comunión, y por los fervientes augurios que me ha dirigido en nombre de todos. Prope est jam Dominus, venite, adoremus! Contemplamos como una única familia el misterio del Emmanuel, del Dios-con-nosotros, como dijo el cardenal decano. Os devuelvo de buen grado vuestras felicitaciones y deseo agradeceros vivamente a todos, incluyendo a los representantes pontificios diseminados por el mundo, la aportación competente y generosa que cada uno presta al Vicario de Cristo y a la Iglesia.

Excita, Domine, potentiam tuam, et veni” – con estas palabras y otras similares, la liturgia de la Iglesia reza repetidamente en los días del Adviento. Son invocaciones formuladas probablemente en el periodo de decadencia del Imperio Romano. La descomposición de los ordenamientos que sostenían el derecho y de las actitudes morales de fondo, que daban fuerza a aquellos, causaban la ruptura de los márgenes que hasta aquel momento habían protegido la convivencia pacífica entre los hombres. Un mundo estaba desapareciendo. Frecuentes cataclismos naturales aumentaban aún más esta experiencia de inseguridad. No se veía fuerza alguna que pudiese frenar aquel ocaso. Tanto más insistente era la invocación del poder propio de Dios: que Él viniera y protegiera a los hombres de todas estas amenazas.

Excita, Domine, potentiam tuam, et veni“. También hoy tenemos nosotros muchos motivos para asociarnos a esta oración de Adviento de la Iglesia. El mundo, con todas sus nuevas esperanzas y posibilidades, está al mismo tiempo angustiado por la impresión de que el consenso moral se está disolviendo, un consenso sin el cual las estructuras jurídicas y políticas no funcionan; en consecuencia, las fuerzas movilizadas para la defensa de estas estructuras parecen estar destinadas al fracaso.

Excita – la oración recuerda el grito dirigido al Señor, que estaba durmiendo en la barca de los discípulos zarandeada por la tempestad y a punto de hundirse. Cuando su palabra poderosa hubo aplacado la tempestad, Él reprochó a los discípulos por su poca fe (cfr Mt 8,26 y par.). Quería decir: en vosotros mismos, la fe se ha dormido. Lo mismo quiere decirnos también a nosotros. También en nosotros la fe a menudo se duerme. Pidámosle por tanto que nos despierte del sueño de una fe que se ha vuelto cansada y que vuelva a dar a nuestra fe el poder de mover las montañas -es decir, de dar el orden justo a las cosas del mundo.

Excita, Domine, potentiam tuam, et veni“: en las grandes angustias, a la que hemos sido expuestos este año, esta oración de Adviento me ha vuelto siempre al corazón y a los labios. Con gran alegría habíamos comenzado el Año sacerdotal y, gracias a Dios, pudimos concluirlo también con gran agradecimiento, a pesar de que se llevara a cabo de forma tan distinta a como esperábamos. En nosotros los sacerdotes, y en los laicos, y precisamente también en los jóvenes, se ha renovado la conciencia de qué don representa el sacerdocio de la Iglesia católica, que el Señor nos ha confiado. Nos hemos dado cuenta nuevamente de qué bello es que los seres humanos hayamos sido autorizados a pronunciar, en nombre de Dios y con pleno poder, la palabra del perdón, y seamos así capaces de cambiar el mundo, la vida; qué hermoso es que los seres humanos hayamos sido autorizados a pronunciar las palabras de la consagración, con las que el Señor atrae hacia sí un trozo de mundo, y en cierta forma lo transforme en su sustancia; qué hermoso es poder estar, con la fuerza del Señor, cerca de los hombres en sus alegrías y sufrimientos, tanto en las horas importantes como en las horas oscuras de la existencia; qué hermoso es tener en la vida como tarea no esto o lo otro, sino sencillamente el ser mismo del hombre – para ayudarle a que se abra a Dios y que viva a partir de Dios. Por eso hemos sido turbados cuando, precisamente en este año y en una dimensión inimaginable para nosotros, hemos tenido conocimiento de abusos contra menores cometidos por sacerdotes, que trabucan el Sacramento en su contrario: bajo el manto de lo sagrado hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le acarrean un daño para toda la vida.

En este contexto, me venía a la mente una visión de santa Hildegarda de Bingen que describe de forma conmovedora lo que hemos vivido este año: “En el año 1170 después del nacimiento de Cristo estuve durante largo tiempo enferma en la cama. Entonces, física y mentalmente despierta, vi a una mujer de una belleza tal que la mente humana no era capaz de comprender. Su figura se erguía desde la tierra hasta el cielo. Su rostro brillaba con un resplandor sublime. Su mirada estaba dirigida al cielo. Estaba vestida con una túnica luminosa y radiante de seda blanca y un manto guarnecido de piedras preciosas. En los pies calzaba zapatos de ónice. Pero su rostro estaba embadurnado de polvo; su vestido, por el lado derecho, estaba desgarrado. También el manto había perdido su belleza singular, y sus zapatos estaban ensuciados por encima. Con voz alta y dolorida, la mujer gritó hacia el cielo: ‘¡Escucha, oh cielo, mi rostro está manchado! ¡Aflígete, oh tierra: mi vestido está desgarrado! ¡Tiembla, oh abismo: mis zapatos están ensuciados!’

Y prosiguió: ‘Estaba escondida en el corazón del Padre, hasta que el Hijo del hombre, concebido y dado a luz en la virginidad, derramó su sangre. Con esta sangre, como dote suya, me tomó como su esposa. Los estigmas de mi esposo permanecen frescos y abiertos, mientras estén abiertas las heridas de los pecados de los hombres. Precisamente el que sigan abiertas las heridas de Cristo es por culpa de los sacerdotes. Estos desgarran mi túnica porque son transgresores de la Ley, del Evangelio y de su deber sacerdotal. Quitan el esplendor a mi manto, porque descuidan totalmente los preceptos que se les impusieron. Ensucian mis zapatos, porque no caminan por sendas rectas, es decir, en las duras y severas de la justicia, y tampoco dan buen ejemplo a sus súbditos. Con todo, encuentro en algunos el esplendor de la verdad’.

Y escuché una voz del cielo que decía: ‘Esta imagen representa a la Iglesia. Por esto, oh ser humano que ves todo esto y que escuchas las palabras de lamento, anúncialo a los sacerdotes que están destinados a la guía y a la instrucción del pueblo de Dios y a los cuales, como a los apóstoles, se ha dicho: Id a todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda criatura’ (Mc 16,15)” (Carta a Werner von Kirchheim y a su comunidad sacerdotalPL 197, 269ss).

En la visión de santa Hildegarda, el rostro de la Iglesia está cubierto de polvo, y es así como lo hemos visto nosotros. Su vestido está desgarrado – por culpa de los sacerdotes. Así como ella lo vio y expresó, lo hemos vivido este año. Debemos aceptar esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación. Sólo la verdad salva. Debemos preguntarnos qué podemos hacer para reparar lo más posible la injusticia cometida. Debemos preguntarnos qué era equivocado en nuestro anuncio, en toda nuestra forma de configurar el ser cristiano, de manera que una cosa semejante pudiera suceder. Debemos encontrar una nueva determinación en la fe y en el bien. Debemos ser capaces de penitencia. Debemos esforzarnos en intentar todo lo posible, en la preparación al sacerdocio, para que una cosa semejante no pueda volver a suceder. Éste es también el lugar para agradecer de corazón a todos aquellos que se han empeñado en ayudar a las víctimas y en devolverles la confianza en la Iglesia, la capacidad de creer en su mensaje. En mis encuentros con las víctimas de este pecado, siempre he encontrado a personas que, con gran dedicación, están al lado de quienes sufren y han sufrido daño. Ésta es la ocasión también para dar las gracias también a tantos buenos sacerdotes que transmiten en humildad y fidelidad la bondad del Señor y que, en medio de las devastaciones, son testigos de la belleza no perdida del sacerdocio.

Somos conscientes de la particular gravedad de este pecado cometido por sacerdotes y de nuestra correspondiente responsabilidad. Pero no podemos tampoco callar sobre el contexto de nuestro tiempo en el que hemos tenido que ver estos acontecimientos. Existe un mercado de la pornografía que afecta a los niños, que de alguna forma parece ser considerado por la sociedad cada vez más como algo normal. La destrucción psicológica de niños, cuyas personas son reducidas a artículo de mercado, es un espantoso signo de los tiempos. Escucho de los obispos de países del Tercer Mundo una y otra vez que el turismo sexual amenaza a una generación entera y la daña en su libertad y en su dignidad humana. El Apocalipsis de san Juan enumera entre los grandes pecados de Babilonia – símbolo de las grandes ciudades irreligiosas del mundo – el hecho de practicar el comercio de los cuerpos y de las almas y de hacer de ellos una mercancía (cfr. Ap 18,13). En este contexto, se plantea también el problema de la droga, que con fuerza creciente extiende sus tentáculos de pulpo en todo el globo terrestre – expresión elocuente de la dictadura de Mammón que pervierte al hombre. Todo placer resulta insuficiente y el exceso en el engaño de la embriaguez se convierte en una violencia que destruye regiones enteras, y esto en nombre de un malentendido fatal de la libertad en el que precisamente la libertad del hombre es minada y al final anulada del todo.

Para oponernos a estas fuerzas debemos echar una mirada a sus fundamentos ideológicos. En los años 70, la pedofilia fue teorizada como algo totalmente conforme al hombre y también al niño. Esto, sin embargo, formaba parte de una perversión de fondo del concepto de ethos. Se afirmaba – incluso en el ámbito de la teología católica – que no existían ni el mal en sí ni el bien en sí. Existirían sólo un “mejor que” y un “peor que”. Nada sería de por sí bueno o malo. Todo dependería de las circunstancias y del fin pretendido. Según los fines y las circunstancias, todo podría ser bueno o también malo. La moral se sustituyó por un cálculo de las consecuencias y con ello dejó de existir. Los efectos de tales teorías son hoy evidentes. Contra ellas el papa Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis splendor de 1993, indicó con fuerza profética en la gran tradición del ethos cristiano las bases esenciales de la actuación moral. Este texto debe ser puesto hoy nuevamente en el centro como camino en la formación de la conciencia. Es responsabilidad nuestra hacer nuevamente audibles y comprensibles entre los hombres estos criterios como vías de la verdadera humanidad, en el contexto de la preocupación por el hombre, en la que estamos inmersos.

Como segundo punto quisiera decir algo sobre el Sínodo de las Iglesias de Oriente Medio. Este comenzó con mi viaje a Chipre donde pude entregar el Instrumentum laboris para el Sínodo a los obispos de esos países allí reunidos. Permanece inolvidable la hospitalidad de la Iglesia ortodoxa que pudimos experimentar con gran gratitud. Aunque la comunión plena no nos ha sido dada aún, constatamos con alegría, con todo, que la forma básica de la Iglesia antigua nos une profundamente unos a otros; el ministerio sacramental de los Obispos como portadores de la tradición apostólica, la lectura de la Escritura según la hermenéutica de la Regula fidei, la comprensión de la Escritura en la unidad multiforme centrada en Cristo y desarrollada gracias a la inspiración de Dios y, finalmente, la fe en la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia. Así hemos encontrado de modo vivo la riqueza de los ritos de la Iglesia antigua también dentro de la Iglesia católica. Tuvimos liturgias con maronitas y con melquitas, celebramos en rito latino y tuvimos momentos de oración ecuménica con los ortodoxos y, en manifestaciones imponentes, pudimos ver la rica cultura cristiana del Oriente cristiano. Pero vimos también el problema del país dividido. Se hacían visibles las culpas del pasado y las profundas heridas, pero también el deseo de paz y de comunión como existían antes. Todos son conscientes del hecho de que la violencia no lleva a ningún progreso – ésta, de hecho, ha creado la situación actual. Sólo en el compromiso y en la comprensión mutua puede restablecerse una unidad. Preparar a la gente a esta actitud de paz es una tarea esencial de la pastoral.

En el Sínodo la mirada se extendió también a todo Oriente Medio, donde conviven los fieles pertenecientes a religiones distintas y también a múltiples tradiciones y ritos distintos. En lo que respecta a los cristianos, hay Iglesias precalcedonenses y calcedonenses; Iglesias en comunión con Roma y otras que están fuera de esta comunión, y en ambas existen, uno junto a otro, múltiples ritos. En los desórdenes de los últimos años ha sido turbada la historia de convivencia, las tensiones y las divisiones han crecido, de modo que cada vez más con temor somos testigos de actos de violencia en los que ya no se respeta lo que para el otro es sagrado, sino que al contrario, se derrumban las reglas más elementales de la humanidad. En la situación actual, los cristianos son la minoría más oprimida y atormentada. Durante siglos vivieron pacíficamente junto con sus vecinos judíos y musulmanes. En el Sínodo escuchamos las sabias palabras del Consejo del Mufti de la República del Líbano contra los actos de violencia contra los cristianos. Él decía: hiriendo a los cristianos nos herimos a nosotros mismos. Por desgracia, ésta y otras voces análogas de la razón, por las que estamos profundamente agradecidos, son demasiado débiles. También aquí el obstáculo es la unión entre la avidez de lucro y la ceguera ideológica. Sobre la base del espíritu de la fe y de su racionabilidad, el Sínodo ha desarrollado un gran concepto de diálogo, de perdón y de mutua acogida, un concepto que queremos ahora gritar al mundo. El ser humano es uno solo y la humanidad es una sola. Lo que en cualquier lugar se haga contra un hombre al final daña a todos. Así las palabras y las ideas del Sínodo deben ser un fuerte grito dirigido a todas las personas con responsabilidad política o religiosa para que detengan la cristianofobia; para que se levanten en defensa de los prófugos y de los que sufren y revitalicen el espíritu de la reconciliación. En último análisis, la curación podrá venir sólo de una fe profunda en el amor reconciliador de Dios. Dar fuerza a esta fe, nutrirla y hacerla resplandecer es la tarea principal de la Iglesia en esta hora.

Me gustaría hablar detalladamente del inolvidable viaje al Reino Unido, pero quiero limitarme a dos puntos que están relacionados con el tema de la responsabilidad de los cristianos en este tiempo y con la tarea de la Iglesia de anunciar el Evangelio. El pensamiento sale ante todo al encuentro con el mundo de la cultura en la Westminster Hall, un encuentro en el que la conciencia de la responsabilidad común en este momento histórico creó una gran atención, que, en el fondo, se dirige a la cuestión sobre la verdad y la propia fe. Que en este debate la Iglesia debe dar su propia contribución, era evidente para todos. Alexis de Tocqueville, en su época, había observado que en América la democracia había sido posible y había funcionado porque existía un consenso moral de base que, yendo más allá de las denominaciones individuales, unía a todos. Sólo si existe un consenso semejante sobre lo esencial, las constituciones y el derecho pueden funcionar. Este consenso de fondo procedente del patrimonio cristiano está en peligro allí donde en su lugar, en lugar de la razón moral, se coloca la mera racionalidad finalista de la que he hablado hace un momento. Esto supone en realidad una ceguera de la razón hacia lo que es esencial. Combatir contra esta ceguera de la razón y conservar su capacidad de ver lo esencial, de ver a Dios y al hombre, lo que es bueno y lo que es verdadero, es el interés común que debe unir a todos los hombres de buena voluntad. Está en juego el futuro del mundo.

Finalmente, quisiera recordar una vez más la beatificación del cardenal John Henry Newman. ¿Por qué ha sido beatificado? ¿Qué tiene que decirnos? A estas preguntas se pueden dar muchas respuestas, que ya se han desarrollado en el contexto de la beatificación. Quisiera poner de manifiesto solamente dos aspectos que van unidos y que, a fin de cuentas, expresan lo mismo. El primero es que debemos hablar de las tres conversiones de Newman, porque son los pasos de un camino espiritual que nos interesa a todos. Quisiera subrayar aquí sólo la primera conversión: la conversión a la fe en el Dios vivo. Hasta aquel momento, Newman pensaba como la mayoría de los hombres de su tiempo y como la mayoría de los hombres de hoy, que no excluyen simplemente la existencia de Dios, pero que la consideran como algo inseguro, que no tiene un papel esencial en la propia vida. Lo que a él le parecía verdaderamente real, como a los hombres de su tiempo, era lo empírico, lo que es materialmente perceptible. Ésta es la “realidad” según la cual se orientaba. Lo “real” es lo que es aprehensible, son las cosas que se pueden calcular y tomar en la mano. En su conversión Newman reconoce que las cosas son precisamente al contrario: que Dios y el alma, el ser mismo del hombre a nivel espiritual, constituyen lo que es verdaderamente real, lo que cuenta. Son mucho más reales que los objetos perceptibles. Esta conversión constituye un giro copernicano. Lo que hasta entonces le había parecido como irreal y secundario se revela como lo verdaderamente decisivo. Donde una conversión semejante tiene lugar, no cambia simplemente una teoría, sino que cambia la forma fundamental de la vida. Todos nosotros tenemos siempre necesidad de esta conversión: entonces estamos en el buen camino.

La fuerza motriz que le empujaba en el camino de la conversión, en Newman, era la conciencia. ¿Pero qué se entiende con ello? En el pensamiento moderno, la palabra “conciencia” significa que en materia de moral y de religión, la dimensión subjetiva, el individuo, constituye la última instancia de la decisión. El mundo se divide en los ámbitos de lo objetivo y de lo subjetivo. A lo objetivo pertenecen las cosas que se pueden calcular y comprobar mediante el experimento. La religión y la moral se sustraen a estos métodos y por ello se consideran en el ámbito de lo subjetivo. Aquí no existirían, en último análisis, criterios objetivos. La última instancia que puede decidir aquí sería por tanto sólo el sujeto, y con la palabra “conciencia” se expresa precisamente esto: en este ámbito puede decidir sólo el individuo con sus intuiciones y experiencias. La concepción que Newman tiene de la conciencia es diametralmente opuesta. Para él “conciencia” significa la capacidad de verdad del hombre: la capacidad de reconocer precisamente en los ámbitos decisivos de su existencia – religión y moral – una verdad, la verdad. La conciencia, la capacidad del hombre de reconocer la verdad, le impone con ello, al mismo tiempo, el deber de encaminarse hacia la verdad, de buscarla y de someterse a ella allí donde la encuentra. Conciencia y capacidad de verdad y de obediencia a la verdad, que se muestra al hombre que busca con corazón abierto. El camino de las conversiones de Newman es un camino de la conciencia – un camino no de la subjetividad que se afirma, sino, precisamente al contrario, de la obediencia a la verdad que paso a paso se abría a él. Su tercera conversión, al Catolicismo, exigía de él abandonar casi todo lo que le era precioso: sus bienes y su profesión, su grado académico, los vínculos familiares y muchos amigos. La renuncia que la obediencia a la verdad, su conciencia, le pedía, iba más allá. Newman había sido siempre consciente de tener una misión hacia Inglaterra. Pero en la teología católica de su tiempo, su voz apenas podía oírse. Era demasiado extraña respecto a la forma dominante del pensamiento teológico y también de la piedad. En enero de 1863 escribió en su diario estas frases conmovedoras: “Como protestante, mi religión me parecía mísera, pero no mi vida. Y ahora, como católico, mi vida es mísera, pero no mi religión”. No había llegado aún la hora de su eficacia. En la humildad y en la oscuridad de la obediencia, tuvo que esperar hasta que su mensaje fuera utilizado y comprendido. Para poder afirmar la identidad entre el concepto que Newman tenía de la conciencia y la moderna comprensión subjetiva de la conciencia, se hace referencia a su palabra según la cual él – si hubiera tenido que hacer un brindis – habría brindado por la conciencia y después por el Papa. Pero en esta afirmación, “conciencia” no significa la última obligatoriedad de la intuición subjetiva. Es la expresión de la accesibilidad y de la fuerza vinculante de la verdad: en ello se funda su primado. Al Papa se le puede dedicar el segundo brindis, porque su tarea es exigir la obediencia a la verdad.

Tengo que renunciar a hablar de los viajes tan significativos a Malta, a Portugal y a España. En ellos se ha hecho nuevamente visible que la fe no es algo del pasado, sino un encuentro con Dios que vive y actúa ahora. Él nos desafía y se opone a nuestra pereza, pero precisamente así nos abre el camino hacia la felicidad verdadera.

Excita, Domine, potentiam tuam, et veni!“. Hemos partido de la invocación de la presencia y del poder de Dios en nuestro tiempo y de la experiencia de su aparente ausencia. Si abrimos nuestros ojos, precisamente en la retrospectiva del año que llega a su fin, puede hacerse visible que el poder y la bondad de Dios están presentes de muchas maneras también hoy. Así todos tenemos motivos para darle gracias. Con el agradecimiento al Señor renuevo mi agradecimiento a todos los colaboradores. Quiera Dios concedernos a todos una Santa Navidad y acompañarnos con su bondad en el próximo año.

Confío estos deseos a la intercesión de la Virgen santa, Madre del Redentor, y a todos vosotros y a la gran familia de la Curia Romana imparto de corazón la Bendición Apostólica. ¡Feliz Navidad!

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez ©Libreria Editrice Vaticana]

 

Ecumenismo

“profunda experiencia de diálogo, un escucharse y hablarse, un conocerse mejor; es una tarea que todos pueden realizar, especialmente por lo que respecta al ecumenismo espiritual, basado en la oración y en la participación en lo que es posible ahora entre los cristianos” (Roma, 21/1/07)